sábado, octubre 04, 2025

LOS EMBERÁ, UNA TRIBU QUE PINTA SU PIEL CON JAGUA PARA CONTAR HISTORIAS Y PROTEGERSE DEL MUNDO?

 




¿CONOCÍAS A LOS EMBERÁ, UNA TRIBU QUE PINTA SU PIEL CON JAGUA PARA CONTAR HISTORIAS Y PROTEGERSE DEL MUNDO?

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En las selvas de Panamá y Colombia vive el pueblo Emberá, una comunidad indígena que ha sabido mantener vivas sus costumbres a pesar del paso del tiempo. Lo que llama poderosamente la atención es su tradición de pintar el cuerpo con tintes naturales hechos a base de la fruta del jagua, un pigmento que no solo decora, sino que también cuenta relatos, representa símbolos espirituales y, según la creencia, protege de las energías negativas y de los insectos de la selva.
Los Emberá se organizan en pequeñas aldeas a orillas de ríos caudalosos, porque el agua para ellos es fuente de vida y camino de comunicación. Sus casas, elevadas sobre pilotes de madera y con techos de palma, están diseñadas para resistir las crecidas y adaptarse al entorno selvático. Muchos viajeros desconocen que parte de su tradición oral está ligada a esos ríos, considerados guardianes y testigos de la historia de su pueblo.
La música y la danza forman otro aspecto esencial de su cultura. El sonido de las flautas de caña y los tambores acompaña rituales y celebraciones donde los cuerpos pintados se mueven en círculos, imitando el fluir del agua y el vuelo de los animales. Para los Emberá, bailar no es solo entretenimiento: es una forma de conectar con los ancestros y mantener viva la memoria de los que ya no están.
Un detalle que sorprende al viajero curioso es la importancia que las mujeres Emberá tienen en la preservación cultural. Ellas son las principales artesanas, reconocidas por sus intrincadas piezas de chaquiras (collares y pulseras de cuentas de colores) y cestas tejidas con fibras naturales. Cada diseño tiene un significado que refleja el entorno, desde serpientes y aves hasta el cauce de los ríos. Estas artesanías no son simples objetos: son códigos visuales que transmiten identidad.
Para quienes visitan sus comunidades en 2025, es recomendable hacerlo de la mano de guías locales que respeten su cultura. El turismo comunitario es una fuente de ingresos para los Emberá, pero también una herramienta para mostrar al mundo la riqueza de su cosmovisión. Respetar sus normas, pedir permiso antes de tomar fotos y participar en sus talleres de pintura corporal o artesanía son formas de acercarse a ellos con dignidad y autenticidad.
Los Emberá no son un vestigio del pasado, sino un pueblo vivo que adapta su historia a la modernidad sin perder sus raíces. Viajar hasta ellos no significa solo adentrarse en la selva, sino también en un universo simbólico donde la piel pintada es un libro abierto y el río es un camino hacia la memoria colectiva.

La última mirada al campamento de un guerrero lakota



Imagina retroceder a noviembre de 1880 en el río Tongue, Montana. Esta famosa fotografía de L.A. Huffman captura el campamento del jefe Águila Moteada, un momento conmovedor en la historia.
El jefe Águila Moteada fue una figura legendaria. Lideró a unos 180 intrépidos guerreros lakota (sioux) durante la gran batalla de Little Bighorn cuatro años antes.
Una forma de vida a punto de desaparecer
La imagen muestra la vida tradicional de los sioux. Eran auténticos habitantes de las llanuras, en constante movimiento para seguir y cazar al búfalo. El búfalo les proporcionaba todo: carne para alimentarse, pieles para construir sus tipis (tiendas de campaña) y cueros para abrigarse. Para ellos, la idea de poseer tierras privadas era completamente desconocida.
Este pueblo fue uno de los últimos lugares donde se verían muchos tipis hechos con pieles de búfalo.
El Fin de su Libertad
Más de 1700 sioux, incluyendo la banda de Spotted Eagle, se alojaban cerca de Fort Keogh. Durante un breve periodo, tuvieron mucha libertad para moverse y estar juntos.
Pero esa libertad no duró. Apenas unos meses después, en junio de 1881, todo el grupo fue obligado a subir a cinco barcos de vapor y llevado lejos, a la Reserva Standing Rock, en el Territorio Dakota.
Esta fotografía, tomada justo antes de su reubicación forzosa, es como una cápsula del tiempo: captura un último vistazo a un estilo de vida orgulloso y libre antes de que cambiara trágicamente para siempre. Mitakuye Oyasin !
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Váyanse ustedes, que tienen hijos. Yo me quedo” gritó Oscar Ismael Poltronieri mientras disparaba contra más de 600 ingleses

