El poema "Profecía" de Domingo Acevedo es una profunda y melancólica reflexión sobre la pérdida de la memoria y la resistencia del amor frente a la devastación de la guerra y el paso inexorable del tiempo. El autor construye un universo lírico donde el pasado y el presente se fusionan, y la experiencia personal del poeta se entrelaza con una tragedia de dimensiones casi míticas.
El Conflicto Central: La Profecía de la Soledad
El poema se articula en torno a un conflicto existencial: la profecía de una vida marcada por la soledad y la tristeza, heredada de la experiencia de la guerra. El poeta, que se identifica como un "soldado vencido," ha perdido su amor y su infancia en la vorágine del conflicto. A pesar de reconocer este destino trágico, su alma se rebela contra él. El amor perdido no es solo un recuerdo, sino un anhelo que lo impulsa a buscarlo "más allá de la profecía," en un acto de resistencia que desafía el destino fatalista que se le ha impuesto.
La Guerra como Metáfora de la Deshumanización
La guerra en este poema no es un simple escenario, sino una fuerza omnipresente y destructiva que consume la humanidad. Se describe con una imaginería brutal y sensorial: "cenizas ensangrentadas," "sangre y metralla," "fragor de las noches inciertas." Esta violencia no solo mata cuerpos, sino que también aniquila el alma, transformando a los "milicianos" en seres que pierden su humanidad.
El "fuego helado de un invierno eterno" es una poderosa oxímoron que simboliza el vacío emocional y la parálisis espiritual que la guerra deja tras de sí. Es el calor de la batalla que se convierte en un frío eterno, un dolor crónico que congela el alma y la memoria. Los "soldados muertos" con "el rostro de miedo" son fantasmas que persiguen al sobreviviente, recordándole la crueldad de la que fue testigo y partícipe.
El Anhelo de la Infancia y el Amor
Frente a la desolación de la guerra, el poeta busca el refugio en la memoria del amor y la infancia. El amor perdido es la única salvación posible, el punto de fuga de su destino. El acto de buscar a la amada "entre los espejos rotos" y en los "aposentos imaginarios" sugiere que esta búsqueda es tanto real como mental; una inmersión en los fragmentos de la memoria para reconstruir lo que se ha perdido.
La "infancia diluida entre la sangre y los laureles" es una de las imágenes más conmovedoras del poema. Muestra cómo la inocencia (la infancia) se ha corrompido y disuelto por la violencia (la sangre) y la falsa gloria (los laureles) de la guerra. Sin embargo, la única esperanza reside en "la ambarina levedad de tus ojos," que representa la belleza, la luz y la pureza que aún persisten en el recuerdo, a pesar del olvido.
La Figura del Soldado y la Resistencia
El poeta se presenta a sí mismo como un "soldado vencido" y un "hombre marcado por la tristeza milenaria," lo que lo convierte en un arquetipo de la desilusión. No es un héroe de guerra, sino una víctima que ha sobrevivido para atestiguar la futilidad del conflicto. No obstante, su verdadero valor no reside en la batalla, sino en su negación a rendirse ante la profecía del destino. Su búsqueda del amor es un acto de rebeldía, una declaración de que, incluso después de siglos de dolor y deshumanización, el anhelo y la esperanza pueden sobrevivir a la muerte del espíritu.
En esencia, "Profecía" es una oda a la resistencia de la memoria y el amor frente al horror. Aunque la guerra puede robar la inocencia y el alma, no logra apagar por completo la llama del afecto, que sigue ardiendo y buscando la luz "más allá de la profecía."
Profecía
Perdí tu amor hace siglos
entre la soledad muda de los libros
y las cenizas ensangrentadas
y calientes
de las batallas inacabables
de imposibles victorias
que en el fragor de las noches inciertas
azotadas por un viento lúgubre
siempre torturaron mi alma
de soldado vencido
pero a pesar de mi soledad profética
no puedo renunciar a ti
aun sabiendo que soy un hombre
marcado por la tristeza milenaria
de los milicianos que fueron a la guerra
a morir por un extraño idealismo
que los fanatizó de tal manera
que nunca alcanzaron a entender
que en esa vorágine eterna
de sangre y metralla
perdían su humanidad
y se morían lejos
en la soledad de su crueldad
consumidos por el fuego helado
de un invierno eterno
que aún guarda congelado
el rostro de miedo
de los soldados muertos
en la última batalla
de la guerra del fin del mundo
y yo que sobrevivo a los designios
no me resisto a perderte
y te busco más allá de la profecía
entre los espejos rotos
de los aposentos imaginarios
donde mi infancia
diluida entre la sangre
y los laureles
agoniza tras la ambarina
levedad de tus ojos
que me miran desde el olvido
más puro de tu alma
Domingo Acevedo.