miércoles, julio 16, 2025

JUAN PABLO DUARTE, SU MUERTE un día como hoy, 15 de Julio de 1876, muere el más grande dominicano de todos los tiempos.

 Historia Dominicana en Gráficas


JUAN PABLO DUARTE, SU MUERTE un día como hoy, 15 de Julio de 1876, muere el más grande dominicano de todos los tiempos.
En Caracas, la noche del 14 de julio del 1876, Duarte se acercaba a su fin y mientras sus hermanas, Rosa y Francisca, velaban a su lado; su hermano Manuel, perdida la razón, disparataba en una habitación vecina.
La más completa miseria imperaba en la casa, cuyo mobiliario era escasísimo.
Rosa y Francisca vivían de la costura y sus ganancias eran tan exiguas que apenas podían subsistir.
Tal era el ambiente en el que Duarte se hallaba próximo a morir, después de padecer durante un año de una agotadora enfermedad ( neumonía) que lo convirtió en un espectro.
Contaba con 63 años y parecía tener más de ochenta. Una vida de enfermedades, privaciones y sacrificios lo habían reducido a esa penosa situación.
Para sus vecinos de Caracas Duarte era un dominicano que había tenido cierta importancia en su país o por lo menos eso era lo que parecía.
Lo que esas gentes ignoraban era que si los Duarte se hallaban en tan espantosa situación, se debía al amor que sintieran por su patria porque en dos ocasiones, en el 1844 y en el 1863, sacrificaron por ella una parte importante del patrimonio familiar.
Tampoco sabían que ese anciano, que lucía abstraído y enfermo, había sido uno de los patricios más puros de América, que se había entregado a servir a su patria con “alma, vida y corazón”.
Y desconocían que ese dominicano tan pobre, que vivía tan obscuramente, había sido considerado como el Jesús Nazareno de los dominicanos.
En cuanto a sus hermanas, esas mismas gentes ignoraban que esas pobres mujeres, que ahora ni siquiera tenían buena vista para coser, en unión de su madre, ya fallecida, habían fabricado más de 5,000 balas para la independencia de su país.
Pero volvamos al enfermo.
A las dos de la mañana del sábado el silencio envolvía a Caracas.
La noche avanzaba y la ciudad lucía desierta.
En la triste casa de los Duarte, Rosa y Francisca velaban.
Todo anunciaba la proximidad del final, y en la habitación del moribundo, mal alumbrada por una vela, los rezos alternaban con el silencio.
La hora adelanta y la respiración del enfermo se hace más difícil. La espera es larga.
Por fin, a las tres de la mañana, del 15 de julio del 1876, el moribundo exhala su postrer suspiro.
La habitación se llena de sollozos.
Rosa y Francia floran inconsolables.
Duarte ha muerto.
Ha fallecido lejos de la tierra que lo vio nacer, en un rincón de Caracas, olvidado de sus compatriotas y sumido en la más negra miseria.
Así murió Duarte, el que amara a nuestra Patria con “alma, vida y corazón”
El que sacrificara dos veces su patrimonio familiar para hacemos libres.
Así murió el que, según Rosa Duarte, “subió al cielo a entregar su palma y su cruz, cruz y palma que le habían sostenido hasta consumar su martirio “.
En el curso del día 15 se realizó el entierro. Pocos acudieron al mismo. Los vecinos más inmediatos y alguno que otro amigo.
Duarte era un extranjero sin importancia.
Un patriota fracasado, y a los entierros de personas así la gente no acude en demasía.
Fue enterrado en el cementerio de Tierra de Jugo, en una humildísima sepultura, donde permaneció en espera de que sus compatriotas llevasen sus restos a su patria.