 



Váyanse ustedes, que tienen hijos. Yo me quedo” gritó Oscar Ismael Poltronieri mientras disparaba contra más de 600 ingleses desde el Monte Dos Hermanas en las Islas Malvinas hace 37 años.

Oscar Ismael Poltronieri con 18 años y siendo analfabeto, por sus acciones de combate durante la batalla del "Cerro Dos Hermanas" en la Guerra de Malvinas, quien era operador de una ametralladora, y desoyendo la orden de retirada y quedándose combatiendo él solo, permitió el repliegue de todos sus compañeros (más de 150 soldados incluidos sus superiores) a zonas seguras y disparando al enemigo con su única boca de fuego. Impidió el avance de todo el dispositivo ofensivo británico durante más de 10 horas.
No podía moverse por estar herido. Prefirió quedarse cubriendo la retirada de sus compañeros, consciente de que, herido como estaba, los iba a retrasar . Solito, herido y de noche, se bancó enfrentar a los soldados más profesionales del mundo.
Por este acto recibió la medalla "La Cruz de la Nación Argentina al Heroico Valor en Combate". Es el único soldado conscripto vivo en recibir la máxima condecoración que otorga nuestra Nación.
Luego de la Guerra, Oscar, intento suicidarse, vendió baratijas en los colectivos y trabajó de remisero.
Pero lo más importante fue que soldados y oficiales ingleses lo buscaron para expresar su admiración por él y fue condecorado en Inglaterra con "La Cruz de Hierro al Valor".
En los colegios de nuestro país los alumnos "no" lo conocen, "no" saben quién es.
La historia es contar, narrar los acontecimientos, hechos, junto a sus personajes los verdaderos protagonistas. Al contar y compartirlo colaboramos con el maravilloso proceso de construcción de la memoria y el honor de un pueblo, de una Nación "Argentina" y su transmisión a las generaciones.
"...Los únicos héroes que se mueren son los que se olvidan..."

Para que la cabeza me lleve más lejos que los pies

 



Cada tarde, cuando el sol aflojaba y los motores de los camiones empezaban a enfriarse, un niño pequeño se deslizaba bajo el chasis de uno de ellos, en una estación de servicio a las afueras de Tucumán.

