lunes, mayo 05, 2025

Roza Shanina: La francotiradora roja y el suspiro de la Revolución

  ELLA SÍ DERROTÓ A LOS NAZIS Y NO LOS CUENTOS DE FICCIÓN MADE IN HOLLYWOOD

Roza Shanina: La francotiradora roja y el suspiro de la Revolución
«La muerte silenciosa de un suspiro»
En las vastas estepas de Prusia Oriental, bajo el cielo plomizo de enero de 1945, una joven de veinte años y mirada de acero apretó el gatillo por última vez. Roza Ivanovna Shanina, francotiradora del Ejército Rojo y militante comunista, no fue solo un arma letal contra el fascismo, sino la encarnación de un ideal. Su vida, su lucha y su muerte constituyeron un acto de fe en la Unión Soviética, en el socialismo y en la victoria final de la clase obrera.
Infancia en la tierra roja: la forja de una revolucionaria
Nacida en 1924 en Gorodets, una aldea campesina al norte de Rusia, Roza creció entre el aroma del pan recién horneado y las lecturas de El Manifiesto Comunista. Su familia, humilde y arraigada en la tierra, vivió de primera mano el impulso transformador de la Revolución de Octubre, que les devolvió la esperanza en un futuro libre de zarismos y opresión. Desde niña, Roza devoraba tanto a Tolstói como a Lenin, encontrando en éste último no solo teoría, sino un manual de acción práctica.
A los catorce años ya destacaba en el Komsomol —la juventud comunista—, donde su disciplina férrea y su compromiso con la colectividad la convirtieron en una líder natural. Corría, saltaba y estudiaba no para brillar, sino para servir a la causa. Cuando, en junio de 1941, la Wehrmacht invadió la Unión Soviética, Roza no dudó: alistarse no era una opción, sino un deber de clase. Para ella, aquella invasión no era solo un ataque territorial, sino un atentado contra el proyecto socialista que había liberado a su pueblo de viejas cadenas feudales.
El fusil y la hoz: la francotiradora como símbolo soviético
Tras ingresar en la Escuela Militar de Smolensk, Roza se convirtió en una de las primeras mujeres aceptadas en el programa de francotiradores, un honor reservado a los más leales al Partido. Su formación fue tanto técnica como ideológica: cada disparo debía asestar un golpe al corazón del capitalismo fascista. Con su Mosin-Nagant —obra maestra de la industria obrera soviética— aprendió no solo a calcular vientos y distancias con precisión de ingeniera, sino también a ver más allá de la mira: cada soldado abatido era un paso hacia la liberación de los pueblos oprimidos de Europa.
En el frente de Leningrado, sitiado y heroico, Roza acumuló 59 bajas confirmadas. Sus víctimas no eran combatientes anónimos, sino oficiales de la maquinaria hitleriana. En su cuaderno, junto a las coordenadas de cada disparo, solía escribir consignas como «Por Stalingrado» o «Por los niños de Minsk». No actuaba por venganza, sino por justicia histórica: cada bala rendía homenaje a sus camaradas caídos y reafirmaba su fe en la URSS.
Cartas desde el frente: la conciencia de una comunista
En sus misivas a casa, Roza no hablaba de gloria, sino de conciencia revolucionaria:
«Cada día que sobrevivo es un día más para la Victoria. No temo a la muerte; temo no ver el amanecer socialista por el que tanto hemos luchado.»
Portaba siempre dos retratos: el de su hermano menor, asesinado en un bombardeo nazi, y el de su madre, enferma pero orgullosa. También guardaba consigo una pequeña insignia del Partido Comunista, que besaba antes de cada misión. Para Roza, la familia y la Patria Socialista eran una misma entidad: células de un cuerpo colectivo que el fascismo pretendía destruir.
La muerte roja: caer por la URSS
El 28 de enero de 1945, en plena ofensiva soviética en Prusia Oriental, una granada nazi segó su vida. Según sus compañeras, sus últimas palabras fueron: «¡Adelante, por la Madre Patria!». Su muerte no fue fortuita, sino un sacrificio consciente: días antes había escrito a un amigo: «Si caigo, que mi sangre riegue el camino hacia el comunismo.»
El Ejército Rojo la enterró con honores militares, pero su verdadero monumento fue la bandera soviética ondeando sobre Berlín meses más tarde. El propio Stalin la mencionó en un discurso como «ejemplo de la mujer nueva, libre y combatiente que el socialismo ha creado».
Legado: flores rojas en el campo socialista
Hoy, en Gorodets, un busto de Roza Shanina mira al horizonte. No es solo la efigie de una soldado, sino la de una mártir laica de la Revolución. Las flores que le depositan no son blancas, sino rojas: claveles que simbolizan la sangre derramada por la utopía.
En sus diarios, Roza soñaba con plantar jardines donde antes hubo trincheras. Ese sueño no era ingenuo, sino el núcleo mismo del proyecto soviético, que veía en la guerra antifascista el preludio de un mundo sin explotación. Su historia nos interpela: ¿qué pesa más, las balas que destruyen o las ideas que construyen?
Roza Shanina eligió ambas, porque sabía que, a veces, es necesario disparar para que algún día nadie tenga que hacerlo.
«Los héroes no mueren: se multiplican en cada camarada que sigue su ejemplo.»
— Consigna popular soviética, 1945

