lunes, febrero 01, 2021

Gloria eterna comandante.

 Febrero era gris entonces


Playa lejana

silencio de olas y espumas

silencio de polvo y arena

silencio de Caracoles

Barcarola de sueños y de ternura

uniformes

botas y fusiles

mochilas cargadas de ilusiones

guerrilleros que se alejan de la playa

rumbo a las montañas

donde el frío muerde la noche

y la muerte cabalga en el viento

y se esconde entre los árboles trémulos

y acecha uniformada

y sigue el rastro húmedo

de sus pasos sobre la hierba mojada

febrero era gris entonces

y los días 

se trasnocharon borrachos

en el silencio de los cobardes

que tenían las manos temblorosas

y la boca llena de baba

y en la sangre la angustia

y la desesperación

por haber anidado en el alma la traición

ellos Coronel

inexplicablemente callaron

la presencia de ustedes en Caracoles

pero hoy después de tantos años

hacen de tus sueños un afiche

y de febrero un escenario de flores y aplausos

cobardes

que todas sus vidas han hablado

de revolución

pero nunca han tenido el valor de empuñar un fusil

y hacer patria

seudo revolucionarios

que menstruaron de temor

blasfemos

que hacen delirar a la multitud

con sus discursos enérgicos

efímeros astros

que brillan un opaco 

firmamento de sangre

frívolos camaleones

hiedras venenosas

que van dejando tras de sí

las huellas indelebles

de la muerte y el luto

ellos te vendieron Coronel

a los vampiros

que ahogan en sangre

las más mínimas aspiraciones de libertad

de los pueblos que como el nuestro 

luchan por alcanzar la luz 

a los monstruos pálidos y crueles

que habitan en el norte de la tierra nueva

y quienes se creen con el derecho

de regir el destino del mundo 

febrero era gris entonces 

y tu piel un rastro en la arena

que se alejaba de la playa

rumbo a las montañas

donde tu voz de fusil

aún truena lejana

y hace temblar

a esos generales indecentes

que se cagaron en los pantalones

cuando supieron de tu presencia

en Caracoles

porque ellos

nunca tuvieron tu estatura

ni tu valor

ni tu heroísmo

por eso llamaron

a sus amigos del Pentágono

quienes precisaron

la necesidad de tu muerte

y ordenaron

que enviaran la jauría tras de ti

que ávida y sedienta de tu sangre

temerosa

te buscaba incesante

entre el hambre y la fatiga de los días

eternos de febrero

donde la muerte

se escondía entre los árboles trémulos

y acechaba uniformada

la muerte

hacía su ronda cotidiana

febrero era gris entonces

y la tarde entristecida

mezcla de pólvora y sangre

se despedía furiosa

entre el ruido de los fusiles

y los gritos de los hombres

que no podían concebir

la ternura de las flores

porque menos que las bestias

no tenían noción del amor

ellos nacieron para matar

y disparaban ráfagas interminables

contra el tiempo y los árboles

contra el viento y las flores

contra la aves y las piedras

cautelosos seguían tus huellas

que ya no iban a ninguna parte

sabían que en algún lugar

te encontrarían vencido

y te arrancarían del pecho la ternura

para entregársela al tirano

como trofeo por la hazaña

de tu crimen inútil

al tirano sumiso y leal

ante los que lejos

de nuestras fronteras

propiciaron tu muerte

hoy

los encuentro en cualquier lugar

