lunes, julio 02, 2018

El triunfo de López Obrador



Editorial y anexos de La Jornada
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Cambió la historia – Editorial
La elección presidencial de ayer es extraordinaria por donde se le vea y en muchas dimensiones marca un punto de inflexión en la historia de México y de América Latina.
Representa el triunfo de un proyecto transformador en lo político, lo social, lo económico y lo ético que se propuso conquistar el poder presidencial por la vía pacífica y democrática; asimismo, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, de su partido, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), y de su coalición Juntos Haremos Historia, integrada además por los partidos del Trabajo y Encuentro Social, marca el fin de un ciclo de gobiernos que empezó en 1988 y llevó al país por un camino de desarrollo supeditado a la economía de Estados Unidos, a una dramática concentración de la riqueza, al crecimiento desmedido de la pobreza, al quiebre del estado de derecho en diversas regiones, a una alarmante corrupción y a asimetrías sociales que terminaron por generar una crisis de inseguridad y violencia, exasperación ciudadana y pronunciado deterioro institucional.
Los comicios de ayer no tienen precedente, además, por el resultado que da una mayoría absoluta al triunfador, por el elevado porcentaje de participación popular (cercano a 63 por ciento de la lista nominal), por el número de funcionarios electorales involucrados –cerca de un millón 400 mil– por la normalidad en que transcurrieron y se resolvieron –a pesar de incidentes muy lamentables, pero aislados, y de desaseos marcadamente regionales, como en Puebla y Veracruz–; también porque la elección desembocó en un reconocimiento adelantado al triunfador por parte de sus rivales, José Antonio Meade y Ricardo Anaya. A esos discursos se unieron, tres horas más tarde, el anuncio de las tendencias –irreversibles– del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) por parte del consejero presidente del Instituto Nacional Electoral y del mensaje en cadena nacional del presidente Enrique Peña Nieto, quien se desempeñó a la altura de un estadista. Esas alocuciones democráticas despejaron cualquier escenario de conflicto y apaciguaron los ánimos sociales y las incertidumbres económicas y financieras que hubieran podido subsistir. Por lo demás, no dejó de resultar sorprendente para muchos que el grupo en el poder haya terminado por reconocer el triunfo electoral de una propuesta de viraje nacional que fue bloqueada en 2006 y 2012.
Después de tres décadas de gobiernos neoliberales, el proyecto de nación que servirá de base al programa de gobierno del dirigente tabasqueño y ex jefe de Gobierno capitalino propone una senda claramente diferente a los lineamientos seguidos por las últimas administraciones –y retomados, en lo fundamental, por los aspirantes presidenciales de los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional con sus respectivas coaliciones, José Antonio Meade y Ricardo Anaya– y a las prioridades del sector público, empezando por la construcción de un estado de bienestar, la redistribución de la riqueza, el rescate del campo y el énfasis en la generación de empleos, la incorporación masiva de los jóvenes a la educación superior, la inclusión de grupos hasta ahora marginados, la austeridad republicana en el servicio público, diversas modalidades de recuperación del dominio de la nación sobre los recursos naturales y la soberanía nacional.
Independientemente de cuánto de ese programa pueda concretarse, el hecho de que haya recibido un apoyo abrumador en las urnas habla del dramático cambio de enfoque en el ánimo nacional. El país consumó ayer, en suma, un cambio de paradigma de gran trascendencia para los años venideros.
Ese proyecto no nació en las recientes campañas ni en los comicios presidenciales pasados o antepasados. El ideario de la coalición Juntos Haremos Historia tiene raíces de muchas décadas en movimientos obreros, campesinos y sociales, así como en luchas partidistas por la democratización del país, y reúne medio siglo (o más) de experiencias de movilización, participación y resistencia de buena parte de las izquierdas nacionales. Es la más reciente expresión de una visión alternativa que hasta hace unos años parecía aplastada por el pensamiento único característico del neoliberalismo, y es justo reconocer que tras el éxito electoral de López Obrador están la tenacidad y la abnegación de miles de activistas, dirigentes, militantes, intelectuales, informadores y simples ciudadanos que consagraron parte o la totalidad de sus vidas a una transformación con sentido social y popular. Debe admitirse, ciertamente, el tesón empeñado por el propio candidato triunfante en la construcción de una dirigencia y de una organización capaz de llevarlo a la Presidencia por la vía electoral.
