Cada vez que regresamos a la República Dominicana, tratamos de visitar diferentes sitios del país. Hace unos años, en nuestro camino hacia La Romana, paramos en una cueva recientemente abierta al público, la Cueva de las maravillas, en las cercanías de Juan Dolio y San Pedro de Macorís. Esta cueva tiene más de 500 pictografías, petroglifos y grabados taínos que están excepcionalmente bien conservados. Se la considera como una muestra de las más ricas de arte sobre roca en las Antillas. Esta cueva también posee una impresionante colección de estalactitas, estalagmitas y columnas.
En la entrada de la cueva hay un pequeño jardín de plantas nativas en las que unas eran de uso y otras servían de alimento a los taínos. Nuestro guía orgullosamente nos mostró una planta, la guáyiga, que según él solo se encontraba en República Dominicana y en las Bahamas. Mencionó que los taínos usaban la raíz de esta planta para hacer harina.
Al mirar de cerca la planta quise decirle: “No, no, usted está equivocado. Tenemos esta planta también en la Florida”. Se trataba de la misma planta que en la Florida se conoce con el nombre de coontie que la comían los habitantes prehistóricos de Glades pueblo conocido también como tequesta. Fue uno de esos momentos para decir: ¡Ajá!, cuando uno comienza a darse cuenta de que existe mucha similitud entre las plantas que hay en la Florida y las que se encuentran en varias islas del Caribe.
(Este incidente relatado me recuerda una historia de dos jóvenes muchachas en una escuela de Chicago, donde ambas llevaron su “comida típica” para un festival. Cuando ellas descubrieron que habían llevado el mismo plato, la dominicana dijo, “Ése es mi quipe”. No, ese es mi kibe, dijo la muchacha libanesa”. Muchas veces el orgullo nacional no tiene en cuenta la fertilización cruzada.)
Lo que es intrigante acerca de la guáyiga y el
coontie, en la República Dominicana y la Florida, es que dos plantas similares fueron usadas por dos grupos indígenas diferentes para tipos parecidos de comidas. Las dos especies de plantas de cierta manera son venenosas en su estado crudo (algunas personas afirman que los taínos hasta usaron esta planta como veneno de ratones), y los dos grupos indígenas desarrollaron una manera complicada y procesos similares para extraer el veneno de las raíces, después de rallarla y molerla. De modo semejante, algunos tipos de yuca también son venenosos y tienen que ser tratados de modo parecido y, es lo que hacían algunas tribus del Amazonas y otros pueblos de América.
La guáyiga y el coontie son “parientes cercanos” (Zamia debilis y Zamia pumila) de la misma familia zamiaceae. Las plantas de la familia Zamia son llamadas también guayra en La Española y guayará o guayaros (Cuba, Z. integrifolia); estas variaciones en los nombres probablemente proviene de la palabra española “guayar”.
La primera relación escrita acerca de la Zamia la hizo Bartolomé de Las Casas en 1550 en Cuba cuando escribió “hay en los montes otras raíces, que llamaban los indios guayaros”. En Cuba hay otros nombres para la Zamia integriflora, “yuquilla de paredón” y “yuquilla de ratón”; ambos nombres son alusivos a la naturaleza venenosa de estas plantas.
En Puerto Rico la planta recibe el nombre “marunquey” que es un vocablo taíno que se refiere al islote al este de Puerto Rico y tiene que ver con “raíz de una planta que da fécula”. En el inglés de las islas del Caribe, las plantas son denominadas bay-rush(Bahamas) y bulrush en las Islas Caimán.
La primera noticia de la Zamia en la Florida es de Hernando de Escalante Fontaneda, quien escribió acerca del “pan de raises” entre los pobladores de Glades. Fontaneda fue un sobreviviente de un naufragio que vivió como sirviente/esclavo durante 17 años entre los indígenas de la Florida. Sus memorias fueron escritas en 1575 y son un valioso recuento contemporáneo de la cultura indígena de la Florida durante ese período.
Aun cuando la mayoría de las informaciones acerca de la guáyiga se refiere a los usos que se hacían de esta durante la época precolombina, hay algunas referencias históricas modernas sobre el uso de la guáyiga en la República Dominicana.
A mediados de 1990, Charles D. Beeker, un arqueólogo submarinista de la Universidad de Indiana, dirigió un equipo de americanos y dominicanos que exploró varias cuevas en el Parque Nacional del Este, entre ellas la Cueva José María, a varios kilómetros del Manantial de la Aleta. En esta cueva hay muchas pictografías arregladas a modo de paneles que representan la vida, mitología, cosmología y el calendario del pueblo taíno en la provincia de Higüey.
Uno de los paneles parece que representa un trato de 1503 entre los taínos y los españoles, dice Beeker. El tributo taíno se paga a los españoles en pan de guáyiga y en esa representación consta el rallador de alimento, la plancha, un cacique y el pan entregado a los españoles. En cambio el español consiente en no molestar y esclavizar al taíno. Beeker llama este acontecimiento como “el primer trato del Nuevo Mundo”. Un año después de convenido el trato, un oficial español azuzó un perro contra un cacique taíno. El perro desentrañó al indio. Lo que dio comienzo a una guerra que terminó en la masacre de por lo menos 700 taínos.
