lunes, junio 30, 2025

Haiku

 

En el estanque

ilumina la noche

una flor de loto

 DomingoAcevedo


Foto tomada de la red.

El Máximo Gómez que pocos conocen

 


Un guerrero sin patria fija, la vida de Máximo Gómez

Máximo Gómez tenía treinta y dos años de edad cuando se incorporó a la primera guerra por la independencia de Cuba, iniciada por Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua en 1868.

Al estudiar la biografía y, sobre todo, el Diario de Gómez uno descubre el espíritu guerrero del soldado banilejo quien teniendo 16 años ya estaba incorporado al ejército, organizado por el general Pedro Santana para defender la República fundada en 1844 cuando Gómez apenas tenía 8 años de edad. Acabando de cumplir los 19 tiene su primera prueba de fuego, cuando participa, a las órdenes de general José María Cabral, en la batalla de Santomé, donde las tropas dominicanas vencieron a los más de 12,000 soldados haitianos comandados por Faustin Souloque y Antoine Pierrot, consolidando en aquel diciembre de 1855 el difícil proceso de la independencia nacional y concluyendo once años de guerra constante para convencer a los haitianos que la proclama fundadora del 27 de febrero no tenía vuelta atrás.

Toda heroicidad tiene un lado gris. Cuando se inicia el proceso restaurador, Gómez se inscribe en las reservas del ejército español y defiende la anexión a España, por cuanto, en 1865, cuando concluye la guerra, emigra a Cuba con su familia. Lo vemos entonces, junto al padre de la nación cubana participando activamente en la guerra de los Diez Años, primera vez que comparte en las filas guerreras junto a Antonio Maceo. Gómez y Maceo son los dos primeros y más importantes vínculos de la dominicanidad con Cuba, pues el padre de Maceo, un combatiente en la guerra de independencia de Venezuela, había vivido en Santo Domingo, y en segundas nupcias casó con Mariana Grajales, la madre de Antonio, quien era hija de dominicanos aunque nacida en Santiago de Cuba. Antonio Maceo pues, llevaba sangre dominicana.

Máximo Gómez se enemista con Céspedes. Era hombre, como señala su biógrafo, el general mambí camagüeyano Fernando Figueredo, que "hablaba poco y cuando lo hacía era enérgicamente, sin dar lugar a réplicas". Maceo se le apartará en alguna ocasión, aunque regresará luego con él. Y hasta con Martí tuvo su encontronazo. Figueredo lo describe del siguiente modo: "Era de figura interesante, alto, trigueño, de facciones regulares, ojos negros y pequeños, mirada penetrante, dominadora, y cabellos, bigotes y pera a la española, muy negros también". (Pera es lo que aquí llamamos "chiva", un alargamiento del pelo en la punta de la barba). Ese era Máximo Gómez, quien en la guerra de los Diez Años había mostrado por primera vez su capacidad para la guerra con su primera carga al machete.

Cuando la primera guerra concluye desfavorablemente para los cubanos, Máximo Gómez, al igual que otros comandantes, se exilia con su familia en Jamaica. Luego residirá en Honduras donde el presidente liberal Marco Aurelio Soto lo designa jefe de División del ejército y Antonio Maceo es nombrado comandante en jefe de Tegucigalpa, aspectos de las vidas de ambos próceres poco conocidos. Desde Honduras, Gómez y Maceo intentaron organizar una expedición a Cuba, que fracasó. Es en 1887, cuando ya tiene 51 años que decide volver a República Dominicana estableciéndose en Montecristi. "Sin dinero apenas y sufriendo privaciones y penalidades solamente por mí sabidas". Gómez se sintió frustrado de sus amigos cubanos. Se quejaba de que algunos fueron puestos en su camino "para castigarme, con decepciones y desengaños...aún aquellos que más quería y protegía, esos eran los más infieles a mi amistad y mi cariño", y cita entre ellos a Calixto García y al propio Antonio Maceo. Cuando se firma la Paz de Zanjón, donde el ejército libertador de Cuba capitula ante las tropas españolas, muchos de sus hombres se fueron con España. "Yo, herido en lo más delicado y con los harapos de la miseria, emprendí el camino del destierro". Llegó a Montecristi luego de pasar por las Islas Turcas y Cabo Haitiano.