En suma, el país debe felicitarse por la consecución de una madurez democrática que se traducirá en una renovada legitimidad institucional y en un nuevo estadio en la vida republicana, por el clima propicio a la reconciliación nacional que deja la contienda y por el fin de un tramo político y económico de consecuencias devastadoras que había llegado al pleno agotamiento.
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El día después —John M. Ackerman
No es momento para triunfalismos. La victoria ciudadana en las urnas con Andrés Manuel López Obrador es apenas el primer paso hacia la transformación de la República. La llegada de un hombre honesto y digno a la Presidencia de la República implicará un cambio radical en las altas esferas del poder y un nuevo contexto para el florecimiento de la sociedad civil. Sin embargo, el futuro de México no dependerá de lo que haga o deje de hacer un solo hombre, sino de las acciones de cada uno de nosotros.
¿La oligarquía aceptará su contundente derrota en las urnas? ¿Qué harán los periodistas cómplices con el régimen corrupto ahora que se les acaban los moches desde el poder? ¿Y el gobierno de Enrique Peña Nieto entregará tranquilamente el poder al nuevo presidente electo?
La lucha por la justicia social y un buen gobierno apenas se inicia. La jornada electoral de ayer fue marcada por una serie de graves irregularidades: desorganización en la instalación de las casillas electorales, insuficientes casillas especiales, robo de urnas, violencia callejera, un operativo masivo de compra y coacción del voto, presión sobre beneficiarios de programas sociales y la continuación de las llamadas de intimidación. Frente a estos graves problemas, las instituciones públicas hicieron poco o nada para defender la legalidad del proceso electoral.
Pero a pesar de la indolencia y la complicidad de las autoridades electorales, los ciudadanos acudieron masivamente a las urnas para expresar su voluntad respecto de la conformación del nuevo gobierno de México. El pueblo rebasó a las instituciones y se escuchó su grito de hartazgo, de coraje y de esperanza por todos los rincones de la República.
La tarea ahora no debe ser la construcción de una unidad falsa, cómplice y superficial, sino de generar una coalición entre las diferentes corrientes democráticas, una verdadera alianza desde abajo y a la izquierda que cuente con suficiente fuerza para transformar de fondo al sistema autoritario imperante.
No podemos repetir los errores de Vicente Fox. El pacto de transición debe ser con la ciudadanía, no con la oligarquía o los mismos corruptos de siempre. La única forma para llegar al fondo, de extirpar de raíz los graves problemas de corrupción, pobreza e ilegalidad es a partir de una transformación profunda de las formas de ­gobernar.
No mentir, no robar y no traicionar, así resume López Obrador su proyecto de Nación. Estas tres expresiones no pueden quedarse como un simple discurso electorero, sino que deben convertirse también en los estandartes de su próximo gobierno. No mentir significa informar, de manera plena y con total transparencia, a la sociedad sobre todos los gastos, las acciones y los planes del gobierno. No robar implica acabar de una vez por todas con la corrupción en absolutamente todos los niveles de la administración pública federal. No traicionar significa cumplir con las altas expectativas del pueblo mexicano con respecto al crecimiento económico, el fin de la pobreza y la construcción de la paz y la justicia.
No podemos dejar solo a López Obrador. Si bien la crítica al poder gubernamental es siempre esencial, también tenemos que tener claro que los gobiernos de izquierda se enfrentan a enormes retos con respecto a su relación con los poderes llamados fácticos que operan fuera de la institucionalidad democrática, como los oligarcas, los narcotraficantes y los grandes medios de comunicación.
La sociedad mexicana ha dado una enorme muestra de valentía, de fuerza y de dignidad el domingo, primero de julio. Celebremos la victoria. Nos la merecemos después de tantas décadas de luchas constantes por la justicia y la democracia, en las cuales han ofrendado sus vidas miles de héroes ­anónimos.
Pero también hay que ponernos a trabajar. Hoy se abre una enorme oportunidad histórica para un cambio verdadero. No dejemos pasar este precioso momento para poner, cada quien, su granito de arena.
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AMLO y el poder real – Carlos Fazio
Ayer, primero de julio, millones de mexicanos salieron a votar, y si no hubo un fraude de Estado monumental, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) será el próximo presidente de la República. De no ocurrir nada extraordinario en el periodo de transición, el primero de diciembre próximo AMLO deberá asumir el gobierno. Pero en ese lapso, y aún más allá del mediano plazo, el poder seguirá estando en manos de la clase capitalista ­trasnacional.
