domingo, septiembre 07, 2025

El 6 de septiembre de 1971, más de 100 presos se fugaron de la prisión de Punta Carretas en Montevideo, Uruguay

 



Un día como hoy, el 6 de septiembre de 1971, más de 100 presos se fugaron de la prisión de Punta Carretas en Montevideo, Uruguay, la mayoría de ellos miembros del grupo guerrillero de izquierda Tupamaros. Un motín que se inició en las inmediaciones sirvió de distracción y ayudó a 106 guerrilleros y otros cinco presos a escapar por un túnel de 12 metros que se había excavado desde una casa de enfrente hasta una de las celdas de la prisión.

Mientras excavaban el túnel, los rebeldes encontraron otro anterior, más espacioso, que había sido excavado por el anarquista argentino Gino Gatti para una anterior fuga masiva de presos políticos cuarenta años antes.
Uno de los fugados, Eleuterio Fernández Huidobro, recordaría más tarde: "Todos habíamos supuesto que este túnel, cuando fuera descubierto, debía ser cuidadosamente sellado. Ahora, sin embargo, hemos comprobado que en 1931 la represión se limitó a tapiar las dos entradas con hormigón y rellenar el resto con arena... Habíamos hecho un hallazgo histórico. Estábamos en un museo. Y no podíamos contárselo al mundo. Cuando quitamos la arena de aquel cálido túnel, pudimos ver en sus bóvedas y en sus paredes, nítidas, las huellas aún frescas de sus herramientas. Parecían hablar. Transmitiendo a los que podríamos haber sido sus nietos, un mensaje fraternal: nosotros también, hermanos, nosotros también... Se podían contar, en aquellas paredes pulidas por el trabajo del tiempo, la solidaridad y la paciencia, las piquetas anarquistas, una a una... La eterna lucha por la libertad, la misma lucha, el lenguaje obstinado y valiente de los oprimidos de ayer y de hoy atravesado por el mandato del destino allí, bajo el hormigón, a la salida de una prisión. ... Ellos, los camaradas del 31, venían del baño junto a la herrería. Nosotros, los del 71, veníamos de las celdas. Por eso su camino oblicuo se cruzó con el nuestro".
Los prisioneros utilizaron entonces el antiguo túnel para almacenar tierra y herramientas para el nuevo. La noche de la fuga, los tupamaros dejaron un pequeño letrero en el cruce de los túneles: "Aquí se cruzan dos generaciones, dos ideologías y un mismo destino: la libertad".

Foto: el fugitivo Raúl Sendic

Harriet Tubman es una de las figuras más destacadas en la lucha contra la esclavitud en Estados Unidos.

 



Harriet Tubman es una de las figuras más destacadas en la lucha contra la esclavitud en Estados Unidos. Conocida como "Moisés" por su papel en el Ferrocarril Subterráneo, ayudó a cientos de esclavos a escapar hacia la libertad y dedicó su vida a la lucha por los derechos humanos y la justicia.

Harriet Tubman nació como Araminta Ross alrededor de 1822 en una plantación en el condado de Dorchester, Maryland. Desde joven, vivió bajo la brutalidad de la esclavitud. A pesar de los abusos y las condiciones difíciles, Tubman mostró una gran determinación y valentía desde temprana edad.
En 1849, Harriet decidió escapar de la esclavitud. Aprovechando la red secreta conocida como el Ferrocarril Subterráneo, logró llegar a Filadelfia, donde finalmente encontró la libertad. Sin embargo, su viaje no terminó ahí. Con un profundo sentido de justicia y compasión, Tubman decidió regresar al sur para ayudar a otros esclavos a escapar.
Harriet Tubman se convirtió en una de las "conductoras" más famosas del Ferrocarril Subterráneo, una red de rutas y refugios seguros que ayudaban a los esclavos a escapar hacia estados libres y Canadá. Arriesgando su vida en múltiples ocasiones, Tubman realizó alrededor de 13 viajes de regreso al sur y ayudó a liberar a más de 70 esclavos, incluidos miembros de su propia familia.
Durante la Guerra Civil Americana, Harriet Tubman trabajó como enfermera, cocinera y espía para el Ejército de la Unión. Su conocimiento del terreno y su habilidad para liderar misiones de rescate fueron invaluables. En 1863, lideró una incursión en el río Combahee en Carolina del Sur, liberando a más de 700 esclavos.
Después de la guerra, Harriet Tubman continuó su lucha por los derechos civiles y el sufragio femenino. Abogó por la igualdad de derechos y trabajó incansablemente para mejorar las condiciones de vida de los antiguos esclavos. Tubman falleció el 10 de marzo de 1913 en Auburn, Nueva York, dejando un legado de coraje, resistencia y compasión.
Harriet Tubman es recordada como una heroína de la libertad y los derechos humanos. Su valentía y determinación inspiran a personas de todo el mundo a luchar por la justicia y la igualdad. A través de su vida y sus acciones, Tubman demostró que incluso en las circunstancias más difíciles, una persona puede marcar una diferencia significativa en la historia.