Como su deseo había sido el que se le enterrase en tierra dominicana, sus hermanas se encargaron de cumplirlo.
Pero antes era preciso pagar las deudas de su enfermedad y entierro.
Habían pasado siete años y las mismas no habían podido pagarse.
En vista de eso, solicitaron ayuda al Gobierno Dominicano y éste las pagó.
Rosa y Francisca atendían con amoroso cuidado la tumba de su hermano, al que consideraba un santo, y juzgaban sus restos “como una reliquia santa que las protegía, inspirándoles valor y resignación para llevar con dignidad y heroísmo su penuria y su martirio’”.
Así permanecieron las cosas hasta que a los ocho años de su muerte, en el l884, el Gobierno Dominicano dispuso el traslado de sus restos a la patria.
Sus hermanas se sintieron felices, y vieron en eso, una intervención de la Providencia que hizo a los “magistrados dominicanos abrir el libro de los inmortales para escribir en sus páginas la gloriosa apoteosis de uno de sus más preclaros hijos”.
Para traerlos a la patria se nombró una comisión que se trasladó a Caracas en una goleta de igual nombre para que condujera los retos de Duarte al país, después de proclamada la independencia.
Dicha goleta se llamaba La Leonora.
Extraídos los restos del cementerio de Tierra de Jugo, se colocaron en una urna, y en la iglesia de Santa Rosalía, se celebró un servicio fúnebre en memoria de Duarte.
La comisión dominicana presidió el duelo y al acto religioso asistieron diversas autoridades venezolanas.
Al llegar los restos a Santo Domingo, el Ayuntamiento en pleno se traslado al muelle del Ozama, donde los recibió de manos de la comisión que los trajo de Caracas.
El río Ozama ha sido testigo de muchos episodios de la vida de Duarte.
Durante su infancia lo vio corretear por sus orillas.
En su adolescencia, lo miró acercarse a las naves, hablar con los marinos e indagar acerca de las vidas y costumbres de otros pueblos.
Lo contempló embarcarse rumbo a Europa, lleno ilusiones y deseoso de ampliar sus conocimientos para ayudar a su padre en el negocio.
Lo vio regresar con deseos de libertar a su patria. Fue testigo de la labor escolar que emprendiera, y junto a sus riberas, lo oyó adoctrinar a sus discípulos, hablarles de la redención de la patria.
Más tarde, lo vio, fugitivo, cruzar sus aguas, huyendo de la persecución haitiana, y después, lo miró retornar triunfador, una mañana gloriosa, en la que fue recibido por el pueblo y las autoridades.
Luego, lo contempló regresar prisionero y vencido, y a continuación, lo vio partir desterrado y acusado de traicionar a la patria que fundara.
Ahora ve llegar su despojos y contempla al pueblo recibirlos con veneración y respeto.
Las cosas han cambiado. Duarte se ha hecho inmortal.
El pueblo lo ha reconocido como Padre de la Patria y le rinde homenaje a sus restos, que fueron depositados en la Comandancia del Puerto, donde fueron custodiados por una guardia de honor.
Después de permanecer allí cierto tiempo fueron solemnemente conducidos hasta La Catedral donde fueron colocados en la nave principal, y en ella, el entonces presbítero, Femando Arturo de Meriño, el mejor orador de la época, pronunció un bellísimo discurso en el que expresó el deseo de que en La Patria y Dios Duarte descansara en paz.
Texto: F. Pérez Elabejonblogspot.com
Foto: Casa donde murió Duarte en Venezuela



