Durante una reunión plenaria ampliada del Comité Central, Kim Jong Un incluyó entre los “logros del año” la supuesta liberación de la región rusa de Kursk, una afirmación que, por sí sola, sacude el tablero geopolítico.
Según KCNA, Kim celebró que “en menos de un año nuestras unidades, de distintas ramas del ejército, lograron brillantes éxitos militares en una operación en el extranjero” y que estas acciones demostraron que Corea del Norte es “un ejército invencible y un verdadero defensor de la justicia internacional”.
Esta retórica no aparece en el vacío. Pyongyang y Moscú han estrechado una alianza que ya es militar, tecnológica y estratégica. Corea del Norte ha enviado armamento a Rusia; Rusia, a cambio, parece estar otorgando legitimidad internacional y apoyo técnico al régimen norcoreano.
Que Kim se atribuya públicamente éxitos en suelo ruso sugiere que la colaboración militar es más profunda de lo que se ha reconocido.
Importancia:
Si Corea del Norte busca proyectarse como una potencia que participa en operaciones “internacionales”, entonces estamos viendo un salto ideológico: del aislamiento a un rol militar activo fuera de su territorio.
Es un mensaje directo a Washington, Seúl y Tokio: Pyongyang no solo desafía, sino que se alinea con una potencia nuclear dispuesta a respaldarlo.
Riesgos:
Este discurso alimenta la narrativa de un eje emergente Moscú–Pyongyang–Teherán. La implicación: conflictos regionales podrían empezar a conectarse entre sí, elevando el nivel de riesgo sistémico.
Además, le da a Kim una excusa para acelerar aún más el programa nuclear y misilístico bajo el argumento de que “su ejército opera globalmente”.
La afirmación de Kim no es propaganda aislada: es una declaración estratégica. Corea del Norte quiere mostrarse como actor militar extraterritorial, protegido por Rusia y legitimado por una narrativa de “justicia internacional”.
El mundo multipolar no solo se consolida: se militariza. Y los actores más impredecibles están ganando protagonismo.
ORESHNIK
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