Faltó agregar que después de la "in dependencia" los ingleses pasaron a ser terratenientes, latifundistas.

 


"La conquista invisible: cómo Inglaterra se quedó con el Río de la Plata antes de la independencia"1713–1805)
El dominio sin cañones
A simple vista, el Río de la Plata nunca fue conquistado. Pero su alma sí lo fue, y sin disparar un solo tiro. Porque no siempre los imperios se construyen con ejércitos. A veces basta con saber esperar. Con extender una mano amable mientras se oculta el puñal en la otra. A veces, la conquista no se anuncia con clarines ni desembarcos, sino con tratados, préstamos, trenes y promesas de civilización. Así actuó Gran Bretaña en el Río de la Plata.
En las escuelas nos enseñan que las invasiones inglesas de 1806 y 1807 fracasaron. Y es cierto. Lo que no nos enseñan es que los británicos no necesitaban ganar en el campo de batalla, porque ya estaban ganando en los escritorios de los comerciantes criollos, en los salones de los virreyes corruptos y en los pasillos donde se firmaban pactos de conveniencia. El verdadero poder no se ejercía con fusiles, sino con contabilidad.
Mientras el Imperio Español imponía cadenas comerciales y burocracias moribundas, Inglaterra ofrecía algo más atractivo: eficiencia. Barcos veloces, productos modernos, monedas fuertes. En un mundo que comenzaba a girar al ritmo de la máquina de vapor, Londres no necesitaba disparar. Solo debía ofrecer lo que los otros no podían dar: libertad para comerciar, aunque esa libertad viniera en una jaula dorada.
Mientras caía el imperio español de flotas y virreyes, se alzaba uno nuevo de locomotoras y letras de cambio. Y así fue como, antes de que flamearan banderas o se disparara el primer tiro, Gran Bretaña ya había trazado su mapa invisible del poder. Un mapa hecho de rutas marítimas, contratos leoninos, agentes de comercio y silenciosas alianzas con quienes mandaban en estas tierras. Un mapa donde las fronteras no se dibujaban en los territorios, sino en los puertos. Donde la soberanía no se perdía en un tratado, sino en un préstamo.
Ese imperio sin bandera, sin virrey y sin ejército, fue más eficaz que cualquier invasión militar. Porque no dejaba muertos: dejaba deudas. No imponía gobernadores: elegía socios locales. Y no dejaba monumentos: dejaba estructuras de dependencia que aún hoy persisten. A eso le llamaron progreso. Pero fue otra cosa. Fue sometimiento con buenos modales.
Scalabrini Ortiz —intelectual argentino que denunció el colonialismo económico en los años 30— lo definió con crudeza: era un imperio sin cañones, pero con embudos clavados en la tierra.
Este artículo es una invitación a mirar lo que no está en los manuales. A entender cómo, mucho antes de la independencia formal, Gran Bretaña ya tejía su telaraña sobre el estuario del Plata. No con fuerza, sino con astucia. No con violencia, sino con seducción. No con colonia, sino con clientela.
Y si hoy, en pleno siglo XXI, seguimos hablando de deuda, de tratados condicionantes y de intereses extranjeros en el Atlántico Sur, es porque ese viejo imperio sin cañones sigue marcando el rumbo.
Y ahí empieza nuestra historia.
Del Asiento de Negros al contrabando del oro hispano (1713–1805)
La historia del dominio británico en el Río de la Plata no comenzó con fusiles ni tratados diplomáticos, sino con cadenas y mercancías. El punto de partida fue el Tratado de Utrecht, firmado en 1713 para poner fin a la Guerra de Sucesión Española y redistribuir el equilibrio de poder en Europa. Entre los premios que obtuvo Inglaterra se encontraba un negocio tan lucrativo como inhumano: el "asiento de negros", es decir, el monopolio del tráfico de esclavos hacia las colonias españolas en América.
Para explotar este privilegio, se fundó la South Sea Company (Compañía del Mar del Sur), una empresa que encarnaba el nuevo espíritu del imperialismo capitalista: combinar finanzas, comercio global y expansión geopolítica. El contrato con la Corona española autorizaba el ingreso de 4.800 esclavos africanos por año durante tres décadas, desde los puertos del Caribe hasta enclaves como Portobelo. Pero la letra chica escondía una intención mayor: abrir las puertas del continente a un imperio sin cañones.
