por Daineris Mancebo Céspedes y Yailín Alina Bolaño Ruano
Las circunstancias actuales exigen, cada vez más, la integración de los pueblos como vía para enfrentar las pretensiones de las potencias mundiales. Un imperativo fundamental para los pueblos de “nuestra América” es la urgente integración. Muchos factores así lo condicionan. Hasta el clima conspira contra el equilibrio mundial, y los Estados Unidos gastan anualmente 700 millones en la confección de armas nucleares e insisten en convertir los alimentos en biocombustibles, ideas que comparten otros países desarrollados sin atender al daño que le hacen a las naciones del Tercer Mundo, incapaces de sostener esta empresa. Si a esto le agregamos la crisis alimentaria, pudiéramos afirmar que más de 3000 mil millones de personas están condenadas al hambre y la miseria. Acentuando esta situación los altos precios del petróleo en el mercado mundial. Es por tanto inminente que se creen convenios de cooperación y ayuda mutua entre los diferentes países de América Latina y el Caribe para imponernos en este mundo cada vez más neoliberal. Uno de los más importantes convenios creados para el fortalecimiento del logro de una base económica sólida entre los países de América Latina es precisamente el ALBA, que aunque brinda beneficios a los países integrantes en la misma todavía no se encuentran la mayoría de los países latinoamericanos y principalmente los del Caribe. Esta última con características singulares si se toma en cuenta su propio desarrollo histórico así como sus relaciones políticas y económicas que mantienen con sus antiguas metrópolis.
En medio de esta coyuntura siempre es necesario acudir de manera priorizada al ideario de los grandes próceres latinoamericanos del siglo XIX, entre los cuales se destaca José Martí, quien en su época se interesó por los problemas más acuciantes de la región. En este sentido planteó la idea de unificación del mundo antillano, como método de defensa de nuestros territorios. Pero también como forma de garantizarles a estas islas el logro de sus aspiraciones independentistas. Es necesario aclarar que la idea de confederación antillana no siempre estuvo vinculada al objetivo independentista. En este sentido autores como el político Emilio Castelar, el editor del periódico Las Antillas, Feliciano Herreros de Tejada, establecieron propuestas de ligas y confederaciones, sin embargo dichas ideas unionistas no rompían el marco de la dependencia y de la discriminación en estas colonias antillanas[1], cuestión no compartida por el Apóstol, para quien era imprescindible alcanzar la libertad y de ahí dar los primeros pasos como repúblicas independientes hacia la integración.
José Martí es uno de los hombres que integra la vanguardia antillana de la segunda mitad del siglo XIX. Fueron varios los factores que contribuyeron al desarrollo de su pensamiento político y social, en aras de elaborar una estrategia revolucionaria continental:
1 Su nacimiento en Cuba a mediados del siglo XIX en el seno de una humilde familia de la pequeña burguesía urbana.
2 Su temprano descubrimiento de la existencia de la esclavitud en su país.
3 La asimilación de la herencia patriótica de su país a través de las enseñanzas de su querido maestro Rafael Maria de Mendive.
4 La condición colonial de Cuba y el inicio de la guerra independentista en 1868, fecha en la que a pesar de tener sólo quince años participa en ella de manera indirecta.
5 La experiencia terrible en la adolescencia, del presidio político, que le revela los horrores del colonialismo y termina de forjar su carácter.
6 El conocimiento de la estructura y funcionamiento político de los diversos países a los que visitó. Martí desde muy joven tomó partido con el sector más oprimido y explotado de las sociedades antillanas y su profundo conocimiento sobre los problemas del continente americano le hizo tomar conciencia de la necesidad de una unión defensiva de los países de nuestra región amenazados por las potencias extranjeras.
Es válido aclarar que el control de las riquezas del Caribe desde la época de la conquista ha sido objeto de codicia por parte de naciones como Francia, Inglaterra, luego Estados Unidos, sólo por mencionar algunos y por tanto crear una liga antillana constituye un muro capaz de detener la intromisión foránea.