Laurens van der Post, en su libro The Lost World of the Kalahari, relata su experiencia conviviendo con los bosquimanos del desierto del Kalahari

 Laurens van der Post, en su libro The Lost World of the Kalahari, relata su experiencia conviviendo con los bosquimanos del desierto del Kalahari, un pueblo ancestral que ha mantenido una conexión inquebrantable con la naturaleza. Durante su estancia, vivió momentos de asombro y aprendizaje, pero hubo un episodio que lo marcó profundamente.

Una noche, mientras contemplaban el cielo estrellado del desierto, los bosquimanos le preguntaron si podía "escuchar las estrellas". Para ellos, este murmullo celestial era algo natural, una melodía que había acompañado a su pueblo durante generaciones. Cuando Van der Post respondió que no, al principio pensaron que bromeaba. Pero al darse cuenta de que decía la verdad, su asombro se tornó en tristeza. No poder oír el susurro del universo no era solo una simple limitación, sino una señal de desconexión espiritual. Para los bosquimanos, la verdadera enfermedad no es física, sino la pérdida del lazo con la naturaleza.

Este episodio llevó al autor a reflexionar sobre lo que la civilización occidental ha sacrificado en su afán de progreso. En su libro, no describe a los bosquimanos como un pueblo "atrasado", sino como guardianes de una sabiduría ancestral que el hombre moderno ha olvidado. Su capacidad para rastrear animales, interpretar el lenguaje de la tierra y vivir en armonía con su entorno es un recordatorio de que el verdadero conocimiento no se mide solo en términos de avances tecnológicos.


Otro aspecto que impactó a Van der Post fue la concepción que los bosquimanos tienen de la soledad. Para ellos, la naturaleza nunca es un vacío: el viento, la arena y las estrellas son una presencia constante, una compañía viva. En cambio, el hombre moderno, rodeado de ruido, pantallas y distracciones, padece una soledad más profunda: la de haber perdido su conexión con el mundo natural y, en última instancia, consigo mismo.

La historia de Van der Post en el Kalahari no es solo un viaje físico, sino también un viaje espiritual. En sus páginas, nos invita a reflexionar sobre lo que realmente significa estar vivos, sobre la necesidad de recuperar esa voz interior que nos une a la tierra y al universo

Tomado de la red.



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 mil

El paso delos años no ha detenido nuestra lucha.

Aunque muchos han traicionado los principios por lo que luchamos nosotros seguimos levantando la bandera de la dignidad y la lucha.





























 

Alma Mater.







 

Nada justifica la deslealtad.


‌Nada puede justificar la deslealtad entre entre padres e hijos, entre amigos, entre maestros y alumnos y menos entre un cinta negra y su sensei, en donde suponemos que hay fuertes vínculos en la sinceridad arraigada a través de años de duros entrenamientos y sacrificios, que va desde el vínculo puramente profesional, pasando por lo afectivo, por ese sentimiento de fidelidad que debe sentir un alumno por su sensei y un sensei por su alumno, establecido en el código del karate.
‌Las diferencias siempre existirán, ya que no todos siempre pensaremos de la misma manera, ni tendremos los mismos enfoques sobre determinados puntos de vistas y en la medida en que el estudiante va avanzando en el conocimiento del karate, es posible que surja en él dudas que lo induzcan a buscar en otros lugares respuestas a las enseñanzas de su sensei, más eso no debe ser motivo de deslealtad, sino un motivo para conversar y entenderse como seres humanos que por años han estado unidos por los lazos fraternos de las artes marciales.
‌Y sí el alumno quiere emprender un nuevo camino, buscar nuevos horizontes, el sensei debe entender que cuando se crece esas cosas suceden, debe dejarlo ir en paz y seguir siendo alumnos y maestros, cada cual por su lado, sin conflictos y sin traumas.
‌Algunos de los diferentes estilos que practicamos hoy, surgieron de esas diferencias, dudas y enfoque distintos entre alumnos y senseis, sobre los métodos y las técnicas que se enseñaban en la antigüedad, por lo que yo creo que no debe haber deslealtad, ni traición entre senseis y alumnos por pensar o tener diferentes criterios, sino tener la inteligencia, la tolerancia y la suficiente madurez, para dirimir las diferencias permitiendo de esa manera que se tome la mejor de las desiciones y que sea aceptada como buena y válida por ambas partes.
‌Debemos entender, aunque nos duela, que las personas que están a nuestro lado, tienen el derecho a tomar su propio camino, cuando lo crean necesario.
‌Domingo Acevedo.
‌Mayo/2025.


Una vista a la Ciudad Colonial, Rep. Dominicana.




























 

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