miércoles, julio 23, 2025

El último yahi,






Datos Históricos


En agosto de 1911, un hombre apareció caminando lentamente desde el desierto californiano, con las costillas marcadas por el hambre y los ojos cargados de siglos de dolor.

No hablaba inglés. No tenía hogar. Y no pronunció su nombre.

Venía solo. Era el último yahi, una rama de los yana, exterminados por la violencia, la fiebre del oro y las enfermedades que los colonos llevaron a California.

Según la tradición de su pueblo, uno no debía decir su propio nombre. Pero ya no quedaba nadie para nombrarlo. Los antropólogos de la Universidad de California lo llamaron Ishi, que en su lengua significaba simplemente: “hombre”.

Lo llevaron al museo de San Francisco. No como exhibición. Sino como puente con un mundo que ya no existía.

Ishi enseñó a tallar puntas de flecha con obsidiana, a encender fuego sin fósforos, a hablar una lengua que ya nadie entendía. Compartió lo que recordaba. Y sobrevivía en él no solo la historia de un pueblo, sino la dignidad de un hombre que no eligió ser el último.

Los visitantes esperaban encontrar una curiosidad etnográfica. En cambio, encontraron a un ser humano: amable, sabio, lleno de humor y cortesía. Un sobreviviente que jamás perdió su humanidad.

Murió en 1916, de tuberculosis. Solo cinco años después de reencontrarse con el mundo.

No fue “el último indio salvaje”, como lo llamaban los periódicos. Fue el último testigo de una cultura arrasada. Y tuvo el valor de contarla.

A Ishi no lo recordamos por su muerte. Lo recordamos porque, incluso en el silencio, su voz aún resuena.

Tomado de la red.

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