Es previsible, también, que a partir de este 2 de julio, el bloque de poder (la plutonomía, Citigroup dixit), incluidos sus medios hegemónicos (Televisa y Tv Azteca, de Azcárraga y Salinas Pliego, ambos megamillonarios de la lista Forbes), y sus operadores en las estructuras gubernamentales (el Congreso, el aparato judicial, etcétera), escalarán la insurgencia plutocrática buscando ampliar sus privilegios y garantizar sus intereses de clase, y para seguir potenciando la correlación de fuerzas en su favor.
Más allá del ruido de las campañas, el proceso electoral transcurrió bajo el signo de la militarización y la paramilitarización de vastos espacios de la geografía nacional, y de una guerra social de exterminio (necropolítica) que elevó los grados de violencia homicida a límites nunca vistos en el México moderno, similares a los de un país en guerra (naturalizándose en vísperas de los comicios el asesinato de candidatos a cargos de elección ­popular).
Como recordó Gilberto López y Rivas en La Jornada, ese conflicto armado no reconocido es la dimensión represiva de lo que William I. Robinson denomina acumulación militarizada, cuya finalidad es la ocupación y recolonización integral de vastos territorios rurales y urbanos para el saqueo y despojo de los recursos geoestratégicos, mediante una violencia exponencial y de espectro completo que es característica de la actual configuración del capitalismo; el conflicto y la represión como medio de acumulación de la ­plutonomía.
Para ello la clase dominante hizo aprobar la Ley de Seguridad Interior. Y está latente, para su ratificación en el Senado, la iniciativa de Diputados de quitar el fuero al presidente de la República; la denominada estrategia de lawfare aplicada a Dilma Rousseff y Lula da Silva en Brasil, que implica el uso de la ley como arma para perseguir y destruir a un adversario político por la vía parlamentaria y/o judicial; una variable de los golpes suaves de manufactura estadunidense que podría revertirse contra AMLO.
Al respecto, y más allá de su giro hacia el centro y el rediseño de su programa de transición reformista −capitalista, democrático y nacional, con grandes concesiones al bloque de poder dominante−, la llegada de López Obrador al gobierno pudiera implicar, en principio, una ralentización o respiro (Galeano dixit) a la tendencia del mentado fin de ciclo progresista y restauración de la derecha neoliberal en América Latina.
El impulso de una nueva forma de Estado social, sin ruptura frontal con el Consenso de Washington, significará, no obstante, un cambio en la correlación de fuerzas regionales y tendrá tremendo impacto en los pueblos latinoamericanos. Por ello no es para nada inocente –o simplemente centrada en la profundización de las políticas de cambio de régimen en Venezuela y Nicaragua− la reciente gira neomonroísta del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, por Brasil, Ecuador y Guatemala.
Cabe recordar el inusualmente crítico editorial del Washington Post del 18 de junio, que asumió como suficientemente creíbles los nexos de colaboradores cercanos de López Obrador con los gobiernos de Cuba y Venezuela, y las declaraciones del senador republicano John McCain, tildando a AMLO como un posible presidente izquierdista antiestadunidense y las del actual jefe de gabinete de la administración Trump, general (retirado) John Kelly, quien afirmó que López Obrador no sería bueno para Estados Unidos ni para México.
Según asesores de política exterior de AMLO, ante Washington, su gobierno antepondrá la defensa a ultranza de la soberanía nacional; revisará el marco de la cooperación policial, militar y de seguridad (DEA, CIA, ICI, Pentágono, etcétera), y bajo la premisa de que la migración no es un crimen, incrementará la protección de los connacionales irregulares, como si fuera una procuraduría ante los tribunales de Estados Unidos. También revisará los contratos petroleros y de obra pública. Lo que sin duda traerá fuertes confrontaciones con la Casa Blanca y la plutocracia internacional.
Como dice Ilán Semo, en México la Presidencia de la República encierra potencialidades simbólicas insospechadas; una suerte de carisma institucional. No importa quién la ocupe, incluso a un inepto (pensemos en Vicente Fox), el cargo le trasmite un aura: es el Presidente. Tras la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana, AMLO quiere trascender a la historia como el hombre de la cuarta transformación. Pero para ello se necesita un cambio de régimen e impulsar grandes saltos en la conciencia política de los sectores populares; sin un pueblo organizado y movilizado tras un proyecto de cambio radical y profundo, no hay carisma que alcance.