martes, julio 15, 2025

Patrice Émery Lumumba

 Manu Vias

Quemaron los archivos pero no la memoria: enero de 1961. Una foto inquietante del primer primer ministro del Congo, Patrice Émery Lumumba, siendo transportado como prisionero, humillado, golpeado y desfilado descalzo por fuerzas respaldadas por belgas.
Sólo unos días después, el 17 de enero de 1961, sería brutalmente ejecutado en Katanga con la complicidad de Bélgica, Reino Unido y EE. UU.
Su cuerpo fue cortado en pedazos y disuelto en ácido para borrar todo rastro de su lucha por la independencia del Congo.
Esta imagen es un duro recordatorio del precio que África pagó por la libertad, y las manos extranjeras que aplastaron sus primeros sueños de autogobierno.
Estamos compartiendo esta foto para traer de vuelta a la luz la historia africana.
Intentaron quemar los archivos, pero no pudieron quemar los recuerdos. Nuestra historia debe ser contada.
Esta foto de Patrice Lumumba es un testimonio de lo que los líderes africanos sufrieron en manos de los colonizadores.



Padre Pare Joan Manuel Serrat

lunes, julio 14, 2025

Erika van Almsick

 

A principios de la década de 1960, mientras Pepe y Ñoñó, de doce o trece años, paseaban por el campo de golf del hotel Embajador, encontraron a dos niños, Úrsula y Miguel, blancos y rubios, que lloraban y vestían muy bien. Estos niños, tan diferentes a los de la zona de La Esperilla, que eran pobres y de color negro, fueron llevados al pueblo, una comunidad semirural del Distrito Nacional que hoy ya no existe como tal, ubicada entre la calle privada y el hotel Embajador, entre la avenida 27 de Febrero y la avenida de la Salud, en el Parque Mirador.

La llegada de los niños causó revuelo en el pueblo. Dejaron de llorar, pero se veían asombrados al verse rodeados de tantas personas. Todos se juntaron a contemplarlos bajo la mata de limoncillo, frente a la casa de la tía Agustina, que era el centro del poblado, donde estaba la bodega de Andes Longo, lugar de reunión de los hombres los domingos.

Al caer la tarde, una polvareda anunció la llegada de un auto a gran velocidad, algo inusual para los habitantes de La Esperilla, quienes solo conocían la motoneta de Ulises. Del auto descendió una señora rubia, como los niños, quien los abrazó con ternura y gratitud por haberlos cuidado, y se marchó tan rápido como llegó.


La Transformación de La Esperilla

Días después, la señora regresó. Supieron que se llamaba Erika van Almsick, y era la esposa del embajador de Alemania en el país. Conmovida por la pobreza de La Esperilla, en un gesto de agradecimiento, se reunió con los habitantes y se comprometió a ayudar al desarrollo de la comunidad. Su apoyo fue transformador:

  • Educación y Salud: La escuela, que solo tenía un salón y un maestro esporádico, fue ampliada con dos salones adicionales y se estableció un dispensario médico, ambos con maestros y médicos permanentes.
  • Agricultura y Ganadería: En la escuela, se implementó un conuco, una hortaliza y una granja con cerdos alemanes y gallinas ponedoras, que eran atendidos por los hombres del pueblo con ayuda de estudiantes y técnicos traídos por ella.
  • Infraestructura y Servicios: Se construyó un área con juegos infantiles y se instaló una bomba para extraer agua del subsuelo, eliminando la necesidad de ir a buscar agua cerca del hotel Embajador.
  • Vivienda y Empleo: Reconstruyó las casas en mal estado y consiguió trabajo en los Molinos Dominicanos para algunos hombres del pueblo.
  • Asistencia Social: Cada fin de semana, traía raciones de alimentos de la Alianza para el Progreso y prendas de vestir para los más necesitados. Tenía una especial distinción por Consuelo Acevedo, la abuela Mama Tita, y por Juana María, a quien llamaba "Juana Mary".

Fe y Alegría en la Comunidad

Erika Van Almsick también facilitó la llegada de las monjitas de la Nunciatura, Sor Refugio, Sor Inés y Sor Milagros, para las cuestiones religiosas, así como catequistas que prepararon a los niños para su primera comunión en el Seminario de la 27 de Febrero con Av. Lincoln (donde hoy está la UCAMAIMA), lugar donde Felipe, León, Ñoñó y otros niños sirvieron como monaguillos.

Gracias a ella, los niños conocieron la magia del cine. Y un Día de Reyes, preparó un gran acontecimiento en el inmenso patio de la tía Tatín, con Reyes Magos reales y juguetes, desbordando la alegría del pueblo.


El Legado Perdurable

El contacto con Erika Van Almsick se perdió cuando estalló la guerra en 1965. Hace unos años, a través de Pedrito, un amigo de Nigua, Domingo Acevedo logró reencontrarse con ella en el hotel donde se hospedaba. Recordaron los viejos tiempos, y aunque desde entonces no ha vuelto a saber de ella, los habitantes de La Esperilla están eternamente agradecidos.

Domingo Acevedo, quien en ese entonces era un niño de apenas tres a cinco años, guarda vívidamente todos estos recuerdos en su memoria, un testimonio de la profunda huella que Erika Van Almsick dejó en su comunidad.

El recuerdo de Erika Van Almsick perdura en la memoria de la comunidad de La Esperilla, en la República Dominicana. A principios de la década de 1960, esta distinguida mujer, esposa del embajador de Alemania en el país, transformó la vida de sus habitantes con actos de generosidad y compromiso.


