viernes, septiembre 05, 2025

 La tradición de las rupturas

Universalidad y dominicanidad en la poesía de Franklin Mieses Burgos

Por Eva Guerrero Guerrero

Universidad de Salamanca

Y es la hora, oh Poeta, de declinar tu nombre, tu nación y tu raza.

Saint John Perse



 

Franklin Mieses Burgos ha sido considerado «uno de los poetas más importantes de América en el siglo xx» (Rueda, 45). Mieses Burgos (1907-1976) vivió y murió en Santo Domingo. Su formación intelectual, en la que influyeron gran número de autores tanto clásicos como modernos, fue de naturaleza autodidacta, ya que nunca cursó estudios universitarios, y hasta donde nos consta nunca salió de su patria. Sin embargo, su poética y la de sus compañeros de grupo abre una brecha que eleva el poema hasta una factura nunca vista hasta entonces en la República Dominicana.

Su nombre va unido al del grupo de La Poesía Sorprendida, pues su casa se llamó La Casa de la Poesía Sorprendida por ser el centro conocido, incluso desde el exterior, de sus actividades. Allí tienen lugar las reuniones y debates de donde surgirán las principales directrices del movimiento (Rueda, 45); de ahí que su obra solo pueda entenderse en el marco de dicho grupo, que nace asociado a la revista del mismo nombre; se trata de un proyecto editorial y poético que se extiende desde octubre de 1943 a mayo de 1947, y consta de un total de 21 números. La Poesía Sorprendida no solo reacciona contra Los Cuadernos Dominicanos de Cultura, publicación subvencionada por el régimen, sino contra toda producción poética de corte mimético en la que estaba anclada la poesía anterior.

La Poesía Sorprendida se compone de un colectivo de poetas que agrupa bajo una misma publicación a los poetas Franklin Mieses Burgos, Mariano Lebrón Saviñon, Manuel Rueda, Freddy Gatón Arce, Antonio Fernández Spencer, Aída Cartagena Portalatín, Manuel Valerio, Manuel Llanes, Juan Manuel Glass Mejía, al chileno Alberto Baeza Flores y al pintor español, Eugenio Fernández Granel, quien además de publicar textos en LPS diseñaba las viñetas que ilustraban la revista (García Cuevas, 42-43).

El contexto histórico en el que escriben estos poetas, y con el que quieren guardar distancia es la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. En el ámbito literario internacional estaríamos ya enmarcados en la postvanguardia y en el marco histórico del existencialismo y la angustia metafísica de la cultura occidental emanados de la Segunda Guerra Mundial: «Cuando apareció LPS el mundo se encontraba en plena guerra desatada por el nacionalismo de Hitler y Mussolini. Esta consigna de «Poesía con el hombre universal» es el enfrentamiento a la idea nazi fascista con la consigna del ideal de la Ilustración» (Baeza Flores, 508).

La Poesía Sorprendida puso en práctica un programa estético que transformó la caduca concepción del arte poético en la República Dominicana, dominado por un concepto de lo nacional apegado a lo folklórico y a lo telúrico. Los contactos con los textos de las vanguardias europeas e hispanoamericanas, más otros poetas que serán publicados en la revista, inaugurarán un nuevo momento estético frente a los movimientos precedentes: el vedrinismo y el postumismo.

Los postulados de la poesía sorprendida constituyeron un abierto rechazo a toda creación de naturaleza social o política, con tintes de localismo. Se convierte de este modo en un foco de difusión y de convergencia entre la poesía de varios países hispanoamericanos y europeos. La revista que lleva su nombre acoge a poetas que participan de la primera y segunda vanguardia, tanto desde el ámbito hispanoamericano como desde Europa, incluyendo poetas de la Generación del 27 (Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Lorca), poetas de Orígenes (Lezama Lima, Cintio Vitier; el nexo de unión con el ámbito cubano fue muy fuerte), trascendentalistas estadounidenses, surrealistas y otros, a nivel local, como es el caso de Domingo Moreno Jimenes, que proviene del postumismo, pero algunos poemas suyos llegaron a publicarse en las páginas de la revista.

