Guerreros invencibles del Aconcagua.
Esta noche
solitarios guerreros
danzan en los pergaminos del tiempo
alrededor de una luna
de plata
parecen mariposas
danzando en el viento
tratando de alcanzar
un sueño
una luz perdida en
los lejanos suburbios de la alborada
fantasmas que
recorren los Andes
atravesando senderos
amazónicos
buscando entre los
residuos de la historia
los restos
incinerados de la utopia
encendiendo hogueras
apagadas por el llanto
para que nuevamente
iluminen de esperanza
las aldeas remotas de
los Mapuches
hechos de amor y
ternura
de un sentimiento tan
profundo
que los ata por
siempre a la tierra
por la viven y mueren
guerreros invencibles
del Aconcagua
hechos de barro y
agua
habitantes de más
allá del río Maule
araucanos bravíos
eternizándose en el
tiempo
raza que emigra desde
el dolor y el sacrificio a la gloria
hoy por un sendero de
sangre que viene del pasado
un centauro herido se
aleja a morir en mi voz
Abro las puertas del tiempo.
Abro las puertas del
tiempo
y me alejo por un
camino de lirios y azucenas
a encontrarme contigo
en los umbrales de la alborada
en donde tú
con el corazón repleto
de ternura
sobre un unicornio
del cristal
bajo el embrujo de
una luna llena
cabalgas hacia mis
brazos
en busca de un sueño
Testimonio.
Hoy he querido dejar testimonio de la insignificante grandeza de
nuestras vidas
decir que sobre la primavera
que con sus manos fecundas hicieron florecer en nuestra memoria los
abuelos
construyeron una gran ciudad
que de esa tierra que en mi corazón es un canto
no queda nada
sólo recuerdos
recuerdos edificados sobre las cenizas de nuestra nostalgia
recuerdos tan enraizados en mis palabras
que en mi voz anidan los pájaros fabulosos de mis sueños
que más allá de la polvorienta geografía de mi cuerpo iluminan los cubículos del olvido
en donde la civilización enterró para siempre toda nuestra alegría
ya que en nuestra forma simple
de ver la vida no advertimos que el
mundo de más allá de la alborada
ambicionaba nuestras tierras
y que la modernidad avanzaba inexorable hacia nosotros
triturando entre sus fauces todo lo que encontraba a su paso
que por el camino real a menos de una hora de distancia a pie
la ciudad como un espejismo en nuestras miradas azoradas
resplandecía
con sus románticas avenidas
con sus ventanales que todas las tardes daban al mar
con sus luces que con sus
cuchillos dorados herían el corazón de las sombras
con sus pomposos edificios preñados de sueños
con sus mujeres de algodón que vestían sus corazones con las luces primeras
del alba
para no morir de pena atrapadas por la soledad
con sus escuálidos hombres atrapados
en la fantasía de sus vidas vacías
con sus ruidosos automóviles
ebrios de distancia
y sobre todo sus noches bulliciosas
con sus casinos
donde el azar y la ambición
atrapaban a los hombres en sus tentáculos imposibles
con sus cines de melancolía de la Duarte y la Mella
donde la quimera llevaba a los espectadores en un viaje sin retorno por
los túneles infinitos de la fantasía
y el mar Caribe con sus barcos
fantasmas esfumándose en el horizonte
las vidrieras de las tiendas que atrapaban nuestros sueños en el
bucólico encanto de querer tener y no poder
y mirábamos hacia dentro de nosotros mismos
y terminábamos parados frente al espejo de la vida harapientos y
descalzos
en un mundo ajeno y extraño
como extraño éramos nosotros en ese mundo
y de nuevo volvíamos a nuestras tierras
en donde la vida transcurría sin más
prisa que ir a los conucos
andar por los montes maroteando alguna fruta de lástima
arrear vacas hacia las distantes regiones del rocío
cazar pajaritos endebles para mitigar el hambre de toda la vida
y en las noches alrededor de la hoguera los abuelos en una danza nos
hablaban de sus hazañas remotas
de su largo viaje sin retorno hasta llegar aquí
de la crueldad del látigo en sus espaldas
de cuando lucharon contra el hombre blanco por su libertad
de sus anhelos por volver al África
y de sus raíces enterradas en
estas tierras que abonaron con sudor y sangre
tierra
en que a pesar de todo
siempre serán extraños
al final de la jornada sin más luces que la de la luna y las estrellas
nos alejábamos por los caminos
que los grillos iluminaban con su canto
gritando a viva voz la alegría de compartir en una danza la vida
al llegar al hogar con la piel pegajosa de oscuridad
dar un beso a mis padres
pedir su bendición
salir al patio
y bajo las estrellas
darme un baño de inmensidad y rocío
y luego acostarme en mi hamaca
hasta que el sol de un nuevo siglo nos traiga la esperanza
que perdimos en el duro batallar contra la modernidad
Domingo Acevedo.