Se llamaba Benjamín. Tenía 10 años, una camiseta dos tallas más grande y una mochila con más polvo que útiles escolares.
No iba a la escuela todos los días. Su madre trabajaba limpiando baños públicos y él la esperaba ahí, en la estación, mientras terminaba su turno. Los camioneros lo conocían. Le daban galletas, naranjas, agua fresca.
Pero él no pedía comida.
Pedía libros.
—¿Tenés algo que leer? —preguntaba, con una mezcla de timidez y osadía.
La mayoría se reía.
—¿Vos? ¿Un libro? ¿Pa’ qué?
—Para que la cabeza me lleve más lejos que los pies —respondía, bajando la mirada.
Una tarde, un chofer de Córdoba, alto y con barba blanca, le regaló un libro de tapas amarillas: “El Principito”. Estaba roto, sin portada, pero tenía todas las páginas.
—Lo encontré en una estación en Brasil. Capaz te sirve —le dijo.
Benjamín lo recibió como quien recibe una brújula.
A partir de ese día, se metía debajo del camión más grande, apoyaba la mochila como almohada y leía a la luz de un farolito que él mismo había armado con una linterna rota y cinta aislante.
Los ruidos del mundo quedaban afuera. Solo quedaban él y las palabras.
Una noche, un camionero nuevo lo descubrió.
—¡Ey, pibe! ¿Qué hacés ahí? ¿Jugás a los mecánicos?
—No, leo.
—¿Y no te da miedo estar ahí abajo?
—No. Ahí nadie me molesta. Y además, los camiones tienen algo… hacen sombra, pero no oscuridad.
El hombre se quedó en silencio. Le dejó una historieta vieja antes de irse.
Con el tiempo, la estación se volvió una biblioteca improvisada. Los camioneros comenzaron a dejarle libros en una caja al lado de la máquina de café.
Alguien escribió con marcador:
“Para Benja. Que su motor sea la lectura.”
Pasaron meses.
Un día, su madre lo encontró dormido con el libro abierto sobre el pecho, y lágrimas secas en las mejillas.
—¿Qué pasó, hijo?
—No quiero dejar de leer, mamá. Pero me duelen los ojos. Me cuesta ver.
Lo llevaron al hospital. Diagnóstico: miopía avanzada.
Le recetaron gafas, pero no podían pagarlas.
A los pocos días, llegó un camionero desde Salta. Tenía una caja envuelta en papel de diario. Era un par de lentes nuevos.
—Entre todos los choferes juntamos plata. Queremos que sigas leyendo, pibe. Sos nuestra historia favorita.
Benjamín no dijo nada. Solo se los puso… y sonrió.
Esa tarde, volvió a meterse debajo de un camión. Pero esta vez, con una nueva linterna, su libro amarillo… y el corazón más liviano.
Hoy, Benjamín tiene 25 años. Es bibliotecario itinerante. Viaja por pueblos del norte argentino con una camioneta vieja, pintada a mano con frases de sus libros favoritos.
Y en la parte trasera lleva una caja de metal oxidado.
Arriba, en letras firmes:
“Donde no llegue el asfalto, llegará un cuento.”
Porque si un niño puede leer bajo un camión, entonces el mundo aún tiene esperanza.

Tomado de la red.

La asombrosa historia de María Teresa Mora Iturralde, la alumna más brillante de Capablanca.



La cubana ′′Maria Teresa Mora Iturralde′′ fue una mujer que "destruyó" a todos sus competidores masculinos durante el Campeonato Nacional Cubano en 1922, pero nunca se le permitió competir con hombres a nivel mundial durante esos años.
María Teresa es un emblema de una mujer brillante perdida en un deporte de hombre, carente de cualquier desarrollo profesional, o competiciones internacionales que podrían haberle permitido alcanzar su potencial.
Tal vez, en un mundo perfecto, María Teresa habría derrotado a Bobby Fischer y a los campeones rusos del mundo, si ella hubiera tenido la oportunidad, consideremos que también fue la única mujer que golpeó a José Raúl Capablanca, uno de los mejores del mundo, y fundador del ajedrez moderno.
En 1917 American Chess Bulletin publicó un artículo titulado "La Habana tiene otro prodigio" y en 1922, superó todas las expectativas, convirtiéndose en la única mujer que compite y gana el campeonato cubano. Luego solo se le permitió competir en el Campeonato Cubano Femenino de Ajedrez, que dominó entre 1938 a 1960, cuando se retiró.
En 1950, María Teresa fue nombrada la primera mujer latinoamericana en recibir el título de Maestro Internacional de Mujeres. Cuando Capablanca y María Teresa finalmente compitieron entre sí, fue una serie de tres juegos. Ella ganó dos y tuvo un empate para el tercer partido. Fue recordada por haber dicho:′′Ay qué pena, le he ganado!"

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