El alcance de La Poesía Sorprendida para renovar el ambiente poético dominicano fue enorme, pues estaríamos hablando del primer momento de verdadera transformación en el cauce literario del país, de ahí que sean muy acertadas las palabras de Eugenio García Cuevas que, aunque amplias, consideramos de interés reproducirlas, por ser uno de los estudiosos más importantes del grupo:

[…] LPS incorpora consistentemente, por primera vez, al interior de la tradición y difusión poética dominicana una muestra considerable del pulso de la poesía internacional. […] Aparte de los autores dominicanos, LPS cerca en sus páginas muestras textuales de veintiún países, tanto contemporáneos de ellos con los que tienen algún tipo de filiación estética, como de la línea fundacional de la poesía hispánica.

Mirada desde este ángulo, no es casualidad que LPS haya incluido en sus páginas piezas de la tradición clásica española: San Juan de la Cruz, Garcilaso de la Vega, Fernando de Herrera, Luis de Góngora y Lope de Vega. Se trata de que LPS se siente heredera de esa tradición y quiere testimoniarlo publicando sus textos. En esa línea tampoco son aleatorios sus vínculos con algunos de los autores de la Generación del 27 y con Juan Ramón Jiménez, maestro de esa generación.

El enlace con Hispanoamérica queda reflejado al difundir en suelo dominicano autores de Puerto Rico, Chile, Perú, Argentina, Brasil, Ecuador, Haití, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Guatemala y Cuba, entre otros (150).

La poesía que se estaba produciendo en este momento cambiaba totalmente el pulso de producción dominicana, de ahí que produjera un revulsivo en el país y que no fuera entendida por aquellos más próximos al régimen. Las mayores críticas se dan entonces en el debate entre lo universal y lo nacional, de ahí que Joaquín Balaguer, figura claramente asociada al trujillato señale:

En contraste con la recia personalidad de Peña Batle, medularmente dominicano, y con las plantas asentadas a su tierra nativa, se ha desarrollado durante el año 1946 un movimiento poético que se ha desentendido en absoluto de las esencias de la vida nacional y que se ha propuesto utilizar el verso como expresión del sentimiento cósmico y de las vaguedades espirituales que caracterizan el alma contemporánea: la «Poesía Sorprendida» (320).

Sin embargo, la figura de Peña Batle, como señala Manuel Rueda, fue muy significativa, de este modo remarca su importancia en su relación con Mieses Burgos:

Por su mediación [se entiende la de Mieses Burgos] llegan a la poesía sorprendida figuras como las de Rafael Américo Henríquez, vinculadas al postumismo, Manuel A. Peña Batle quien, al mismo tiempo, alivió por su destacada posición en la política de aquellos días y en ciertas circunstancias difíciles, las presiones que la dictadura mantenía en torno a La Poesía Sorprendida por su independencia, rigor y eclecticismo. (45)

Esto demuestra una falta de profundización y comprensión en lo que representaba una poesía que no abandona los aspectos esenciales de su tierra, sino que, sin dejar de lado el sufrimiento por el que estaba pasando el hombre dominicano en una época crucial de su historia, iba más allá —«Con el hombre universal», tal como rezaba el lema de la revista—, pero lo hacía desde unos cauces que la situaban en nuevos parámetros estéticos que la alejaban del mimetismo y del folklorismo anterior: «Lejos de negar la realidad, La Poesía Sorprendida la interpreta, pero entre cogerla en bruto e interpretarla media un mundo» (Mateo, 59-60).

