Por Juan Manuel Roca
Con la generosidad que lo caracteriza, el gran poeta colombiano nos ha permitido reproducir este artículo de su colección personal publicado recientemente en el blog Liter-Arte a manera de efemérides de la bomba atómica sobre Nagasaki y de los Juegos Olímpicos en Tokyo. No así, estos poemas son la música de una música, como ya se percatarán al leer la introducción de Juan Manuel
El 6 de agosto de 1945 Estados Unidos lanzó la primera bomba nuclear en Hiroshima. Tres días más tarde lo hizo en Nagasaki. La ternura del asunto, el toquecito filial, radica en que el piloto, un hombre que amerita una notable membresía en la “historia universal de la infamia”, llamado Paul Tibbets, bautizó el avión que comandaba con el nombre de su madre, Enola Gay. Lo demás se sabe y también se olvida en una y otra generación. En 1965 la Universidad de los Andes y la Embajada de Japón en Bogotá, publicaron en una bella edición el libro “Poesía japonesa contemporánea”, traducido y diseñado por Carlos Dupuy, quien dice en su discreta nota introductoria, breve como la misma poesía japonesa, que “en algunos poemas aflora la angustia que ha dejado en las nuevas generaciones el terrible impacto de la primera ofensiva atómica”. Los poemas traducidos por Dupuy provienen de una edición inglesa titulada Antología de Poesía Moderna Japonesa, vertida al inglés por Ichiro Kono y Jikuyi Ionesawa. Quiero, más allá de este hecho que pesa de manera imborrable sobre lo que llamamos la humanidad, algo de lo que sin duda podrán decir y argüir más los historiadores, reproducir una muestra de la “poesía japonesa contemporánea”, ahora que los acontecimientos más concitadores señalaron a ese país como huésped del deporte olímpico. La poesía japonesa es una invitación al ascetismo del lenguaje, esquiva a la ornamentación En una rosa Hay un horizonte que tiembla en una rosa Hay un horrible mapa de sueños en una rosa Y no hay rosa en una rosa Ischiro Ando (1907-1972) Subway Todos los días comparto un ataúd con los extraños. Clavando de prisa mi propio ataúd, me dirijo a la ciudad para ser enterrado vivo. Etsuro Sakamoto (1906-1969) En la ciénaga Un pato salvaje vuela sobre la ciénaga en la claridad de la aurora. Cerca de la ciénaga duerme un viejo burdel pintado de rojo y el farol de su entrada brilla como la luna nueva Fuiyui Tanaka (1895-1966) Esto es un ser humano Esto es un ser humano, Mirad en lo que una bomba atómica lo ha convertido y cómo hombres y mujeres son reducidos a una sola forma. “Auxilio” quiere decir ese grito apagado que se escapa de los labios hinchados. Este horrible y calcinado caos que supura es un ser humano, esto es el rostro de un hombre. Tamiki Jara (1905-1951) Una plegaria Un anzuelo pende del firmamento, los dorados peces fantasmas tan solos están que muerden el anzuelo. Mandala Bocho Iamamura Las frutas están maduras y tientan a las serpientes. Las frutas fulgen. Está triste el árbol de la vida. Bocho Iamamura (1884-1924) El pulpo que no murió Un pulpo que agonizaba de hambre fue encerrado en un acuario por muchísimo tiempo. Una pálida luz se filtraba a través del vidrio y se difundía tristemente en la densa sombra de una roca. Todo el mundo se olvidó de este lóbrego acuario. Era de suponerse que el pulpo debía estar muerto y sólo podía verse el agua podrida iluminada apenas por la luz del crepúsculo. Pero el pulpo no había muerto. Permanecía escondido detrás de la roca. Y cuando despertó de su sueño tuvo que sufrir hambre terrible, día tras día en esa prisión solitaria, pues no había carnada alguna ni comida para él. Empezó a comerse entonces sus propios tentáculos. Primero uno, después otro. Cuando ya no tenía tentáculos empezó a devorar poco a poco sus entrañas, una parte tras otra. En esta forma el pulpo terminó comiéndose todo su cuerpo, su piel, su cerebro, su estómago, absolutamente todo. Una mañana llegó un celador, miró dentro del acuario y sólo vio el agua sombría y las algas ondulantes. El pulpo había virtualmente desaparecido. Pero el pulpo no había muerto. Aún estaba vivo en ese acuario mustio y abandonado. Por espacio de siglos, tal vez eternamente, continuaba viva allí una criatura invisible, presa de horrenda escasez e insatisfacción. Sakutaro Jaguiwara (1886-1942)Imagen principal: Peonia pintada en patalla (Wikimedia) Inagen adicional: Postal japonesa (Wikimedia) ______________________________________________________________________________________________ Juan Manuel Roca es uno de esos raros poetas latinoamericanos que no solo son admirados sino lo que es más importante aún: leídos. Ha publicado más de treinta libros de poesía así como también narrativa y ensayo. Ha sido galardonado como periodista, pero es como poeta que ha ganado tres veces el Premio Nacional de Poesía en Colombia y también los Premios Internacionales de Poesía Casa de Las Américas, Lezama Lima, 2007 y Premio Casa de Las Américas de Poesía Americana, 2009. En el año 2014 recibió un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Colombia. Esta es la página de Poetry International dedicada a Juan Manuel Roca