mostrando sus medallas y ascensos

e inventándose historias fantásticas

sobre tu muerte

hay hasta quienes han escrito libros

pero ellos ignoran

que tienen una deuda de sangre

que más temprano que tarde

la historia les cobrará con creces

porque yo sé Comandante Román

que tu crimen no quedará impune

rumor de plenilunio

en un aserradero abandonado

quedó el coronel herido

cuidando de su amigo moribundo 

- seguid vosotros

romped el cerco tendido

venced la muerte

que airada nos busca

la muerte que no descansará

hasta encontrarnos 

y destrozar con su odio nuestra carne

nuestros sueños

y no les importe el hambre

ni la fatiga

ni el frío

ni lo largo del camino

ni que la noche sea oscura

seguid inexorables

hacia la aurora

y construid sobre las cenizas 

de nuestros huesos la esperanza

andad seguid sin mí

y sed cautos

que la muerte está ahí

escondida entre los dientes afilados

de las piedras

entre las hojas pálidas

la muerte 

mecánica

absurda

fría

ciega

uniformada

la muerte

mezcla de sangre y lodo

vomitando su pus nauseabundo

su pus amarillento y hediondo

vomitando cuajarones de odio

la muerte está ahí violenta

amarga

real

febrero era gris entonces

y entre sueños

y promesas inútiles

te hicieron prisionero

y te ataron

eran hombres crueles

asesinos por convicción

y te llevaron ante los generales

que complacidos te observaron

y gozaron impotentes

torturando tu carne

y después trituraron tus huesos

y un general

con su odio repugnante

te disparó cobarde

y la bala ciega

cumplió la orden de muerte

de aquel canalla

y después 

quemaron tu cadáver pero tu carne

resistió el odio y el fuego

y te enterraron 

en un valle lejano y sombrío

donde la angustia irrevocable

de tus huesos

dejó un rastro amargo de sangre

sobre la tierra

boquiabierta y sedienta

y

hoy 

después de tantos años

ellos les temen 

al silencio retorcido de tus huesos

a tu nombre 

porque ellos saben que un día

el pueblo se levantará

con tu ejemplo

y hará justicia

y entonces

necesariamente

no habrá lugar en esta tierra

ni para los canallas que vendieron tus sueños

ni para los criminales

que cobardemente te asesinaron



Al coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, 

y a los que junto a él murieron en las frías montañas 

de la Cordillera Central, tratando de alcanzar una estrella.


Domingo Acevedo.


















Fotos tomadas de la red.




domingo, enero 31, 2021

Poesía negra.

 

Pergamino de lágrimas.

 

Mi voz dibuja en un pergamino de lágrimas

un lejano horizonte de caña y sangre

en donde el tiempo acumula

en un rincón de mi alma

voces quebradas por el látigo

homicida del amo

 

Un negro llamado Lemba.

 

Hombres que emergen del mar

con las miradas enfermas de codicia y sangre

levantando entre sus manos un estandarte de luto

tainos petrificados en el ámbar de la tarde

dos razas heridas en su inocencia

por la espada y la cruz

rastros de sal y sangre que se bifurca en el tiempo

que se pierde en el follaje de la tarde

pergaminos de lágrimas que humedecen los sentidos

tamboras que repican en las noches claras del adviento

y por el camino ensombrecido del medio día

jinetes acorazados van tras las huellas

de un negro llamado Lemba

 