Las preferencias son claras por la poesía francesa, poesía que más abunda en las páginas de la revista (André Breton, André Gide, Antonin Artaud, Guillaume Apollinaire, Jules Supervielle, Paul Valéry, Paul Claudel, Paul Éluard, Pierre Reverdy, Robert Desnos). Pero en los números de La Poesía Sorprendida son muchos los autores que aparecen, escritores que no habían estado presentes en la poesía dominicana, y de los que, sin duda, bebe Mieses Burgos, entre ellos, Blake, Rilke, D. H. Lawrence, Goethe, etc.

En ese ánimo de universalidad está sin duda la mayor conexión que se establece con el ámbito caribeño, de ahí que tengan mayor contacto, como ya se ha dicho, con los poetas cubanos, además de Lezama Lima y Cintio Vitier, habría que añadir a Gastón Vaquero, Eliseo Diego o Virgilio Piñera; también varios poetas puertorriqueños estuvieron relacionados con la revista Luis Hernández Aquino, Samuel Lugo, Carmelina Vizcarrondo y Francisco Matos Paoli, poetas también vinculados a una poesía de corte vanguardista y postvanguardista de tendencia metafísica y trascendentalista.

Alcántara Almánzar se refiere a la calidad de su poesía y al significado que adquiere la difusión de poetas internacionales en un medio que estaba habituado a un localismo extremo:

Influidos por el surrealismo y las vanguardias europeas, adversarios del regionalismo localista y la pobreza cultural. Propugnaban por una poesía con el hombre universal en contraposición a los que respaldaban un proyecto nacionalista que se había convertido en estandarte de polémicas literarias. Los poetas sorprendidos trabajaban en equipo, con verdadero y profundo espíritu de grupo. Formaron una revista en la que divulgan textos suyos y de poetas de todo el mundo. Durante los años en que se mantuvo la publicación (1943-1947) aparecieron en los cuadernos de LPS muchos de los textos más sólidos que se hayan escrito en el país en este siglo («Los escritores dominicanos durante la dictadura de Trujillo», 194).

Nos encontramos frente a un movimiento renovador que tiende a eliminar el insularismo y el nacionalismo ramplón, que se aleja de lo figurativo y de lo social de modo directo, pero que no abandona los problemas del hombre del momento, que eran también, y sobre todo, los del hombre dominicano. Para ello se vale de todas las influencias renovadoras que ofrecía la poesía universal. De este modo apunta Augusto C. Ogando:

La Poesía Sorprendida fue en realidad un movimiento ecléctico que buceó en la mayoría de los movimientos literarios de entonces. Así encontró en el surrealismo una oportuna forma de expresión por lo que propugnó desde un principio su adhesión a dicha corriente. De aquí que muchos críticos han pretendido enmarcar la poesía sorprendida dentro de la poesía evasiva, opinión que deja mucho que desear si consideramos el restringido ambiente político en que esta se desarrolló. Los poetas sorprendidos procuraron la construcción cuidadosa y engorrosa valiéndose de metáforas y símbolos enigmáticos […]. De manera pues que la poesía sorprendida explotó favorablemente lo que Rueda y Hernández Rueda han llamado técnicas de ocultamiento a tal punto que cada poema fuera de contexto no parece tener ninguna vinculación con el régimen trujillista (Ogando, 13-14).

Si nos centramos en Mieses Burgos, «uno de los poetas más profundos de la lengua española, y el más extraño caso entre los creadores de formas bellas de toda nuestra América» (Henríquez Gratereaux, 24), estaríamos hablando de un autor de no muy amplia producción, pero de gran manejo de registros, donde tienen cabida poemas de largo aliento con otros de carácter más popular en su primera etapa; pero en todos ellos se insertan símbolos e imágenes muy elaborados que nos muestran una sensibilidad y un tempo muy distinto a la anterior poesía dominicana. Entre sus obras destacan temas que aluden desde su mismo título a un ámbito más local, y otras que ofrecen resonancias más universales: Torre de voces (1929-1936), Trópico íntimo (1930-1946), Propiedad del recuerdo (1940-1942), Sin mundo ya y herido por el cielo (1943-1944) Clima de eternidad (1944), 12 sonetos y una canción a la rosa (1945-1947), Seis cantos para una sola muerte (1947-1948), El ángel destruido (1950 -1952) y Al oído de Dios (1954-1960).