Rep. Dom.
ALBORADA DE MARIPOSAS AZULES.
No fui más que un niño que siempre anduvo perdido en sí mismo
en los conucos lejanos del abuelo Ismael
aprendí de la vida todo lo que sé hoy
fueron los potreros del tío Juan mi escuela
y en las lejanas regiones del rocío
era donde podía mirarme al espejo
y encontrarme tal cual era
un niño hecho de ceniza y barro
con la mirada torva perdida en el infinito
un niño que escribía todas las tardes en los pergaminos del viento
su historia envejecida en su dolor vegetal
era toda mi alegría poder correr por el bosque
hasta cansarme y terminar de bruces
entre los arbustos mágicos de las tardes
hablar con los animales y los árboles
pasear en el viento más allá del horizonte
y regresar en las nubes al lugar de donde nunca partí
y encontrarme como siempre
arrullado entre los brazos de mis padres
que me cubrían de la lluvia
que con su corazón de azucena
iba dejando pedazos de cielo dormidos en mi piel
todas las tardes mi madre y yo
nos sentábamos bajo la sombra del gran árbol azul
a mirar como los pájaros ebrios de clorofila
se escondía detrás de las murallas del horizonte
mientras
una peregrinación de mariposas
ancladas en los ventanales del ocaso
agonizaban en la mirada quimérica de un ángel
hoy no hay más alegría que este
canto bajo esta luna de jade
por el camino del alba
las huellas del rocío
se evaporan entre los pies descalzos de un sol precoz
que siempre en noviembre
pasa de largo a esconderse entre los matorrales atardecidos de la distancia.
alborada de mariposas azules heridas por los puñales del otoño
junto al fogón doña Lola hierve jengibre que ofrece al paladar
para ahuyentar a los duendes del frío
y en un rincón de la memoria
Cató todavía fabrica con sus manos de ternura
los colores del amanecer
y en algún rincón de mi alma la
abuela Mamá Tita
recolecta los residuos perdidos de nuestro pasado
muchas veces ella y yo imaginábamos escuchar en la voz destemplada del
viento
el lejano sonido de nostálgicas tamboras
grito de guerra
canto de amor
danza que en las noches aun nos libera del peso de una historia amarga
que escribieron con su sangre nuestros abuelos
para que mi voz
quinientos años después
pudiera abrir las puertas que el tiempo creyó haber cerrado para
siempre
nací en esta tierra que tiene el color del olor del topacio
donde los colores vegetales de la primavera se levantan
como una ola que inunda todos los rincones del bosque de mariposas
que al morir van dejando un rastro efímero de luz, arco iris coagulado
en una lágrima
por el camino real
el tío Alberto regresa
parece flotar sobre la tenue oscuridad
del atardecer
la tía Agustina en la ventana lo
ve llegar
espera como siempre que él
lleve las vacas a los corrales
se dé un baño
vaya a la ventana
le dé un beso
y luego se sienten todos en la mesa a cenar.
en las noches mi padre
como un fantasma se perdía entre las sombras hacia las carboneras
a vigilar los hornos
para que el fuego no consumiera los sueños
y así poder derrotar el hambre
que acechaba entre los resquicios de las horas más largas del verano.
primavera insular
caserío perdido junto al bosque del olvido
flamboyán amarillo
anacahuita de cristal
bajo los limoncillos florecidos
la tía Tatín con su escoba
arrincona contra los espejos de la tarde
las cenizas que deja el otoño en la mirada de la tía Aurora
que aún busca en su interior
el camino de regreso al paraíso que nos robó la modernidad
ignora ella que morirá arrinconada contra sus sueños
sin volver a ver el sol
desde los ventanales primaverales del alba
El
centauro
Recuerdo con pena,
como hace ya más de quinientos años de la llegada del hombre blanco a estas
tierras, que las compartíamos diversas criaturas del bosque en paz.
Ellos después de
construir rústicos poblados que después se fueron convirtiendo en hermosas
ciudades, en su inmenso egoísmo, no se conformaron con la tierra que
tenían y se fueron adueñando poco a poco
y a la fuerza de todos los territorios de más allá del horizonte, donde
habitábamos nosotros en, no valió que
resistiéramos, los caminos se fueron tiñendo con la sangre de las
creaturas de bosque, todo el que se
opuso fue aniquilado.