En tiempos modernos, 1952 y 1953, en el pueblito costero de Guayacanes cerca de Juan Dolio, las plantas de zamias todavía se cosechaban y se preparaban variedades de productos alimenticios. Esta información la recogió Emile de Boyrie Moya et al y se publicó en la revista Florida Anthropologist en 1957. Las plantas de zamia crecían en abundancia en los bosques de los alrededores y se sacaban del suelo rocoso con una coa de metal, trabajo que hacían las mujeres de la familia.
Las raíces eran peladas y ralladas en un guayo de metal confeccionado sobre una plancha de metal con orificios hechos en esta con clavos y amarrados a un palo de guayo hecho de almácigo o madera de jabilla. Lo rallado caía en una batea. Luego la pulpa de lo rallado se lavaba varias veces, para quitarle el veneno, usando una arpillera y luego con una tela más fina. Finalmente una bola de fécula se extraía que se dejaba secar y más tarde se dividía en pedazos para un secado adicional. Más tarde como parte del proceso con esto se hacían varios productos.
Hojaldras– la fécula mezclada con un jarabe de azúcar con coco, canela, clavos dulces, coco rallado y leche de coco. La masa que resultaba de esto se cortaba en forma de diamante o pequeños rollos y se horneaba.
Chollas o bollos– La fécula se mezclaba con coco, agua y sal, se hacían rollos que luego se cocían al horno.
Arepas– con la misma masa de las chollas se hacían galletas que más adelante eran cocinadas en grandes recipientes de hierro.
Majablanco– la masa se mezclaba con leche, leche de coco, azúcar, especias y un poco de sal, luego se cocían en forma de copos de avena.
Chichueca – con la masa del mismo tipo de las chollas, se tiraban en cucharadas llenas en manteca de cerdo caliente para freírlas.
De Boyrie Moya informó de procesos similares con las raíces de la yuca que se hacían en tiempos posteriores en la República Dominicana. Además estos procesos de pelado, rallado y extracción del veneno fue usado en Puerto Rico en el siglo XVIII y XIX. Según una receta puertorriqueña, las bolas de fécula se dejaban fermentar hasta que los gusanos aparecieran en ellas. Luego la fécula con los gusanos se aplastaban y se freían. (¡Esto añadía sabor y proteína a la fórmula!).
En esos mismos años en la Florida los indios seminolas preparaban las zamias o coonties de una manera parecida que incluía pelarla, machacarla, rallarla y lavarla, junto con el secado. Este proceso fue adoptado de las tradiciones de los indígenas de Georgia y de otras áreas del sur de los Estados Unidos, áreas de las cuales los indios seminolas procedían cuando escaparon de los soldados americanos después del 1700.
Es sorprendente que después de presentar todas estas informaciones vaciadas más arriba, de Boyrie Moya concluyera que esta similitud en las técnicas entre dominicanos y seminolas fuera mera coincidencia y que no indicara ninguna conexión histórica entre las dos zonas. Por mi parte difiero y a mi vez sugiero que el uso de las mencionadas plantas con el proceso parecido con certeza indica que hubo contacto entre las dos áreas. Es pertinente añadir que hasta en años recientes se creyó que la expansión y exploración de América ocurrió solo después del contacto europeo. ¡Esto constituye un error infortunado de etnocentrismo y prejuicio!
En otro orden de ideas uno pudiera preguntarse porqué una persona “primitiva” en la selva osaría probar las raíces amargas de una planta desconocida y luego desarrollar un largo proceso para hacer que las raíces no fueran tóxicas. Quizá la respuesta sea “el hambre, aderezada con la precaución”. Una vez que el procedimiento se creó, quizá entonces este conocimiento se compartió por encima de las fronteras tribales, aun entre tribus que estaban separadas por montañas, ríos, desiertos y grandes porciones de agua.
Digno de mencionarse también es que los pobladores angloamericanos en Miami y Fort-Lauderdale en Florida aprendieron de los seminolas a procesar el
coontie y como resultado de eso construyeron varios molinos de fécula a lo largo de los ríos y allí procesaron toneladas de raíz de
coontie cada mes, hasta que el último molino cerró en el año 1925.
En una escala menor y más personal, un buen amigo me ha dicho que su tía ocasionalmente preparaba para él una fécula dulce en forma de gachas de avena para el desayuno y que él no sabe qué cosa era. La pregunta que uno se hace es: ¿Pudo este plato ser guáyiga?
Es una pena que haya que admitir que es demasiado tarde para él para hacer esa pregunta a su tía. Esta anécdota es un recordatorio de que deberíamos tratar de hacer más preguntas acerca del pasado, preguntas dirigidas a nuestros padres, abuelos y a nuestros familiares más viejos antes de que nos dejen y de que sea demasiado tarde.
Refrencias: “Zamia starch in Santo Domingo, a contribution to the ethnobotany of the Dominican Republic”, por Emile de Boyrie Moya, Marguerita K. Krestensen y John M. Goggin, Florida Anthropologist, nov. 1957, vol. 1, 3-4. “Organic artifacts from the Manantial de la Aleta, Dominican Republic: Preliminary observations and interpretations”, por Charles D. Beeker, Geoffrey W. Conrad y John W. Foster, Journal of Caribbean Archaeology, 2, 2001. Florida Ethnobotany de Daniel F. Austin, CRC Press, Boca Raton. Florida, 2004.
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