Desde sus primeros poemas pertenecientes a Torre de voces, y fuera aún cronológicamente del discurso de La Poesía Sorprendida (pues están compuestos entre 1929-1936) se evidencian en Mieses Burgos un tono de ruptura y un deseo expreso de alzar una nueva «voz» frente a los discursos anteriores. Con ese clamor da comienzo el primer poema: «Yo sembraré mi voz en la carne del viento / para que nazca un árbol de canciones, / después me iré soñando músicas inaudibles / por los ojos sin párpados del llanto» («Canción de la voz florecida», 32).

Incluso es muy significativo que dicho poema se titule «Canción de la voz florecida», en alusión a esa renovada palabra/voz portadora de un nuevo tejido estético frente al estancamiento en el que había permanecido la poesía, de ahí la palabra que estalla en todos los sentidos, impregnándose así de nuevas sensaciones:

Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.
Será una fruta alta, recién amanecida,
una fruta redonda de palabras
sonoras como un canto:
maravilla sonámbula de un árbol
crecido de canciones, semilla estremecida
en la carne florecida del viento.
—mi voz (32).

Señala al respecto Fernando Ureña Rib:

En la poesía de Franklin Mieses Burgos resalta una estética plena de aspectos espirituales y sensoriales. La imagen táctil, olorosa, dotada de ciertas tersuras y alusiones musicales, sonoras y visuales hacen de Franklin Mieses Burgos el poeta de los sentidos» (en línea).

Uno de los temas que va a estar presente desde el principio y será una constante en su obra es la reflexión sobre el valor y el alcance de la poesía: una reflexión metapoética continua. En este libro se encuentra el famoso poema «Esta canción estaba tirada por el suelo» que remite al escaso alcance de la poética anterior, al estar inmersa en una realidad concreta, y no haber asumido un riesgo mayor con la palabra, cargándola de resonancias que incluyen lo universal, pero que no excluyen lo nacional:

Esta canción estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
la hallaron unos hombres que luego me la dieron
porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.
[…]
Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
cuando aún no era mía
esta canción que estaba tirada por el suelo
como una hoja muerta, sin palabras;
[…]
Pero ahora ya sé de las formas distintas
que preceden al ojo de la carne que mira,
y hasta puedo decir por qué caen de rodillas,
en las ojeras largas que circundan la noche,
las diluidas sombras de los pájaros (32).

Ahora se asumen nuevas imágenes «formas distintas / que preceden al ojo de la carne que mira» (32); desde un tono surrealista, esas «ojeras largas que circundan la noche» (32) se posicionan ante una nueva mirada a la realidad y hacia la angustia que provoca la misma realidad que encontramos en la poesía anterior, pero ahora con renovados bríos y nuevos tonos.

Lo local identitario está presente en muchos de sus versos, y de la preocupación por su tierra da fe a uno de sus poemas más conocidos: «Paisaje con un merengue al fondo», perteneciente a su libro Trópico íntimo (1940-1946), un intenso poema de largo aliento lírico, donde revisa la identidad dominicana, tomando la música como uno de los elementos constituyentes de la historia del pueblo dominicano:

Por dentro de tu noche
solitaria de un llanto de cuatrocientos años;
por dentro de tu noche caída entre estas islas
como un cielo terrible sembrado de huracanes
[…]
como un oscuro río desangran tus palabras,
lo mismo que dos tensos bejucos enroscados
bailemos un merengue: un furioso merengue
que nunca más se acabe (58).