En Laguna Salada, Gómez adquiere unos terrenos con dinero que le presta un amigo. Trabaja como agricultor y busca apoyo entre vegueros cubanos que le acompañaron en el exilio o que encontró en Santo Domingo. (Se les llama vegueros a los trabajadores de fincas, especializados fundamentalmente en la cosecha de tabaco). No tuvo éxito, aparte de que Ulises Heureaux lo perseguía, suponiendo que era partidario de Juan Isidro Jimenes, que lo había hospedado en su casa de Cabo Haitiano, y de que pretendía realizar una invasión a Cuba. Lilís se comprometió con el cónsul de España a "desaparecer" a Máximo Gómez por la suma de 50,000 pesos. El arzobispo Meriño le brindó apoyo, al igual que Francisco Gregorio Billini, que era su primo, y cuyos orígenes familiares eran también banilejos. Para ese momento, ya había surgido la figura de José Martí en el panorama político cubano, aspecto que era conocido por Gómez, quien recibía con frecuencia noticias de Cuba, aparte de que Martí había sido soldado a las órdenes de Gómez en la primera guerra. Fue en esa ocasión que Martí se separó del general, disgustado "por no estar de acuerdo con los métodos que nosotros empleábamos, y me dio la espalda", según el propio Gómez. Martí no estaba hecho para la rusticidad y la sordidez que la guerra exige.

Corría el año 1892. Martí viene por primera vez -viajó a Santo Domingo en tres ocasiones- en la organización de la guerra revolucionaria. Máximo Gómez olvida el agravio y lo recibe con sentido de nobleza. "Martí viene a nombre de Cuba, anda predicando los dolores de la Patria, enseña sus cadenas, pide dinero para comprar armas, y solicita compañeros que le ayuden a libertar, y como no hay un motivo, uno solo, ¿por qué dudar de la honradez política de Martí?". El general no vacila ante la propuesta de Martí de ayudarlo en la tarea revolucionaria. Ambos deciden ponerse en marcha. Salen hacia Santiago de los Caballeros, viaje que describe de forma espléndida Martí en su Diario. "La frase aquí es añeja, pintoresca, concisa, sentenciosa, y como filosofía natural". Siguen hacia La Vega, visitan el Santo Cerro. "De autoridad y fe se va llenando el pecho. La conversación es templada y cariñosa. En un ventorro nos apeamos a tomar el cafecito, y un amargo" (¿Amargo de berro?). Martí, sigue ruta hacia la capital de la República donde se encontrará con viejos amigos y se hospedará en un hotel de la calle Mercedes. Volverá meses después a Montecristi a verse con Gómez, para luego partir hacia Nueva York. "Dejamos resuelto el modo y manera de auxiliar la Revolución inmediatamente que ella surja en la isla". Un año después sin tener noticias más de Martí, Gómez viaja junto a su hijo Pancho a Nueva York, donde lo recibe el apóstol. No hay suficientes fondos, pero deciden realizar la expedición con lo que se tiene y confiados en el apoyo de patriotas cubanos y dominicanos. Gómez regresa a Montecristi a esperar la fecha. En ese interregno, el general anota en su Diario la celebración del 16 de agosto, día de la Restauración: "Día de la Patria. Se cumplen hoy 30 años justos que España fue acosada de esta tierra por el valor de sus hijos". El soldado anexionista se reivindica.