Barcos negreros



En su itinerario de horror

barcos negreros vomitan cadáveres en una mar de topacio

anidan  en el viento voces quebradas por el látigo

trapiche oxidado por un dolor ancestral

areito fúnebre

batey desolado

aluvión sangriento

sudor que al tocar la tierra se convierte en sangre

miradas de sal derretidas por el sol

cadenas que atan a la quimera al canto de las luciérnagas

luna que todas las noches llora sobre las ceibas

caminos de luto y gloria

cruces clavadas en el útero de la inocencia

corazas plateadas en donde se enseñorea la muerte

pasos que se pierden entre las sombras en donde se cobijan los sueños

pechos reventados por un rayo carnívoro

grito diluido en la memoria de una raza que se extinguió  en su heroísmo

llora el tiempo en el pecho de la noche  que el viento enlutece

isla perdida en la ruta del sol

antigua y ambigua

ubicada en un cateto de azúcar y sangre

puerta de jade por donde penetraron los caballos apocalípticos

a perforar con sus arcabuces la tierna inocencia de los taínos




Trampa ancestral



Pedazos de luna derritiendo entre los espejos de las madrugadas

espada vencida por la gloria

relámpago anfibio

torbellino de  luz

tres naves carnívoras navegando entre la bruma  de agosto

hacia las luces y las sombras de octubre

boca llena de una luz mineral

trampa ancestral

junto al sendero del ocaso un lirio resplandece

sonidos de tamboras en la voz destemplada del viento

trapiche desolado

cañaveral ensangrentado por un sonido de cadenas rotas

danza victoriosa

litoral de cenizas

lágrimas de cera en los ojos de la quimera

y más allá del resplandor amarillo de las olas que iluminan el amanecer

cadáveres mutilados chorrean sangre sobre los pergaminos de la historia





Negra Antillana


            I


Negra Antillana

en tu sangre llevas el ritmo tropical

del Caribe imperial

reina del mar y los caracoles

reina del amor y la ternura

reina de la melaza y del guarapo


            II


Negra majestuosa

alegre y sensual

amo tu piel color aceituna

de la que te sientes orgullosa

porque sabes que exótica

de África la flor más hermosa


            III


Negra dulce y encantadora

deidad que aún suspira

en el dolor de la historia

que los esclavos escribieron

con su sangre en América


            IV


Deidad que habita en las noches

alegres de los bateyes

y vive en los cañaverales

y en los cafetales en flor





            V


Y permanece en los días

Interminables de las zafras

donde tu presencia dulcifica

la vida de los hombres

que hacen del duro trabajo

una canción de amor


            VI


Negra antillana

simple

inmensa

esencia de siglos

sueños de atabales

ritmo de tambores

es amargo nuestro azúcar

pero dulces tus labios que anhelo






África


África

te llevamos dentro de nosotros

donde corres impetuosa

como un río que infla

nuestras venas de orgullo


            II

Lates en nuestros corazones

como un tambor

que enciende nuestra sangre

de ritmo y pasión


            III

África

tan lejos y tan cerca

como el horizonte

de una primavera tropical


            IV

Oscura y dulce como el azúcar crema


            V

Liviana y simple como una mariposa


            VI

Alegre y tierna como una doncella

enamorada por primera vez


            VII

África

aquí en nosotros

tú vives en América




Trópico de fuego



Trópico de fuego

cañaveral de sangre

ingenios oxidados por el dolor

senderos perdidos en la memoria

hombres tendidos al sol

con el alma encadenada

a los sueños

y más allá de la angustia púrpura

del látigo en la espalda

la libertad es un canto





Un sendero de sangre


Ay negro

cuando quisiste ser libre

nadie pudo detenerte

por un sendero de sangre

tus huellas van tras

la alborada





Pergamino de lágrimas


Mi voz dibuja en un pergamino de lágrimas

un lejano horizonte de caña y sangre

en donde el tiempo acumula

en un rincón de mi alma

voces quebradas por el látigo





Hogueras de sangre



Largos caminos de viento y de sal

naos repletas de voces

que se ahogan en la noche

rastro infinito de cadáveres en el mar

raíces sembradas en el viento

miradas aplastadas

bajo los escombros rojizos de la tarde

huellas congeladas en la memoria

hogueras de sangre iluminado en el cielo

pasos que se pierden en un siglo de sangre

trapiches olvidados junto al sendero

de un trópico lejano

tamboras

maracas

danza

sudor

rotas las caderas

no puede el látigo

huérfano de toda humanidad

acallar el canto

que brota del cañaveral.