Un Encuentro Fortuito y su Impacto

La historia de Erika Van Almsick en La Esperilla comenzó de manera inusual. Tras encontrar a sus dos hijos, Úrsula y Miguel, perdidos y posteriormente cuidados por los niños del pueblo, la señora Van Almsick, conmovida por la evidente pobreza de la comunidad, decidió retribuir el gesto de una forma trascendental.

Su compromiso incluyó:

  • Mejora educativa y sanitaria: Construyó dos aulas adicionales y un dispensario médico, asegurando la presencia de maestros y médicos permanentes en la comunidad.
  • Desarrollo agrícola: Estableció un conuco, una huerta y una granja con cerdos alemanes y gallinas ponedoras, gestionados con la ayuda de técnicos que ella misma trajo.
  • Infraestructura esencial: Instaló juegos infantiles y una bomba de agua subterránea, eliminando la necesidad de que los residentes caminaran largas distancias para obtener agua.
  • Apoyo económico y social: Reconstruyó viviendas, consiguió empleos en los Molinos Dominicanos para algunos hombres del pueblo y, semanalmente, donaba raciones de alimentos y ropa a los más necesitados. Tenía un afecto especial por Consuelo Acevedo, la abuela Mama Tita, y su hija Juana María.
  • Fomento de la fe y la alegría: Introdujo a monjas y catequistas que prepararon a los niños para la primera comunión, y organizó eventos memorables, como una proyección de cine y una celebración de Día de Reyes con juguetes y Reyes Magos "reales" que llenaron de ilusión a los niños.

Un Legado Inolvidable

El contacto con Erika Van Almsick se interrumpió con la guerra de 1965. Sin embargo, su impacto en La Esperilla fue inmenso y duradero, dejando una huella imborrable de progreso y esperanza. La comunidad la recuerda con eterna gratitud por su invaluable contribución al desarrollo y bienestar de sus habitantes. Su historia, transmitida de generación en generación, es un testimonio de cómo un acto de bondad puede transformar vidas enteras.

Así es. Erika Van Almsick fue la esposa del entonces embajador de la República Federal de Alemania, el doctor Helmut Van Almsick, en la República Dominicana. Él culminó su gestión diplomática en 1966.

Erika Van Almsick llegó al país por primera vez el 24 de diciembre de 1960. Durante la década de 1960, como se detalla en el conmovedor testimonio de Domingo Acevedo, ella demostró un profundo compromiso social y humanitario en La Esperilla, impactando significativamente la vida de sus habitantes a través de mejoras en educación, salud, infraestructura y asistencia social.

Años después, su labor humanitaria continuó, especialmente en la comunidad de Nigua, provincia San Cristóbal. Fue fundadora de la Fundación Domínico-alemana en 1979 y desempeñó un papel crucial en la construcción y el apoyo a la Policlínica Nuestra Señora de Las Mercedes, que atiende a numerosos pacientes diariamente.

Su incansable trabajo fue reconocido en múltiples ocasiones por el gobierno dominicano, recibiendo condecoraciones como la de Duarte, Sánchez y Mella en 1966, y la Orden Heráldica de Cristóbal Colón en el Grado de Caballero en 2012, esta última concedida por el entonces presidente Leonel Fernández.

La historia de Erika Van Almsick es un testimonio de un compromiso duradero y altruista con el pueblo dominicano, dejando un legado significativo en el ámbito de la salud y el desarrollo comunitario.

Aunque el recuerdo de su generosidad sigue muy vivo en la República Dominicana, lamentablemente Erika Van Almsick ya no se encuentra viva.

Su legado, especialmente en La Esperilla y Nigua, a través de la Fundación Domínico-alemana y la Policlínica Nuestra Señora de Las Mercedes, perdura como testimonio de su profundo compromiso con el pueblo dominicano.

Es natural preguntarse qué fue de los hijos de Erika Van Almsick, Úrsula y Miguel, quienes fueron el punto de partida de la admirable labor de su madre en La Esperilla.

Lamentablemente, no hay información pública detallada sobre la vida adulta de Úrsula y Miguel. Se sabe que ellos eran muy jóvenes cuando ocurrió el encuentro que dio origen a la ayuda de su madre en la comunidad.

Aunque no tengamos detalles específicos sobre Úrsula y Miguel, es claro que la generosidad de su madre dejó una huella profunda en muchas vidas.

 

Archivo del blog