Por Jon Kokura.
A trece kilómetros de la Franja de Gaza está la ciudad israelí de Ascaron. Tiene poco más de 150 mil habitantes.
La noche del 15 de junio, mientras sonaban las alarmas en todo Israel. Niños israelíes festejaban en sus refugios el lejano estallido de las bombas.
Creían esos niños de la ciudad de Ascaron que eran misiles que caían sobre Gaza, masacrando mujeres y niños palestinos.
Por eso saltaban alborozados al oír cada estruendo lejano.
Los tuvieron que hacer callar, porque las bombas que celebraban no caían sobre Gaza, sino en objetivos militares sionistas en todo Israel.
Lo mismo ocurrió en kibutz de ocupación sionista cercanos a Gaza.
Trágica ironía de estos niños israelíes fermentados en odio hacia los árabes, y con saña hacia los palestinos.
Adoctrinados desde su temprana infancia que los palestinos son seres inferiores, sub humanos, animales que merecen el exterminio y sí es con sufrimiento, mejor.
La misma doctrina que usó Hitler contra los rusos, polacos, gitanos y también judíos.
Los niños y adolescentes israelíes cercanos a la Franja de Gaza se acostumbraron a festejar las bombas que mataban niños palestinos. Las veían a la distancia como fuegos artificiales.
Por eso en sus refugios festejaron las bombas que oían lejanas. Los hicieron callar.
No sabían esos niños, infectados de odio, que las campanas ahora suenan por Israel.