Tu historia


Es la tambora

la única que sabe tu historia

no es el látigo

que en tu espalda

levanta surtidores de sangre

en tu piel

no es el sol que derrite

tus sueños

ni es el amo

ay negro

es la tambora

la que en cada sonido

cuenta tu historia





El Látigo


Del látigo al salario

tu historia

siempre ha sido la misma

negro

la vida por nada

en el trabajo dejas




Negro


Negro

no olvides que vienes de África

que con tu sangre en América

también se escribe la historia



Negra



            I

Negra

ven a los brazos del negro

que la noche es breve


            II


Ven

que el amo duerme


            III


Ven

que el amor te libera




La reina


Negra

que habitas en el ritmo

de los atabales

que gritan tu procedencia

cuando en las noches

bajo las ceibas florecidas

de estrellas

las manos sudorosas de los hombres

despedazan a ritmo

los cueros de las tamboras

para que tú

coronada de ilusiones

seas la reina del batey




Piedra de sacrificio


Esta herida que tengo en el costado izquierdo

de la memoria

no deja de sangrar mariposas amarillas

en mi voz

mi voz que llegó de África a este continente

desnuda y con grilletes

en una carabela que iba vomitando cadáveres

por los mares sin retornos del tiempo perdido

dejando en los salones memorables de la noche

un cementerio de muertos innombrables

que permanecen intactos en las urnas funerarias

del viento

esta herida que tengo  en el costado izquierdo

de la memoria

no deja de  sangrar mariposas amarillas

en mi voz

en mi voz de tambor ancestral

que ilumina con su canto

los azules rincones del agua

eco luminoso

manantial de luz que brota

de las heridas del tiempo

piedra de sacrificio

raíz de árbol sagrado

hoja petrificada tras el ambarino cristal

del otoño

cuchillo de sal que hiere la eternidad

canto de guerra

alarido de muerte

mi voz

llanto de sirena en un océano envenenado

de cadáveres fosforescentes

lluvia de caracoles dormidos en el alma

ala de guaraguao

nido de aves fantásticas

sonido de selva tropical

mi voz de cañaveral y trapiche

de guarapo y melaza

de algodón ensangrentado de sudor

y espanto

mi voz

por el sendero  que une los dos continentes

un sonido de cadenas rotas ilumina la historia



El amor te libera



            I


Negra

ven a los brazos del negro

que la noche es breve


            II


Ven

que el amo duerme


            III


Ven

que el amor te libera



Sebastián Lemba


Ven aquí negra mía

y deja que la luna

de seda y ternura

te vista la piel

vamos

que en los manieles

repican las tamboras

anuncian que Sebastián Lemba

las cadenas rompió

y los negros en América

libres ya son



De África


De África a los trapiches

de los trapiches a los manieles

de los manieles a la aurora

venturoso es el camino

que lleva negro a la gloria




Naos repletas de voces



Largos caminos de viento y de sal

naos repletas de voces

que se ahogan en la noche

rastro infinito de cadáveres en el mar

raíces sembradas en el viento

miradas aplastadas

bajo los escombros rojizos de la tarde

huellas congeladas en la memoria

hogueras de sangre iluminan en el cielo

pasos que se pierden en un siglo

de luces y sombras

trapiches olvidados junto al sendero

de un trópico lejano

tamboras

maracas

danza

sudor

rotas las caderas

no puede el látigo

huérfano de toda humanidad

acallar el canto

que brota del cañaveral.




Estruendo de arcabuces


Estruendo de arcabuces

perforan las paredes del tiempo

Anochece

el mar salpica de cadáveres

los azules rincones de  la distancia

arde  la noche

en la memoria

pasos desnudos huyen

y un  galope desenfrenado  de caballos

acorrala en la oscuridad

los gritos y las voces de los guerreros

que con su sangre iluminan el camino

de la esperanza

piedra de dolor

inerte la carne

mudas las tamboras

una hilera de hombres y mujeres vencidos

miran azorados a sus verdugos

y al compás de la muerte

el látigo y las cadenas danzan

amanece

por un océano de sangre

una embarcación se aleja



 Un lirio roto



Un lirio roto

una mariposa herida

un horizonte de pájaros agonizantes

un sol atrapado tras los cristales del tiempo

una anacahuita recostada contra la última tarde del otoño

un camino herido por el llanto

un mar de topacio

una embarcación repleta de gritos que salpican la historia de lágrimas

una hoguera congelada en la mirada del invierno

un cañaveral de sombras donde se cuece el dolor

un trapiche de látigo y sudor

una tambora que llora en las noches claras del verano

una luna de jade en un cielo cuajado de sangre

un unicornio moribundo junto al sendero de la alborada

donde un relámpago de cadenas rotas dejan en el viento

un murmullo de huellas que se alejan por el camino de la gloria y el sacrificio

hacia la eternidad


 