Pero también realiza un acercamiento a dicha realidad a la que se le han atribuido unos estereotipos, realizando por encima de ellos un acto de relectura que devuelva una visión más completa y poliédrica de una realidad dolorosa, quizás para conjurarla con la palabra:

¿Que fuimos y que somos los mismos marrulleros
los mismos reticentes del pasado y de siempre?
¿Que dentro de la escala de los seres humanos
hay muchos que suponen que nosotros no vamos
más allá del alcance de un plato de sancocho?
Puede ser, no lo niego; pero ahora entre tanto
bailemos un merengue de espaldas a la sombra
de tus viejos dolores
más allá de tu noche eterna que no acaba
frente a frente a la herida violeta de tus labios
por donde gota a gota
como un oscuro río desangran tus palabras.
Bailemos un merengue que nunca más se acabe,
bailemos un merengue hasta la madrugada
el furioso merengue que ha sido nuestra historia (60).

Estamos hablando de una poesía que refleja en este caso una honda y dura realidad concreta dominicana, simbolizando en la música una identidad nacional que el autor acepta como especificidad cultural, musical, donde más allá de una historia fragmentada se reconocen todos los dominicanos, de ahí que aboque por otro tipo de dominicanidad que la transmitida, tradicionalmente basada en estereotipos que ocultan su yo profundo.

Sin embargo, dos de los libros que más adquieren, desde mi punto de vista, un carácter de universalidad, sin abandonar la referencialidad dominicana, y que alcanzan también un carácter más hermético son Sin mundo ya y herido por el cielo (1943-1944) y Clima de eternidad (1944). Desde el título del primer libro, Sin mundo ya y herido por el cielo, se advierte la desolación (sin mundo ya) y el sufrimiento (y herido por el cielo), con claras resonancias lorquianas.

El corpus lingüístico de ambas obras remite a un ámbito de desgarramiento moral y espiritual. En el inicio del primer poema de los cinco que componen Sin mundo ya y herido por el cielo titulado con mucho acierto «Imploración», nos encontramos con un yo poético en un estado de desesperanza, sumido en una desazón que, sin abandonar su referente nacional, sin duda tiene un alcance cósmico:

Sin mundo ya y herido por el cielo
voy hacia ti en mi carne de angustia iluminada,
como en busca de otra pretérita ribera
en donde serafines más altos y mejores
harán por ti más blando y preferible
este mi humano corazón de tierra (77).

Del mismo modo que los trascendentalistas estadounidenses urgieron a que cada individuo buscara, en palabras de Ralph Waldo Emerson, «una relación original con el universo», este mismo poema se declara anclado a su tierra, pero perteneciente a un cosmos claro, de ahí los versos:

Tu hijo de tierra y huracanes hecho
en la unidad universal del cosmos.
Tu hijo, el de las briznas de fuego y los cantos,
es sumergida isla, de llanto y de dolores;
el que te mira a ti, transfigurado,
en clima de distintos hemisferios,
uno y plural en tu palabra eterna (77).

La Poesía Sorprendida llevó a cabo un arduo trabajo del lenguaje, lo que conllevó una forma distinta de enfrentarse a la realidad y a asumirla, dicha realidad nacional se conjuró con la palabra de un modo profundo y con referentes universales inesperados para el régimen. Son muchos los escritores que se han pronunciado en relación con el modo en que aparece el tema dominicano en los autores de La Poesía Sorprendida, de ahí que así lo exprese uno de los que pertenecieron al grupo, Baeza Flores:

La presencia del tema dominicano en la poesía de Mieses Burgos, y en la de otros poetas de La Poesía Sorprendida, es profunda. Lo que ocurre es que el lector estaba habituado a una dominicanidad más objetiva, y La Poesía Sorprendida y Mieses Burgos, especialmente, inaugura una dominicanidad subjetiva, interior, muy honda, por sus símbolos (557).

