I
Niños hechos de
arcilla y ternura
hechos de
sonrisas y sueños
hechos de semen y
rocío
niños que llenos
de ilusiones
vagan perdidos
a través de las
horas ensangrentadas
por las luces de
un mañana
que no existe
de mis manos
una mancha
púrpura
resbala hacia la
noche
en que el
silencio
amordaza las
bocas hambrientas
de los pequeños
fugitivos
que se escapan de
esta vida
sin entender que
la muerte
es un oscuro
laberinto
de donde nadie
nunca ha regresado
niños que vienen
y van
hambrientos
desnudos
descalzos
andrajosos
con la mirada
triste
y el corazón
resentido
si sobreviven
serán el producto
de una sociedad
que trituró su
inocencia
y los condenó
a ser esclavos de
sus sueños
niños que habitan
los profundos
recintos
de los arrecifes
del Mar Caribe
palomitos
pequeños
prostitutas
tiernas
ladronzuelos
furtivos
qué será de
ustedes
qué será de
nosotros
limpia botas
breves
pregoneros matinales
de un mundo que
retrocede
dando tumbos
vendedores
pequeños
que ofertan como
mercancía
en los semáforos
su dolor
a una sociedad
que en vez de ser
receptiva
o por lo menos
indiferente
les escupe sus
caritas infantiles
y golpean sus
caderas
y los maldicen
con su odio feroz
niños que habitan
el inmenso
espacio de la miseria
donde el hambre
es un demonio
que llena de
rencores
sus corazones
y donde el llanto
es un largo
camino de asfalto
y la alegría una
utopía
de la gran ciudad
donde la
violencia desgarra
el breve encanto
de las mariposas
umbral marfilino
que revolotean en
el umbral marfilino
de sus labios
niños
en una esquina en
penumbra
de la gran ciudad
tropecé con ellos
olían cemento
en su inocencia
pretendían volar
al cielo
para alcanzar las
estrellas
y entre mis
brazos
se durmieron
trémulos
acurrucados en mi
pecho
hambrientos de
ternura y amor
balbuceando
palabras
que no pude
entender
y nunca más
despertaron
Este poema está dedicado a todos los niños del
mundo, que deambulan
sin rumbo por las calles
Domingo Acevedo.