A principio de la década del 1960, ahora no recuerdo la fecha, mientras Chobolo y Ñoñó,
que en esa época eran dos mozalbetes, paseaban por el campo del golf del hotel Embajador,
encontraron dos niños llorando, un varón y una hembra, eran blancos y rubios
y estaban muy bien vestidos, diferente a los niños que poblabamos esa zona, que éramos pobres
y de color negro y que generalmente andábamos vestidos de harapos.
Ellos a verlos asustados y desamparados tomaron los niños y lo llevaron a la comunidad
de la Esperilla, que era donde habitábamos.
Para que tengan una idea de cómo era el lugar, era una comunidad semi rural del Distrito Nacional,
que hoy no existe como tal, y estaba ubicada entre la calle privada, al oeste, el hotel Embajador,
al este, la calle 27 de febrero al norte y el farallón al sur, hoy en el cateto que conforman la avenida
Bolívar y la Núñez de Cáceres hay un espacio que conserva el nombre de la Esperilla aun..
Recuerdo el rostro de los niños que ya no lloraban, el pelo rubio, la piel blanca y sus ojos
azules verdosos asustados o quizás llenos de de agradecimiento y asombro, al verse rodeado
de tantas personas tan diferentes a ellos.
Indudablemente su llegada fue una atracción para una comunidad donde rara vez sucedían
cosas trascendentes, cuando se corrió la voz nos juntamos todos a contemplar los niños debajo
de la mata de limoncillo de la tía agustina.
Ese era el centro de la comunidad, ya que allí estaba la pulpería de Andrés Longo,
en donde alrededor de la única vellonera del lugar se juntaban los hombres del pueblo
los domingos contarse entre canciones tristes y tragos de ron palo viejo,
repetidas historias carcomidas por los años .
Al caer la tarde, vimos la polvareda que levantaba un auto Mercedes Benz que se aproximaba
hacia nosotros a gran velocidad. A parte de la motoneta de Ulises , el esposo de doña Zira
la mamá de Fafa Taveras, no conocíamos otro auto, por eso nos extrañó verlo llegar,
raudo hasta nosotros.
Del auto se desmontó una hermosa mujer rubia como los niños que los abrazó
con ternura por largo tiempo en su regazo, luego agradeció el hecho de haberles
cuidado sus hijos y se marchó de prisa como había llegado.
Esa señora era la esposa del embajador de Alemania en el país. Días después volvió
y supimos que se llamaba Erika van Almsick, que al ver el grado de pobreza en que estábamos
sumidos, en un gesto de agradecimiento por lo acontecido se reunió con los habitantes del pueblo
y se comprometió a ayudarnos a desarrollarnos.
La única escuela que tenía la comunidad sólo tenía un solo salón que también servía de capilla,
con un maestro que venía esporádicamente.
Nos construyó dos salones más y un dispensario médico, con maestros y médicos permanentes,
así mismo en la escuela teníamos un conuco, una hortaliza y una granja con puercos alemanes
y gallinas ponedoras que atendían los hombres del pueblo con ayuda de los estudiantes
y técnicos que ella nos trajo, con desayuno en la mañana y merienda en la tarde,
también un lugar con juegos infantiles y una bomba de donde se extraía el agua del subsuelo,
ya que este preciado líquido teníamos que irlo a buscar a la inmediaciones del campo del golf
del hotel Embajador.
También reconstruyó las casas que estaban en mal estado, consiguió trabajo en los Molinos
Dominicanos a algunos hombres de la comunidad, y todos los fines de semanas
nos traía raciones de alimentos de la Alianza para el Progreso y prendas de vestir
a los más necesitados.
Ella tenía una distinción especial por mi madre Consuelo Acevedo, la abuela Mamá Tita
y mi hermana Juana María a la que decía Juana Mery, Todavía de esa época trabaja
una señora en la nunciatura.
También nos trajo a las monjitas de la Nunciatura, Sor Refugio, Sor Inés y Sor Milagros
para las cuestiones religiosas y algunas catequistas que prepararon a los niños para hacer
la primera comunión en el Seminario de la 27 de febrero con Lincoln,
donde hoy está la PUCAMAIMA, en donde Felipe, León,
Ñoñó entre otros niños se hicieron monaguillos.
Con ella conocimos la magia del cine y un día de reyes nos preparó un gran acontecimiento
en el patio inmenso de la tía Tatín, con reyes magos reales, camellos del zoológico nacional,
con Pedro Maria y el niño jesús de carne y huesos y juguetes y golosinas, esta actividad nos impactó
de tal manera que nunca la hemos olvidado.
Cuando estalló la guerra en el 1965 perdimos contacto con ella, hace unos años por Gestiones
de Pedrito un amigo de Nigua, hice contacto con ella y nos vimos en el hotel en donde
estaba hospedada, recordamos el tiempo ido y no he vuelto a saber de ella, pero debo decir aquí
que nosotros los habitantes de la Esperilla estamos eternamente agradecidos de doña Erika,
la esposa del embajador de alemania como la conocíamos y en donde este les deseamos
larga vida y toda la felicidad del mundo.
En ese tiempo era apenas un pequeño niño que no pasaba de tres a cinco años,
pero en mi memoria guardo todos estos recuerdos.
Domingo Acevedo.
24/9/13