La radicalización del pensamiento martiano se evidencia a partir de sus viajes a países de Latinoamérica, y sobre todo después de 1889. En tal sentido coloca en un primer plano las complejidades socioeconómicas de la región. Sin embargo se suele considerar que hasta los años 1885, 1886 o 1887, Martí se adhiere a los ideales del liberalismo. Después de estas fechas sus concepciones sobre la problemática política y social del continente van radicalizándose cada vez más a la luz de las experiencias vividas, es decir, sus estancias en México, Guatemala y Venezuela, anterior a 1882, le llevan ya a una toma de conciencia crítica acerca de los regímenes “liberales” latinoamericanos.[2]
Otros momentos importantes en la vida de José Martí fueron su estancia en los Estados Unidos, donde reside quince años, y su presencia en las dos conferencias panamericanas celebradas en Washington entre 1889 y 1891. Ratificando en estos cónclaves que los imperialistas estadounidenses se aprestan a lanzarse sobre las Antillas, y más tarde sobre el resto del subcontinente. Martí había hurgado en las raíces históricas de la amenaza imperial; en tal sentido se compromete a la lucha por la unidad continental. Su tarea es muy amplia debido a que centra su atención no sólo en los problemas de Cuba sino en los del continente, para lo cual pone en evidencia su enorme capacidad de trabajar constantemente por la unión de los pueblos de la región.
La idea de la unión de las Antillas en el pensamiento martiano esta signado por la necesidad de frenar el empuje que ejercen los Estados Unidos sobre los pueblos libres de la América Hispana, oponiéndoles unas Antillas libres e integradas a la gran patria común.
Así se fue conformando el ideario antillanista de José Martí, a partir de la comprensión de los problemas de su tiempo. Hubo otros nombres que conformaron la nómina de Libertadores antillanos, entre los más importantes podemos mencionar a los puertorriqueños Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos, Segundo Ruiz Belvis; los dominicanos Gregorio Luperón, José María Cabral; y los cubanos Francisco Vicente Aguilera, Juan Manuel Macías, Antonio Maceo y Máximo Gómez (cubano y dominicano). El prócer puertorriqueño Betances, desde sus años de estudiante, se compromete a favor de la independencia de Cuba y Puerto Rico, y por consiguiente a la libertad en el resto de las Antillas. A partir de entonces todo su quehacer revolucionario ulterior estuvo en la creación de una Confederación Antillana.
A esta idea llegaría Hostos, quien en enero de 1869, junto con Betances y Basora, se vinculará a la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico, cuyo objetivo esencial fue la promoción de los ideales confederacionistas. Hay que destacar que dicha sociedad no fue muy numerosa y tuvo mayoritariamente participación cubana y puertorriqueña.
Es válido subrayar que en todas estas figuras se puso de manifiesto el conocimiento de nuestras islas, dotadas de una unidad geográfica e histórica, cultural, en esencia una unidad nacional. Dichos elementos demuestran la conformidad de una unidad antillana. No obstante ello no implicaba la diferencia de criterios en uno y otros. A pesar de que tenían criterios diferentes, estos hombres constituyeron las posiciones más radicales en sus respectivos países en relación a su concepción antillana. El Apóstol irá elaborando nuevas ideas y dentro de ella la referida a la necesidad de la búsqueda y obtención del equilibrio del mundo.
Es preciso reflexionar en torno al concepto martiano del equilibrio en lo relativo al lugar que ocupan las Antillas, como garantía para la solución y la obtención de la unidad. Esta idea, como se ha afirmado, es abordada por el Apóstol en el año 1889, etapa importante porque marca la radicalización de su pensamiento. Martí centra su atención en las islas pertenecientes a las Antillas Mayores, Cuba y Puerto Rico debido a que, una vez lograda su independencia, conformarían una comunidad latinoamericana bajo principios de igualdad y libertad. Existe por tanto para Martí una doble necesidad de equilibrio.[3] Solamente la emancipación de las Antillas puede garantizar el equilibrio necesario; pues de no ser así seriamos meras esclavas de nuestro destino. Con la unión de las Antillas y la América latina independiente formaríamos una fuerza equilibradora en nuestro continente.
El ideal antillanista martiano se expresa reiteradamente en varios documentos, entre los cuales podemos citar la carta enviada a Serafín Bello, desde New York, en noviembre de 1889. En la misma hace referencia a las pretensiones de Estados Unidos sobre Cuba y las Antillas. Pues según su concepción: “Llegó ciertamente para este país, apurado por el proteccionismo, la hora de sacar a plaza su agresión latente…, los pone sobre las islas del Pacífico y sobre las Antillas, sobre nosotros”. [4]
En el tercer año de existencia del Partido Revolucionario Cubano, Martí escribe el medular artículo “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano: el alma de la revolución y el deber de Cuba en América”, en el que se extiende sobre el asunto y explica su idea del peligro que representa el imperialismo yanqui sobre las Antillas. Al respecto escribió:
en el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder,—mero fortín de la Roma americana; —y si libres—y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora—serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio —por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles—hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo. [5]
El Delegado precisa que las repúblicas antillanas que nazcan como resultado de la derrota del colonialismo español deben tener cuidado con errores cometidos por sus nuevos gobernantes. No deben imitar servilmente los modelos extranjeros. Ya que la realidad social antillana debe surgir de la vida de nuestras sociedades y no de copias de otras naciones.