La poesía de Mieses Burgos aúna el dolor particular de cada uno con lo universal; pero de ningún modo están ausentes los momentos cruciales por los que está pasando su tierra, sin embargo se expresa en una rebelión calmada contra la razón a la que no estaba acostumbrada la poesía dominicana. Todo el libro aparece signado por un ansia de libertad; y sería empobrecedor limitarlo al referente dominicano, se expresa, un carácter mucho más universalizante, que nos lleva a una angustia sin remedio; así concluye su poema «Tema» donde nos encontramos con un poema extenso que rezuma una eterna oración, que desemboca, como decimos, en los versos finales:

Que nada estará libre
ni el asno pensativo ni la piedra callada;
[…]
ni la madre ni el hijo
que nada estará libre
aquí, en esta tierra,
en este mismo espacio en que morimos,
en una eterna muerte, sin reposo (81).

Esa superación de lo nacional social y evidente vino a ser necesaria en un país que sufría una dictadura que «anquilosaba» las letras; dicha superación se logró a través del arduo trabajo del lenguaje llevando la poesía dominicana a unas dimensiones no conocidas hasta entonces:

Los escritores […] hastiados de gastados patriotismos de carácter político y cultural, tienden a evitar el nacionalismo superficial y el lirismo evidente para salir en busca de modalidades literarias de mayor hermetismo y profundidad con frecuencia afines al surrealismo (Olivera, 221-222).

El rigor del tempo lírico y del simbolismo de las imágenes de Mieses Burgos carece de referentes para los años cuarenta en la República Dominicana. Continuamente tenemos presente la ansiedad en relación con el lenguaje, la necesidad de una expresión justa, exacta, exigente, y de hallar un lugar donde extender su palabra; de ahí que exclame en el poema «Tercera variación»:

¡Oh llanto inagotable
de no saber dónde sembrar nuestras palabras;
nuestros signos humanos sin nombres designados
secos árboles donde no crece ningún sueño
ninguna voz vibrante tampoco madrugada
en el cielo remoto de los vocablos (83).

Del mismo modo, en el poema «Conclusión» clama por la soledad en que se encuentra el hombre dominicano unida a la del hombre universal:

¿Qué descarnada mano de arcángel o demonio
en la insondable noche donde termina el mundo
me está cerrando siempre tu ventana más alta?
¡Esa ventana tuya por donde yo he querido lanzar mi último grito,
mi más pesada piedra de soledad crecida (84).

En un sentido más amplio, en el prólogo a las Obras completas del autor, remarcó Fernández Spencer la imposibilidad de sentirse ajenos al dolor de los demás hombres:

Hemos entrado en un periodo en que el hombre alerta de cualquier pueblo se siente partícipe en la historia de todo el planeta. Un hombre con esa vocación de participar en la historia de su mundo no puede entender la propensión, para él anacrónica, hacia el nacionalismo de ciertos grupos humanos. Ese hombre comprende la existencia de cada nación en particular en la medida que la ve siendo parte del destino comunitario de la vida humana que lucha por alcanzar su plenitud en el final del siglo xx. (17)

Será en Clima de eternidad (1944) donde se hace más evidente su dolor. Se nota la consciencia del sujeto lírico al emitir su grito contra los horrores visibles del mundo cercano y lejano, ambos mundos son uno, porque las respectivas angustias se han convertido en la misma. El libro está compuesto por dos poemas : «Ariel esperanzado» y «Prometeo mortal», cuyo hilo conductor es la ausencia de libertad que amordaza al hombre. Este grito común y quedo por la libertad viene expresado desde la dedicatoria «a Enrique Casal Chapí y Eugenio Fernández Granell, través de la España andariega y mejor» (82), músico el primero y músico, poeta y también pintor el segundo, que, como hemos dicho anteriormente, había colaborado en las páginas de La Poesía Sorprendida, ambos exiliados en República Dominicana. El primer poema, «Ariel esperanzado», ya empieza con un clamor de dolorosas resonancias bíblicas:

Un longino de piedra clava lanzas oscuras
al costado del mundo.
¡Oh mi joven amigo, camarada!,
Ya es hora de partir cantando hacia la tierra
solitaria y sin nombre donde florece el árbol
de las nuevas palabras, donde se da la yerba
de la dulce esperanza, con la cual lo amoroso
redime a lo terrestre del lastre con que el hombre
fabrica sus cadenas mortales medio a medio
de la noche insondable que puebla su horizonte (86).