Pasan dos años desde la partida de Martí a Nueva York. Esta vez hay mejor comunicación entre ambos, vía cablegramas. El 7 de enero de 1895 regresa Martí a Montecristi. Viajan juntos de nuevo a Santiago y La Vega. El 25 de marzo firman el Manifiesto de Montecristi para realizar la "guerra necesaria". Deciden partir en una goleta desde Samaná hacia Cuba, atentos siempre al espionaje que le había montado Lilís. Para esas fechas, ya Cuba estaba levantada en armas. La prédica martiana había hecho su cosecha. En la madrugada del 1 de abril de 1895, "después de dos meses de sufrimiento y torturas", como anota Gómez, se embarcan hacia Cuba. Eran sólo seis, entre ellos el dominicano Marcos del Rosario, y los cubanos Francisco Borrero, Ángel Guerra y César Salas, además de un perverso conductor, Bastián, que busca engañarlos en la travesía. Hay traiciones y deserciones. "Nos hemos echado verdaderamente en brazos de un destino a todas luces incierto". Llegarán a la isla Gran Inagua, en Las Bahamas, a 55 millas del oriente cubano, al día siguiente. Diez días después atisban las montañas de Cuba. "Seis hombres que cualquiera diría que eran seis locos. Ninguno de los seis somos marinos, y con todo, echamos manos a los remos. Martí y César a proa, reman muy mal...yo he agarrado el timón que apenas lo entiendo que al fin se zafa y se pierde".  El 11 de abril alcanzan tierra. Al fin, llegan a Cuba. "La Providencia no nos desampara; el chubasco calma, la noche se aclara y la luna empieza a alzarse por Oriente". Gómez le otorga a Martí el grado de Mayor General. "Martí, al que suponíamos más débil por lo poco acostumbrado a las fatigas de estas marchas, sigue fuerte y sin miedo". Esperaban por ellos las escarpadas montañas cubanas. La batalla apenas comenzaba. Si Cuba no lo ha hecho, hagámoslo nosotros. La provincia Peravia habrá de ser, pronto, la provincia Máximo Gómez. No ha existido un guerrero dominicano más grande que él.

LIBROS
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    Máximo Gómez, Biblioteca Nacional, 1986, 409 págs. Lo que sucedió verdaderamente en la campiña cubana, anotado día a día por el Libertador de Cuba.
    DIARIO DE CAMPAÑA 1868-1899

    Máximo Gómez, Biblioteca Nacional, 1986, 409 págs. Lo que sucedió verdaderamente en la campiña cubana, anotado día a día por el Libertador de Cuba.

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    José Martí, Círculo de Lectores, 1997, 173 págs. Prologado por Guillermo Cabrera Infante, es tal vez la mejor edición de los diarios del apóstol cubano.
    DIARIOS

    José Martí, Círculo de Lectores, 1997, 173 págs. Prologado por Guillermo Cabrera Infante, es tal vez la mejor edición de los diarios del apóstol cubano.

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    Emilio Rodríguez Demorizi, ONAP, 1995, 117 págs. Crónica de las tres ocasiones en que Martí viajó a República Dominicana.
    LOS TRES VIAJES DE MARTÍ A SANTO DOMINGO

    Emilio Rodríguez Demorizi, ONAP, 1995, 117 págs. Crónica de las tres ocasiones en que Martí viajó a República Dominicana.

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    Minerva Isa y Eunice Lluberes, Editora Corripio, 2009, 218 págs. Publicado por el gobierno dominicano en 2009, ensayo a dos manos para resaltar el legado del gran banilejo.
    MÁXIMO GÓMEZ, HIJO DEL DESTINO

    Minerva Isa y Eunice Lluberes, Editora Corripio, 2009, 218 págs. Publicado por el gobierno dominicano en 2009, ensayo a dos manos para resaltar el legado del gran banilejo.

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    Jesús Méndez Jiminián, Prográfica, 2006, 207 págs. Recorriendo con Martí sus dos visitas a la ciudad de La Vega, en compañía de Máximo Gómez.
    MARTÍ, POR LOS CAMINOS DE LA VEGA REAL: PASIÓN Y GLORIA

    Jesús Méndez Jiminián, Prográfica, 2006, 207 págs. Recorriendo con Martí sus dos visitas a la ciudad de La Vega, en compañía de Máximo Gómez.