Los barcos ingleses no solo transportaban esclavos: también cargaban textiles, herramientas, manufacturas, artículos de lujo y todo tipo de bienes prohibidos por el sistema de monopolio español. Bajo la excusa del asiento, se abría la puerta al contrabando legalizado. Así, en los márgenes del imperio español, los británicos comenzaron a construir su red de influencia económica.
Uno de los centros más activos de esta red fue el Río de la Plata. Aunque Buenos Aires aún era un puerto marginal, subordinado a los dictámenes de Lima, su ubicación estratégica lo convertía en un imán para el comercio clandestino. Lanchas británicas fondeaban en sus costas, descargaban esclavos y mercaderías, y cargaban oro, plata, cueros, sebo y alimentos. Desde allí, el circuito contrabandista se extendía hacia Montevideo, Colonia del Sacramento —enclave portugués ocupado y disputado repetidamente— y las rutas interiores del continente.
Pero el contrabando no era un delito aislado: era un sistema. Una economía paralela, sostenida por funcionarios corruptos, comerciantes criollos ávidos de productos europeos y una población que encontraba en el mercado negro un respiro frente al encierro económico del monopolio español. Se tejieron lazos, se sellaron pactos, se pagaron coimas. El delito se volvió rutina, y el orden colonial comenzó a deshacerse desde sus cimientos.
Este vínculo con Inglaterra, aunque fuera de la legalidad formal, resultó profundamente eficaz. No solo abasteció a las élites, sino que también transformó los hábitos de consumo populares. En las ciudades del Río de la Plata, desde Buenos Aires hasta Montevideo, se podía encontrar ropa inglesa, herramientas, utensilios, libros. Inglaterra era ya una presencia tangible mucho antes de firmarse tratados oficiales.
Y no fue casual. Mientras España imponía trabas, impuestos, inspecciones y lentitud burocrática, Inglaterra ofrecía agilidad, eficiencia y precios competitivos. En una economía donde comerciar era sobrevivir, muchos criollos —ricos y pobres— prefirieron Londres a Madrid. El imperio español aún manejaba las formalidades del poder, pero los ingleses controlaban la vida cotidiana.
Tulio Halperín Donghi lo expresó con precisión: "el contrabando no fue una excepción del sistema, sino su forma más eficaz en el Plata". Aquel comercio en las sombras no solo sobrevivió a la vigilancia oficial, sino que se transformó en una alternativa viable y deseable para muchos sectores sociales.
Todo esto fue posible porque el sistema imperial español estaba en decadencia. Las flotas, los puertos oficiales y las rutas controladas se volvían anacrónicos. Las reformas borbónicas intentaron reordenar el comercio en el siglo XVIII, pero llegaron tarde. Inglaterra ya había comprendido que podía dominar sin invadir: sobornando al funcionario adecuado, pactando con el comerciante local, ofreciendo lo que el imperio no podía dar.
El Río de la Plata fue el campo de pruebas de una lógica que luego se extendería a todo el Cono Sur: una combinación de comercio, influencia cultural, diplomacia, corrupción y deuda. El esclavo fue apenas el inicio. El verdadero objetivo era el oro, la carne, el cuero y, sobre todo, el control del comercio.
Cuando en 1776 se creó el Virreinato del Río de la Plata, el contrabando británico ya era parte del paisaje. La apertura de Buenos Aires como puerto legal no hizo más que formalizar lo que desde hacía décadas se practicaba a plena vista. Del tráfico oculto al tratado comercial hubo solo un paso.
Este ciclo —del asiento de esclavos al contrabando estructural— demuestra que la relación entre Gran Bretaña y el Río de la Plata no comenzó con las invasiones de 1806. Fue anterior, más astuta y profunda. Inglaterra no desembarcó como invasora: se introdujo como socia en las sombras. Y en esa alianza no escrita, ilegal pero legítima para los actores locales, se sembraron las semillas de una dependencia que florecería con fuerza en el siglo XIX.
Como una bodega oculta que de pronto se convierte en despacho oficial, así mutó la relación. El esclavo fue el pretexto. El oro, el cuero y la carne eran el objetivo. Y el control del comercio, el verdadero botín.
Escritos y Fotos por Roberto Arnaiz.
Colaboracion Javier Rodas.

Inauguracion de la escuela de formacion politica 14 de Junio del Partido Patria para tod@s


















 

Actividad de solidarida con Venezuela, Rep. Dominicana.


















 

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