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miércoles, junio 27, 2018

Julian Assange debe ser repatriado a Australia

[alai-amlatina] Julian Assange debe ser repatriado a Australia

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Julian Assange debe ser repatriado a Australia

John Pilger

ALAI AMLATINA, 27/06/2018.-  Esta es una versión abreviada del discurso pronunciado por el australiano, John Pilger, en la concentración celebrada en Sydney, Australia, para conmemorar los seis años de reclusión de Julian Assange en la embajada de Ecuador en Londres.

La persecución de Julian Assange debe terminar. O terminará en tragedia

El gobierno australiano y el primer ministro Malcolm Turnbull tienen una oportunidad histórica de decidir cuál será el desenlace.

Pueden permanecer en silencio, lo cual la historia no les perdonará. O pueden actuar en interés de la justicia y la humanidad y traer a este destacado ciudadano australiano a casa.

Assange no solicita un tratamiento especial. El gobierno tiene claras obligaciones diplomáticas y morales para proteger a los ciudadanos australianos en el extranjero frente a situaciones de injusticia flagrante: que en el caso de Julian, sería frente a una grave falta judicial y al peligro extremo que le espera si sale de la embajada ecuatoriana en Londres sin protección.

Sabemos, por el caso de Chelsea Manning, lo que le espera en caso de que Estados Unidos logre una orden de extradición. Un relator especial de las Naciones Unidas lo calificó de tortura.

Conozco bien a Julian Assange; lo considero como un amigo cercano, una persona de extraordinaria fortaleza y valor. Lo he visto envuelto en un tsunami de mentiras y difamaciones, interminables, vengativas, infames, y sé por qué lo calumnian.

En el 2008, un documento ultra secreto, con fecha del 8 de marzo, expuso un plan para destruir tanto a WikiLeaks como a Assange. Los autores eran de la rama de Evaluaciones de Contrainteligencia Cibernética del Departamento de Defensa estadounidense. Detallaban lo importante que era destruir el “sentimiento de confianza” que es el “centro de gravedad” de WikiLeaks.

Esto se lograría, según escribieron, con amenazas de "exposición [y] persecución penal" y un asalto implacable a la reputación. El objetivo era silenciar y criminalizar a WikiLeaks, su editorial y su editor. Era como si planificaran hacer la guerra a un solo ser humano y al principio mismo de la libertad de expresión.

Su principal arma sería la difamación personal. Sus tropas de choque se reclutarían en la prensa —precisamente entre quienes supuestamente deben esclarecer los acontecimientos y decirnos la verdad—. La ironía es que nadie les dijo a estos periodistas qué debían hacer. Yo los llamo periodistas de Vichy —refiriéndome al Gobierno de Vichy que sirvió y permitió la ocupación alemana de Francia durante la guerra—.

En octubre pasado, la periodista de Australian Broadcasting Corporation, Sarah Ferguson, entrevistó a Hillary Clinton, a quien lisonjeó como "ícono de su generación".

Esta fue la misma Clinton que amenazó con "destruir por completo" a Irán y que, como Secretaria de Estado de los Estados Unidos en 2011, fue una de los instigadores de la invasión y destrucción de Libia como Estado moderno, con la pérdida de 40,000 vidas. Al igual que la invasión de Iraq, esta se basó en mentiras.

Cuando el presidente libio fue asesinado pública y horrendamente a cuchillazos, se filmó a Clinton celebrando a gritos. En gran parte, gracias a ella Libia se convirtió en un caldo de cultivo para ISIS y otros yihadistas. En gran parte, gracias a ella, decenas de miles de refugiados huyeron corriendo peligro a través del Mediterráneo y muchos se ahogaron.

Wikileaks ha publicado correos electrónicos filtrados que revelan que la fundación que Hillary Clinton comparte con su esposo recibió millones de dólares de Arabia Saudita y Qatar, los principales patrocinadores de ISIS y del terrorismo en todo Oriente Medio.

Como secretaria de Estado, Clinton aprobó la mayor venta de armas de todos los tiempos, valorada en $ 80 mil millones, para Arabia Saudita, uno de los principales benefactores de su fundación. Hoy, Arabia Saudita está utilizando estas armas para aplastar a personas hambrientas y golpeadas en un ataque genocida contra Yemen.

Sarah Ferguson, una reportera muy bien remunerada, no mencionó ni una palabra de esto cuando Hillary Clinton estuvo sentada frente a ella.