Martí fue un hombre profundamente comprometido con la causa de la revolución antillana, con la obtención de la independencia de Cuba y Puerto Rico. Para el Apóstol, este proyecto revolucionario antillano implicaba deberes de lucha por la igualdad racial, contra las desigualdades sociales, así como el establecimiento de gobiernos democráticos republicanos. Debe recordarse que uno de los proyectos que Martí concibió para la región fue la creación de una federación antillana, de esta forma se darían los pasos necesarios para convertirse en una gran fuerza política que impida el expansionismo y el anexionismo de dichas naciones a los Estados Unidos. La única causa justa será por tanto la solidaridad antillana, de cuyos exponentes podemos tomar los casos de Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico. Un acercamiento entre estas pequeñas naciones llamadas “las tres Antillanas hermanas” contribuirán a frenar la codicia del poderoso vecino del norte.
El 18 de mayo de 1895, un día antes de caer en combate en los campos de Cuba Libre, Martí expresa la estrategia mayor de su lucha en carta al amigo mexicano Manuel Mercado:
Mi hermano queridísimo: Ya puedo escribir, ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía y mi orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber—puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo—de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin. Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos—como ese de Vd. y mío, —más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino, que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia, —les habían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato de ellos. Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: —y mi honda es la de David.[6]
Su larga estancia en los Estados Unidos y las vivencias que tuvo de la sociedad y el sistema de vida norteamericano le hizo comprender las verdaderas intenciones de nuestro vecino del norte. Martí a diferencia de otros políticos de su época pudo avizorar y desenmascarar a aquellos que se consideraban partidarios del modo de vida norteamericano en América Latina. Es por tanto necesario que el Apóstol conciba la unidad continental como un frente capaz de detener las proyecciones expansionistas y anexionistas de los Estados Unidos. En tal sentido Martí concibe unas Antillas libres y soberanas. Basadas en el mantenimiento de los principios de soberanía nacional y poder del pueblo. Por todos es sabido que el Maestro es fiel defensor de la igualdad común y el respeto de los derechos y libertades políticas de todos los ciudadanos. De ahí su lucha constante contra los regímenes caudillistas que se han apoderado de muchos pueblos de América Latina, a los cuales Martí critica enormemente; y alerta a las Antillas sobre este peligro inminente. Exhorta a los hombres de buena voluntad a sacar de esta amenaza una lección útil para el futuro de la historia política de sus repúblicas. Todos estos elementos sirven de base a una expresión importante del ideario martiano una república “con todos y para el bien de todos” en la cual reinaría la justicia y la igualdad entre los hombres, aunque como sabemos el proyecto revolucionario y de república de Martí se concebía para el bien de todos aun cuando no contaba con el respaldo unánime de todos los cubanos.
José Martí escribió en los días cercanos a su desaparición física un grupo de cartas que hoy conocemos como testamentos. Lo hizo tal vez preocupado por dejar plasmado puntos esenciales de su pensamiento.
De tal manera se considera como su testamento literario, la epístola dirigida a Gonzalo de Quesada el 1 de abril de 1895, su testamento antillano el contenido en la carta enviada al intelectual dominicano Federico Henríquez y Carvajal fechada el 25 de marzo de 1895, su testamento político en la conocida carta inconclusa enviada desde los campos de su Cuba a su amigo mexicano Manuel Mercado el 18 de mayo de 1895 y como su testamento pedagógico la correspondencia enviada a la niña María Mantilla el 9 de abril de 1895 y el testamento familiar en la carta a su madre Leonor Pérez el 25 de marzo de 1895. Con respecto a su testamento antillanista Martí expone a su amigo y hermano, la necesidad de los pueblos de América que ya han alcanzado su independencia, que deben de buscar la forma de autogobernarse y dar paso al desarrollo de sus pueblos. Que promuevan la educación de los elementos ignorantes de la sociedad. Reflexiona sobre la importancia de velar por los intereses de los más oprimidos. Al respecto precisa:
… yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir, callado. Para mí, ya es hora. Pero aún puedo servir a este último corazón de nuestras republicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo[7]. Vea lo que hacemos, usted con sus caras juveniles, y yo, a rastros con mi corazón. “de Santo Domingo ¿Por qué le he de hablar? ¿Es eso cosa distinta de Cuba?”