Evidencia


Yo que transito en el tiempo recolectando estrellas

tengo la maleta repleta de recuerdos

de nombres viejos y olvidados

de muertos ignorados de mi infancia

que solo yo recuerdo

cuando rebusco entre las cenizas del olvido

y mis manos tocan con ternura

los huesos de mi viejo linaje

y en mi memoria se encienden milenarias hogueras

y en mi pecho un tambor late

y África como una evidencia

es una lágrima entre mis ojos

cuando miro el camino real

que se pierde más allá del horizonte



Anaqueles del alma 

Mis padres  

en un éxodo interminable 

poblaron las lluviosas regiones del sur 

de ellos conservo en los anaqueles de mi alma 

las cadenas que ataron su origen  

a un destino incierto 

los recuerdo en las tardes mirando el horizonte 

buscando entre las sombras 

el sonido de alguna tambora lejana 

nunca fueron felices 

toda mi alegría es la tristeza que de ellos heredé 

y en algún rincón de mi alma 

la abuela Mamá Tita todavía recolecta 

los residuos perdidos de su pasado 

la lluvia como siempre 

va dejando huellas de sal sobre las paredes del silencio que teje mantos de sombras  

con los que se arropa la soledad 

y aprisiona en las claras habitaciones del agua 

la alegría de ese niño 

que detrás de los espejos de mis ojos 

no deja de llorar 


A mis padres 



Guerrero de ébano

I

Las huellas heridas de un centauro

Se pierden entre la espesura del bosque

dejando un rastro de sangre en la mirada azorada de sol

qué triste se esconde detrás las montañas

que sirven de escondrijo a la muerte

que se enseñorea en su trono púrpura

y cabalga implacable contra los guerreros de ébano

que en Bahoruco

se negaron a deponer las armas

y siguieron el rumbo inexorable de la historia

II

decapitado

Lemba

su cabeza en la puerta de la ciudad amurallada

es un trofeo a la ignominia

mientras el último cacique

vencedor póstumo de su raza

acongojado y solo

recostado en sus recuerdos

termina sus días en el delirio de su traición

mirando con pena

cómo los últimos remanentes de su tribu

se diluyen en el tiempo

 






Mi origen



La tarde recrea  ante mis ojos la nostalgia de mi origen perdido en África.


La   tristeza de estos largos años de exilio en que hemos perdido nuestra identidad, hace florecer entre mis ojos lirios  de agua.


La pena acumulada durante estos siglos de huir a ningún lado golpea mi  memoria como un látigo de sal que abre viejas heridas que vuelven a sangrar bajo el sol púrpura de nuestro ocaso. Tantos años de olvido han  dejando en mi boca el  agrio sabor de la ausencia


África es en mi corazón una hoguera que se enciende entre mis ojos cuando miro hacia atrás,  se  que ya no volveré al acrisolado mundo de mis sueños;  me he resignado a morir en esta tierra tan ajena y tan mía, pero mi vida sigue allá,  en la aldea de donde una noche  mi ADN sin querer, empezó a viajar en un cuerpo desconocido hacia una isla perdida en el mar Caribe.


Quinientos años  después, la mirada triste de la abuela Mamá Tita, me despierta en medio del estruendo de los arcabuces y  los gritos de los  hombres  que defendían  a los suyos, hasta terminar atados a la codicia de unos hombres  que contra el reflejo de la aldea incendiada los conducían  por un sendero de horror hasta una embarcación anclada en un océano de cadáveres, emprendiendo un viaje sin retorno hacia el dolor.


Yo apenas era menos que un sentimiento perdido en la memoria de alguien que aún no había nacido, pero  ya llevaba sobre mis hombros el peso de una historia de látigo y sudor, donde la vida nunca dejó de ser un canto que en las noches, se multiplicaba en la voz alegre de las tamboras.


Domingo Acevedo.






Fotos tomadas de la red.

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