Yo el último
sobreviviente de aquellas batallas, el heroico y solitario guerrero de las
sombras, el que no pudo ser vencido por la crueldad del hombre blanco, el que
no cayó en sus engaños y trampas, el más temido y odiado, derrotado por el
cansancio y la modernidad, no me quedó más que disfrazarme de humano para poder
sobrevivir a la crueldad del hombre. Cuanto me costó adaptarme a sus defectos,
y miserias, a su injusticia, a su inhumanidad.
Hoy que el tiempo ha
pasado, envejecido en mi soledad casi eterna, arrastrando el dolor del
extermino ya no puedo, no tengo fuerzas para seguir escondiendo por más tiempo
lo que soy, es por eso que he decidido tirarme de este precipicio hacia la
libertad.
Y se hace poesía
A veces tu nombre rueda por los bordes de una
lagrima
y se hace poesía
una canción
Con la inocencia.
Con la inocencia de un niño
traté de atrapar el tiempo en mis palabras
y se me escapó en la mirada
Los alfileres de la ausencia.
Clavados en mi voz
los alfileres de la ausencia
hacen sagrar de olvido mis ojos
Por el camino.
Por el camino sin edad del olvido
un fantasma se aleja llorando
sus lagrimas dejan un rastro de lirios en la
noche
y en los pergaminos del tiempo
una luna de ausencia gravita en tus ojos
allá, más allá.
Allá
más allá de la noche que flota sobre las tibias
aguas del mar Caribe
hay un horizonte de barcos anclados en la nada
El PLD
la corrupción
Felix Bautista
el déficit fiscal
el metro
las obras sobre valuadas
Víctor Díaz Rúa
el hoyo
la reforma fiscal
el paquetazo
la mentira
doscientos cinco mil millones de pesos
el FMI
el robo de los fondos públicos
el senado
Reinaldo Pared Pérez
la cámara de diputados
Abel Rodríguez
el barrilito
el hombre del maletín
la subasta
los onerosos contratos mineros
loma Miranda
el presidente nuevo
con sus funcionarios viejos y corruptos
Leonel Fernández Reina
artífice de la falacia
Protagonista de la mentira
maestro en el arte de robar
las protestas
el juicio público
la condena
la vice
el teatro
telemicro
canal cinco
la voz oficial de la desinformación
las poses
el circo
Gómez Díaz
la clase media
los pobres
el dengue
el colera
los apagones
la falta de agua
la delincuencia
la inseguridad
el narcotráfico
el microtrafico
la policía
los swat
los linces
los toppos
especializados en la represión y el crimen
contra la población civil pobre e indefensa
y nuevamente los pobres
navegando a la deriva entre los sueños
y la realidad amarga de la marginalidad
sin tener a donde ir
no nos queda más que resistir
Sueños
perdidos en los conucos.
Son las seis de la
tarde, detrás de la casa papá prepara su montura. Julia es una burra que nos ha
acompañado en un gran trecho de nuestras vidas, ha estado ahí, en las buenas y
en las malas, sobre su lomo nos ha llevado por todos los confines de esta
tierra y más allá, a la ciudad en donde no hay espacio para los humildes labradores
que llenos de harapos por sus calles inhóspitas venden sus sueños perdidos en
los conucos y por las que pregonan a viva voz: verduuuras, yuuuca,
aguaaaaacates, maaaaangos marchanta llevo carbooon, venga marchanta que llevo
huevos criollos, para después de vender nuestros productos por miserables
monedas, perdernos nuevamente en el monte con todos nuestros sueños a cuesta.
Ya la montura está
lista, León juguetea entre nuestras piernas alegre, salta, ladra, mientras
Julia nos mira con toda su ternura resumida en sus ojos tristes. No me acuerdo
cuando llegó a casa pero la recuerdo de toda la vida, desde siempre, desde que
tengo uso de razón.
Estamos detrás de la
casa, bajo la mata de capá, mi madre, mi hermano Juancito, y yo, Felipe y Ñonó
no se por donde andan. Ya mí padre está preparado al lado de Julia, se despide
con un gesto de la mano y se monta, yo corro y me aferro con ternura a una de
sus piernas y luego me alejo para ver como él, mí padre, se aleja por el camino
en sombras a un lugar perdido en el monte, León
va tras él ladrando y saltando alegre, nosotros nos quedamos parados en
medio de la noche hasta que ellos se pierden en la oscuridad.