Esta idea la escribió el 25 de marzo de 1895 ya rumbo a la guerra, el mismo día que firma con el dominicano Máximo Gómez, el Manifiesto de Montecristi con el cual da a conocer al mundo las razones del conflicto bélico, como hemos valorado antes.
En Martí “nuestra América” o “madre América” se extiende desde el Río Bravo hasta la Patagonia. Pero en este extenso territorio se encontraba una nación independiente como Brasil, que no es de origen hispánico; y las Guyanas, tres colonias en el Norte de Suramérica, que tampoco lo son; al igual que parte de una isla independiente, Haití, y decenas de islas aún en estado colonial que, no son parte de la América Española, aunque comparten un pasado colonial y en algunos casos, una economía parecida.
Para Martí Haití, por la cercanía e importancia de su posición geográfica, su pertenencia al mundo de los pueblos oprimidos que como Cuba, Puerto Rico y República Dominicana estaban amenazadas por el naciente imperialismo norteamericano, es parte integral de su concepto de nuestra América. Aún más: Martí incluye a Haití en el ámbito del Antillanismo, independientemente de la discreción a que le obligaba las realidades políticas de la época de no ostentar públicamente sus relaciones con Haití.
Por consiguiente José Martí concibió un programa de acción continental para impedir la expansión Norteamericana hacia el Sur del Continente. De ahí su afán de establecer en las Antillas una nueva sociedad como valladar al desarrollo del imperialismo. Las antillas españolas eran consideradas por el Apóstol importantes en la geopolítica de la región, debido a su relación próxima con la apertura del canal de Panamá; por tanto la independencia de estas islas contribuirían a que Estados Unidos no se expandieran sobre sus vecinos del Sur.
Las Antillas eran importantes para el gobierno norteamericano debido a que ayudaría a evitarles un enfrentamiento con las grandes potencias europeas, pero también permitiría al vecino del Norte desarrollarse como nación. De singular alcance es esta apreciación del revolucionario cubano, que supo ver las nacientes rivalidades interimperialistas, y el significativo papel que le correspondía a estas islas del Caribe.[8] Tal era el protagonismo histórico de esta región, debido a que su soberanía sería la garantía de la de Nuestra América.
Por supuesto que no podemos esperar de Martí una concepción global del Caribe idéntica a la que tenemos hoy. Para el Apóstol el concepto de Antillas es lo referido a las Antillas Hispanas, a la que él llamó “las tres hermanas antillanas”. Sin embargo no dejó de ser sensible a una visión antillana. Así por ejemplo habló en 1882 de “este raudal de cariño, en que nos hemos sentido como uno con los dominicanos, haitianos y jamaiquinos, con los cubanos tenaces de Santo Domingo y los industriosos de Haití y los inolvidables de Jamaica”.[9]
José Martí supo ver similitudes entre Cuba y otras Antillas, su memorable ensayo así llamado, de 1891 concluye: “del Bravo al Magallanes, sentado en el lomo del Cóndor, negó el gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva”![10]
En el caso de Cuba tuvo que enfrentar los problemas sociales, fundamentalmente lo que atentaban contra la unión de los cubanos, de manera que atacara por muchos medios problemas acuciantes de su tiempo histórico como el racismo, los conflictos en la emigración cubana y en varias ocasiones expresar que más que solucionar los problemas políticos de la isla era necesario solucionar la problemática social. Igualmente su acción tuvo expresiones significativas en el progresivo acercamiento a la emigración revolucionaria y desarrolló una labor encaminada a su superación intelectual en momentos supremos como el apoyo a la Liga, sociedad que se proponía difundir la instrucción entre los emigrados de Cuba y Puerto Rico.
Todo el ideario que guía a la Revolución Cubana muestra la esencial raíz antillana, caribeña de un José Martí, que expresó “Patria es humanidad”, es decir está lejos de negar su condición antillana.
Pero, como hemos advertido más arriba, las concepciones antillanistas martianas no fueron exclusivamente teóricas, sino, que como el resto de su obra política, tuvo expresiones prácticas a fin de viabilizarlas, y siempre tomando como base lo mejor de la tradición patriótica de pensadores y luchadores relevantes.