TEMAS - 

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.

Diario Libre.

Ramón Emeterio Betances

 


(Cabo Rojo, 1827 - París, 1898) Escritor, médico y político puertorriqueño. Autor de una obra literaria escrita en francés (lengua que dominaba con absoluta maestría), se convirtió en una de las figuras más representativas de la intelectualidad antillana del siglo XIX, y llegó a protagonizar diferentes episodios que le condujeron a la presidencia del primer gobierno provisional independiente de Puerto Rico.


Ramón Emeterio Betances

Nacido en el seno de una familia acomodada (era hijo de un poderoso hacendado que poseía numerosos latifundios y esclavos), con apenas diez años fue enviado a Francia para que cursara allí el bachillerato y, posteriormente, los estudios superiores de Medicina; durante este largo período de residencia en París (1837-1855), el joven Ramón Emeterio Betances fue adquiriendo una conciencia política de marcado sesgo liberal, que le condujo a tomar parte activa en los acontecimientos revolucionarios desatados en la capital gala durante 1848.

Al mismo tiempo, fue afirmándose en él una viva vocación literaria que le permitió darse a conocer como escritor en Francia, con dos narraciones (Les deux indiens y Courtissanes), una comedia en verso (Un cousin de Louis XIV) y un tratado científico-médico basado en su tesis doctoral (Las causas del aborto). Especial interés mereció la primera de las obras recién citadas, un bello relato romántico, de talante progresista e igualitario, en el que Ramón Emeterio Betances sustentaba la posibilidad de que una mujer española pudiese llegar a perder la vida por un indio.

De regreso a su Puerto Rico natal, tuvo ocasión de demostrar sus conocimientos médicos y sus ideas igualitarias en 1856, cuando una virulenta epidemia de cólera que arrasaba la población de Mayagüez le granjeó un merecido reconocimiento entre la población menos favorecida, a la que Betances atendió sin condiciones.

Convertido así en una de las figuras más populares de los movimientos sociales puertorriqueños, se manifestó abiertamente en contra de la esclavitud y llegó a fundar una asociación clandestina cuyos únicos fines se orientaban a conseguir su abolición. A causa de estas actividades, fue desterrado de la isla antillana en 1858, por lo que regresó a Francia dispuesto a contraer matrimonio con su sobrina María del Carmen Heuri.

Pero la joven falleció repentinamente a causa de unas fiebres tifoideas, desgracia que sumió al médico humanista en una aguda fase de desesperación que quedó bien plasmada en la narración titulada La vierge de Boriquen, un relato de acentuada morbosidad romántica en la que, desde las claras influencias del norteamericano Edgar Allan Poe, pueden apreciarse curiosas anticipaciones de posteriores aspectos temáticos y recursos formales característicos del surrealismo (imperio del absurdo, ambientación onírica, ocultismo, demencia, simbolismo numérico, etc.).

Levantado el destierro, regresó pronto a Puerto Rico para centrarse fundamentalmente en actividades médicas y en asuntos sociales que le fueron implicando de lleno en el espíritu de patriotismo nacionalista propagado por aquellos años entre buena parte de sus compatriotas. Sus publicaciones, a partir de entonces, se orientaron casi exclusivamente hacia los temas políticos, en los que cada vez más aparecía Betances como una de las voces más liberales y revolucionarias de la isla.

En 1868 tomó parte activa en el movimiento independentista conocido como Grito de Lares, de resultas del cual quedó convertido en el primer presidente independiente del gobierno provisional surgido de dicho levantamiento contra la soberanía española. Pero el fracaso de esta acción (que quedó reducida a una mera anécdota en la historia del independentismo hispanoamericano, al no contar con el apoyo de todas las fuerzas liberales) envió de nuevo al exilio a Betances, quien pronto pasó a vincularse con las luchas en favor de la independencia de Cuba.