Más bien, ella invitó a Clinton a describir el "daño" que Julian Assange le hizo "personalmente" a ella. En respuesta, Clinton difamó a Assange, un ciudadano australiano, al afirmar que era "muy claramente una herramienta de la inteligencia rusa" y "un oportunista nihilista que está al servicio de un dictador".

No ofreció ninguna prueba, ni se le pidió ninguna, para respaldar sus graves acusaciones.

En ningún momento se le ofreció a Assange el derecho de réplica a esta escandalosa entrevista, que el organismo de radiodifusión público australiano tenía el deber de brindarle.

Como si eso no fuera lo suficiente, a continuación de la entrevista, la productora ejecutiva de Ferguson, Sally Neighbour, hizo un retuit malicioso: "Assange es la puta de Putin. ¡Todos lo sabemos!"

Hay muchos otros ejemplos del periodismo de Vichy. The Guardian, que antaño fue conocido como un gran periódico liberal, llevó a cabo una vendetta contra Julian Assange. Al estilo de un amante despreciado, The Guardian dirigió sus ataques personales, mezquinos, inhumanos y cobardes contra un hombre, cuyo trabajo alguna vez publicó y se aprovechó.

El ex editor de The Guardian, Alan Rusbridger, llamó a las revelaciones de WikiLeaks, que su periódico publicó en 2010, "una de las mejores primicias periodísticas de los últimos 30 años". Pero los premios fueron prodigados y celebrados como si Julian Assange no existiera.

Las revelaciones de WikiLeaks se convirtieron en parte del plan de marketing de The Guardian para aumentar el precio de cobertura del periódico. Ganaron dinero, a menudo mucho dinero, mientras WikiLeaks y Assange luchaban por sobrevivir.

Sin que un céntimo vaya a WikiLeaks, un libro de The Guardian, altamente promocionado, culminó en un lucrativo negocio para producir una película de Hollywood. Los autores del libro, Luke Harding y David Leigh, difamaron gratuitamente a Assange como una "personalidad dañada" e "insensible".

También revelaron la contraseña secreta, diseñada para proteger un archivo digital que contiene los cables de la embajada de los Estados Unidos, que Julian Assage le había dado al Guardian en confianza.

Con Assange ahora atrapado en la embajada ecuatoriana, Harding, que se había enriquecido a costa de Julian Assange y Edward Snowden, se colocó entre los policías delante de la embajada y se regodeó en su blog de que "Scotland Yard tal vez tendrá la última palabra".

La pregunta es por qué

Julian Assange no ha cometido ningún crimen. Nunca ha sido acusado de un crimen. El episodio sueco fue falso, una farsa y él ya ha sido vindicado.

Katrin Axelsson y Lisa Longstaff, de Women Against Rape (Mujeres contra la Violación), lo resumieron al escribir: "Las acusaciones contra [Assange] son una cortina de humo detrás de la cual varios gobiernos están tratando de reprimir a WikiLeaks por haber revelado audazmente al público su planificación secreta de guerras y ocupaciones con sus secuelas de violaciones, asesinatos y destrucción... A las autoridades les importa tan poco la violencia contra las mujeres que manipulan acusaciones de violación a voluntad".

Esta verdad se perdió o se enterró en una cacería de brujas mediática que asoció deplorablemente a Assange con la violación y la misoginia. La caza de brujas incluía voces que se describían a sí mismas como de izquierda y como feministas. Ellas deliberadamente ignoraron la evidencia de peligro extremo si Assange fuera extraditado a los Estados Unidos.

De acuerdo con un documento publicado por Edward Snowden, Assange está en una "lista de objetivos de persecución". Una nota oficial filtrada dice: "Assange va a hacerse una bonita novia en la cárcel. Que el terrorista se joda. Comerá comida para gatos por siempre".

En Alexandra, Virginia, el hogar suburbano de la élite belicista estadounidense, un gran jurado secreto, --algo reminiscente de la edad media-- ha pasado siete años tratando de fabricar un crimen por el cual Assange podría ser enjuiciado.

Esto no es fácil; la Constitución de Estados Unidos protege a editores, periodistas y denunciantes. El crimen de Assange es haber roto el silencio.