Como antecedente a las propuestas unionistas de nuestras islas, en octubre de 1876 salió una publicación independentista cubana, La voz de la patria, editada en New York. En la misma se señalaba la creación de una potencia o personalidad internacional por medio de la Confederación de las Antillas. Un importante líder revolucionario participante en la Guerra de los Diez Años llegaba a la idea de la unión antillana por el camino de la independencia. Para lo cual propone formar una nueva republica asimilada a nuestra hermana Santo Domingo y Haití. Ese insigne hombre fue Máximo Gómez quien dejó constancia de sus criterios en relación con la unificación de los territorios del Caribe insular.
Pero sin duda alguna, si de vanguardia antillana nos referimos, uno de sus exponentes más importantes en la segunda mitad del siglo XIX fue José Martí. Al tomar plena conciencia de la necesidad de una unidad defensiva de los países amenazados por las potencias extranjeras, la unión era sinónimo de muro o valladar.
Pensaba el apóstol que la creación de dicha alianza serviría para contrarrestar los nuevos mecanismos de penetración y dominio económico que desde la primera mitad de la década de 80 los Estados Unidos estaban logrando poner en práctica en relación con México, la República Dominicana y, a través de España, con Puerto Rico y Cuba.[11] Y llega a la conclusión: “vendrán los Estados Unidos a ser dueños de todas las Antillas”. Aún cuando Cuba y Puerto Rico no han logrado siquiera poner fin al poder colonial español nuestro vecino del Norte da muestras de sus macabras intenciones.
Con la definitiva expulsión del colonialismo español en Cuba y Puerto Rico, será el primer paso de la estrategia revolucionaria continental prevista por Martí. Estas dos tierras hispanas van a ser parte integrante de la familia hispanoamericana continental. Y contribuirán a la justicia de las Antillas y, porque no, al equilibrio del mundo; por supuesto en estrecha relación con nuestras islas hermanas de Santo Domingo y Haití. Sólo los hombres de corta visión eran incapaces de comprender el plan estratégico del Apóstol a través de Cuba y Puerto Rico. Ellas eran el puente esencial para salvar o mantener la independencia y seguridad en las Antillas, y de hecho la completa liberación de Nuestra América.
Notas
[1] Cfr: Ramón de Armas: “La vanguardia antillana de la segunda mitad del siglo XIX y la estrategia revolucionaria continental de José Martí”, en: Anuario del Centro de Estudios Martianos (CEM), No.16, 1993, pp. 109.
[2] Martí estuvo en México entre 1875 y 1877, en Guatemala desde marzo de 1877 hasta julio d e 1878 y en Venezuela en el primer semestre del año 1881, Cfr Jean Lamore: “José Martí frente a los caudillismos de la época liberal ( Guatemala y Venezuela)”, en: Anuario del Centro de Estudios Martianos No. 3, 1980.
[3] Cfr: Julio Le Riverend: “El historicismo martiano en la idea del equilibrio del mundo” en: Anuario del Centro de Estudios Martianos, Vol.2, 1979, pp. 135.
[4] José Martí: Obras Completas, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t 1, pp. 255. En lo adelante al citar la obra de Martí lo haremos, salvo indicación contraria, a esta edición de sus Obras Completas
[5] José Martí: Obras Completas, tomo 1, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 160.
[7] La idea del significado de las Antillas para asegurar la independencia Latinoamericana, salvar las mejores tradiciones democráticas en los propios Estados Unidos y contribuir así al equilibrio del mundo, para evitar el choque de intereses en América entre las potencias europeas y Estados Unidos, constituye uno de los conceptos medulares del pensamiento político martiano y sustento de su estrategia continental de liberación nacional. Estos análisis acerca de los problemas afrontados por las naciones hispanoamericanas después de la independencia y la manera en la cual habría de organizarse la republica cubana desde la propia guerra para sortear esas dificultades, son temas esenciales de la reflexión política de Martí. Cfr: Testamento de José Martí: “Testamento Antillanista”, en: Centro de Estudios Martianos (CEM), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1996, pp. 7.
[8] Pedro Pablo Rodríguez: De las Dos Américas, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002, pp. 222.
[9] Cfr: Roberto Fernández Retamar: “José Martí antillano”, en: D el CaribeNo.2, 1983. Este trabajo fue leído en la Cuarta Conferencia Anual de la Asociación de Estudios Caribeños celebrada en Ciudad de La Habana en julio de 1982.
[11] Cfr: Ramón de Armas: “La vanguardia antillana de la segunda mitad del XIX y la estrategia revolucionaria continental de José Martí”, en: Anuario del Centro de Estudios Martianos (CEM), No. 16, 1993, pp. 123.
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