Siguió cultivando la escritura, ahora volcada al género periodístico y a los asuntos socio-políticos que constituían el eje de sus preocupaciones. En Nueva York fundó, en compañía de otros camaradas, la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico, desde la cual emprendió una campaña periodística que le permitió difundir sus artículos emancipadores por Venezuela (a través de las publicaciones El Federalista y La Opinión Nacional) y, en general, por todo el ámbito caribeño, donde dejó estampados numerosos artículos firmados bajo el pseudónimo de "El Antillano".

La ironía satírica de que hacía gala Betances en estos trabajos periodísticos, sumada a su facilidad para el cultivo de un estilo directo y ameno (desprovisto de la grandilocuencia retórica que, por aquel entonces, solía gravar el discurso político periodístico), convirtió al autor en uno de los intelectuales más leídos de todo el Caribe, donde postuló la necesidad de fundar una Confederación de las Antillas y supo prevenir (sin dejar de cuestionar la soberanía española) sobre el peligro que suponía el establecimiento de fuertes vínculos de dependencia con el emergente imperialismo de los Estados Unidos de América.

En su idealismo revolucionario, llegó a soñar con unas Antillas convertidas en una especie de ámbito neutral desde el que se pudiese contribuir al sostenimiento de las relaciones entre todos los pueblos y naciones del mundo. Esta ideas, expuestas con decisión y valentía en una publicación parisina (la Revista Latinoamericana), no contaron con el apoyo de las fuerzas sociales que podían haber contribuido a su consolidación; pese a ello, Ramón Emeterio Betances dejó un notable influjo en los intelectuales y políticos progresistas caribeños posteriores, quienes le reconocieron como uno de los principales forjadores de la conciencia antillanista y le situaron como eslabón ideológico entre dos figuras tan relevantes del independentismo como el venezolano Simón Rodríguez y el cubano José Martí.

Su presencia en las esferas políticas internacionales llegó a cobrar tal importancia que el propio Emilio Castelar se vio forzado a mover poderosos hilos que le impidieron seguir publicando en Le XIXe. Siécle, de París, toda la información emancipadora que periódicamente enviaba como "Courrier des Antilles". A pesar de ello, Ramón Emeterio Betances desempeñó un brillante papel en la primera guerra independentista cubana, al cabo de la cual se tomó un respiro en su intensa actividad política para volver a dedicarse a la investigación científica.

Así, en 1872 publicó en Francia un tratado sobre los orígenes del tétanos, obra a la que siguieron otros escritos de idéntica naturaleza científico-técnica, como una memoria sobre uretrotomía (1887), un libro sobre el cólera (El cólera. Historia, mediadas profilácticas, síntomas y tratamiento, 1890) y una serie de artículos sobre salud pública que vieron la luz en el rotativo madrileño El País. Aunque ya casi había abandonado la escritura de ficción, todavía por aquellos años dio a la imprenta Les voyages de Scaldado, un relato entreverado de denuncias sociales.

Ya contaba con sesenta y cinco años de edad cuando el movimiento independentista cubano y puertorriqueño encabezado por José Martí y el Partido Revolucionario Cubano le sacaron de su letargo para devolverle, con nuevos bríos, a la palestra pública antillana. De nuevo tomó la pluma para llenar periódicos y revistas (principalmente, La République Cubaine, de París) de su prosa liberal y emancipadora, siempre al servicio de una ideología republicana, independentista, antillanista y antianexionista.

Pero su sueño de ver convertidas las Antillas en una poderosa Confederación que pudiese marcar, desde la neutralidad, el equilibrio entre el norte y el sur del continente americano, se hizo añicos a raíz de la intervención de los Estados Unidos en la lucha anticolonial, circunstancia que le sumió en un apesadumbrado abatimiento del que ya sólo habría de sacarle su inminente deceso.

Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «Biografia de Ramón Emeterio Betances» [Internet]. Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/betances.htm [página consultada el 30 de junio de 2025].

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