Ningún periodismo investigativo, en lo que va de mi vida, podría equipararse con la importancia de lo que WikiLeaks ha logrado al llamar a los poderes voraces a rendir cuentas. Es como si una cortina moral unidireccional se corriera para dejar expuesto el imperialismo de las democracias liberales: su compromiso con las guerras interminables y la división y degradación de las vidas “sin valor”: desde la Torre Grenfell hasta Gaza.

Cuando Harold Pinter aceptó el Premio Nobel de Literatura en 2005, se refirió a "un vasto tapiz de mentiras del que nos alimentamos". Preguntó por qué "la brutalidad sistemática, las atrocidades generalizadas, la represión implacable del pensamiento independiente" de la Unión Soviética eran bien conocidos en Occidente, mientras que los crímenes imperiales de Estados Unidos " nunca sucedieron ... incluso mientras sucedían, nunca ocurrieron".

En sus revelaciones de guerras fraudulentas (Afganistán, Irak) y las mentiras descaradas de los gobiernos (las Islas Chagos), WikiLeaks nos ha permitido vislumbrar cómo se desenvuelve el juego imperial en el siglo XXI. Es por eso que Assange está en peligro de muerte.

Hace siete años, en Sydney, pedí reunión con un prominente miembro liberal del Parlamento Federal, Malcolm Turnbull. Quería pedirle que entregara una carta de Gareth Peirce, el abogado de Assange, al gobierno. Hablamos de su famosa victoria: en la década de 1980, cuando, como joven abogado, había luchado contra los intentos del gobierno británico de suprimir la libertad de expresión e impedir la publicación del libro Spycatcher, a su manera, un WikiLeaks de la época ya que reveló los crímenes del poder del estado.

La primera ministra de Australia era entonces Julia Gillard, del Partido Laborista, que había declarado que WikiLeaks era "ilegal" y quería cancelar el pasaporte de Assange, hasta que le dijeron que no podía hacer eso: que Assange no había cometido ningún delito; que WikiLeaks era un editorial, cuyo trabajo estaba protegido por el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la que Australia fue uno de los signatarios originales.

Al abandonar a Assange, un ciudadano australiano, y coludir en su persecución, el escandaloso comportamiento del primer ministro Gillard forzó el tema de su reconocimiento, bajo el derecho internacional, como un refugiado político cuya vida estaba en riesgo. Ecuador invocó la Convención de 1951 y otorgó refugio a Assange en su embajada en Londres.

Gillard ha aparecido recientemente en un mitin con Hillary Clinton; ellas son consideradas como feministas pioneras.  Peor si hay algo por el cual recordar a Gillard, fue su discurso belicoso, obsecuente y vergonzoso que hizo ante el Congreso de los EE.UU. poco después de que ella demandó la cancelación ilegal del pasaporte de Julian.

Malcolm Turnbull es ahora el primer ministro de Australia. El padre de Julian Assange ha escrito a Turnbull una  carta conmovedora, en la que ha pedido al primer ministro que traiga a su hijo a casa. Él se refiere a la posibilidad real de una tragedia.

He visto cómo la salud de Assange se ha ido deteriorando en sus años de encierro sin luz solar. Tiene una tos implacable, pero ni siquiera se le permite un tránsito seguro desde y hacia un hospital para una radiografía.

Malcolm Turnbull puede permanecer en silencio. O puede aprovechar esta oportunidad y usar la influencia diplomática de su gobierno para defender la vida de un ciudadano australiano, cuyo valiente servicio público es reconocido por innumerables personas en todo el mundo. Él puede traer a Julian Assange a casa.
17 de junio de 2018

(Traducción ALAI).

- John Pilger, periodista de origen australiano y renombre internacional, ha ganado más de 20 premios por su labor periodístico.  John Pilger Biografía



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DOMINGO ACEVEDO ENTRE POETAS JUNIO 2018

Los Japoneses ahora están limpiando los mares del sur de ballenas.

Los que te ponían orgullosa por que limpiaban estadios, ahora están limpiando los mares del sur de ballenas

El equipo de caza japonés salió rumbo a la Antártida en noviembre de 2017 y regresó a puerto en marzo último con 333 ballenas minke, como parte de sus “investigaciones de campo” en esa región, a pesar de un fallo de 2014 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contra esas misiones.

Un informe enviado a la Comisión Ballenera Internacional (IWC, por sus siglas en inglés) reveló que Japón mató a 122 ballenas minke preñadas en su última expedición de caza, en la cual capturó a un total de 333 cetáceos.

Tomada de la red.

Trump lanza guerra autodestructiva contra Beijing

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