Allá en un claro del
monte mi padre tiene un horno hecho de troncos secos para hacer carbón vegetal,
para luego venderlo en la ciudad. Tiene que cuidarlo, por eso es que amanece
todas las noches vigilándolo para que no se incendie porque sino en vez de carbón sólo encontrará
cenizas.
En la carbonera, a la
intemperie dormirá sobre algunos sacos de cabuya que lo cubrirán del frío de la
noche y los mosquitos, acompañado de los grillos y las estrellas, las lechuzas
y los murciélagos. A su lado León gruñirá a los fantasmas que rondan la soledad
de la noche en el monte, él y Julia no desampararán a mi padre por nada del
mundo, estarán siempre a su lado protegiéndolo de toda maldad escondida entre
el silencio nocturno y la oscuridad.
Mañana tempranito,
antes que salga el sol, mi madre, Juancito y yo iremos a encontrarnos con mi
padre, les llevaremos un poco de café y algo de comer ya a esa hora el carbón estará listo para llenar
cuatro o cincos sacos para acomodarlos en el lomo de Julia y regresar a la casa,
para de inmediato mi padre tomar el camino hacia la ciudad y venderlo a algún
comerciante para traernos de comer para unos cuantos días.
Una luna de
jade en un cielo cuajado de sangre.
Un
lirio roto
una
mariposa herida
un
horizonte de pájaros agonizantes
un
sol atrapado tras los cristales del tiempo
una
anacahuita recostada contra la última tarde del otoño
un
camino herido por el llanto
un
mar de topacio
una
embarcación repleta de gritos que salpican la historia de lágrimas
una
hoguera congelada en la mirada del invierno
un
cañaveral de sombras donde se cuece el dolor
un
trapiche de látigo y sudor
una
tambora que llora en las noches claras del verano
una
luna de jade en un cielo cuajado de sangre
un
unicornio moribundo junto al sendero de la alborada
donde
un relámpago de cadenas rotas dejan en el viento
un
murmullo de huellas que se alejan por el camino de la gloria y el sacrificio
hacia
la eternidad
Un centauro.
Con una herida en
el corazón
postrado ante el olvido
agoniza un centauro
en sus ojos anegados de eternidad
una luz se apaga
postrado ante el olvido
agoniza un centauro
en sus ojos anegados de eternidad
una luz se apaga
Un enjambre de perros azules
Hay pasos ahondándose en la espesura de la incertidumbre
y más allá de la inexactitud del tiempo
un enjambre de perros azules arañan la noche
La luna lo sabe
Este camino que se pierde entre mis ojos
no lleva a ninguna parte
la luna lo sabe
por eso todas las tardes se entretiene a jugar en el horizonte
con las golondrinas
Heridas de ausencia
Estas dos palomas que huyen de mis ojos
heridas por la ausencia
sin ninguna oportunidad de regresar del olvido
se diluyen en la inmensidad del tiempo
En este viaje hacia el olvido
atrapado en propia soledad
he llorado tantas veces mi vida
que no se si de verdad vivo o muero
He acumulado tanto dolor en mis recuerdos
que en mis ojos hay una herida que no cierra
Hay un niño herido en mi voz
Ya no se a donde voy
me he perdido en los laberintos
de la incertidumbre
buscando una salida para escapar
a tantos recuerdos
Estas dos lágrimas que ruedan por mi rostro
Arrastran consigo todo espeso amargo de mi edad
Aquí
arrinconado contra los últimos vestigios del tiempo
la vida se desvanece en la nada
La tarde llegó silenciosa
enterró sus cuchillos de sal en mi memoria
y se alejo cantando
Mis huellas vienen de ninguna parte
Mis huellas vienen de ninguna parte y se pierden en una ciudad donde la
soledad y el olvido se adueñan de todas las cosas.
Todos estos tiempo en caminado en circulo alrededor de la nada sin darme
cuenta lo rápido que se han ido todos estos años, llevándose con ellos parte de mi
vida.
Esta mañana me he mirado al espejo y me he visto tan desamparado que
lloré imperturbable mi desdicha se ser humano.
No había nubes enjauladas en el cielo.
No había nubes enjauladas en el cielo
ni pájaros prisioneros en el viento
ni árboles enclavados en la tierra
ni mares encerrados en el horizonte
sólo estaban mis
ojos agonizando eternamente
en el camino real
Domingo Acevedo