La palabra es lo único que parece liberar al poeta en huida hacia «donde florece el árbol / de las nuevas palabras» (86) y «la dulce esperanza» (86); que, sin embargo, no puede alcanzarse. La voz del poeta como eco social se ensancha aquí para testimoniar una tragedia que va más allá de lo nacional: «Hay que decirle adiós a las banderas / […] / Tu patria no es de tela, el universo es tuyo / el cielo es tu bandera / Podemos irnos lejos / hasta la misma noche del aluvión primero» («Ariel esperanzado», 87). Aun en poemas de una clara referencia universal la crítica se ha interesado por lo dominicano, de ahí que Fernandez Spencer, compañero del grupo haya señalado:

Clima de eternidad es la tragedia de la tiranía que vivimos los dominicanos cuando nos atropellaba Trujillo. Solo Mieses Burgos, sin salir del país, acusó, publicando ese poema, a la tiranía que, «con su oscuro tambor de sangre», manchaba nuestra patria. Y lo hizo como los grandes poetas escriben sus denuncias: sin traicionar el arte. («El genio mitológico de Mieses Burgos», 56)

Sin duda alguna, hay en Mieses Burgos un tono que trasciende lo local, pero eso no le impide estar anclado y preocupado por una realidad cotidiana, hecho que más le han criticado desde dentro, por seguir en una dictadura, sin embargo, este aspecto no puede obviarse, esta poesía no puede sustraerse del ambiente en el que fue compuesta, aunque no haya una poesía mimética de denuncia social ni telúrica como sí lo tenían los postumistas, de ahí que citando de nuevo a Eugenio García Cuevas:

Aunque en nuestro estudio de la colección completa de LPS no hemos encontrado ninguna manifestación lingüística directa que apunte al régimen trujillista, y que insinúe asomos de militancia directa en contra de Trujillo, no quiere ello decir, sin embargo, que, solapadamente no se fragüe en los textos poéticos, teóricos y críticos y en algunas notas marginales, un estado de angustia, dolor, desamparo y soledad que vincule a los poetas de LPS con el existencialismo y que desemboca en la construcción de un campo semántico, una especie de eje obsesivo, en torno a la muerte de la libertad y la existencialidad; de donde se derive simbólicamente, que ante la impotencia de actuar directamente como sujetos históricos políticos frente al estado de agobio moral y cívico que vivía el país en los años cuarenta bajo el trujillismo, no sea casual que LPS proponga como respuesta una vinculación con lo más logrado estéticamente de lo universal, específicamente en la poesía francesa e hispana (161-162).

Una ojeada al vocabulario de este libro nos lleva hacia términos tan sugerentes como cementerio, osamenta, difunto, muerto, miedo, horror, horrible, niebla, sangre, noche, angustia, tiniebla, etc. Con un inventario de imágenes, que nos recuerda al poema «Insomnio» de Hijos de la ira de Dámaso Alonso o al Neruda de la Segunda Residencia, nos encontramos con un tejido poético del horror de alcance local y universal:

La vida es solo un ancho cementerio sembrado
de vocablos extintos, de oscuras osamentas
de prehistóricas voces y de gritos difuntos.
Aquí ya nada queda. Vamos sobre los muertos
irremisiblemente, con una inmensa flor
de hielo en la cabeza («Ariel esperanzado», 87).

Sin embargo, la ausencia de libertad se vuelve acuciante y presencia viva en el segundo poema, donde no hay resquicio para la más mínima esperanza, y desde el mismo título, «Prometeo mortal», el hombre (dominicano, el ser humano en general) aparece «encadenado» a un destino «roca» inamovible que, como mortales, resulta imposible esquivar:

Sujetos Prometeos a la roca invencible
de una carne sin alas, donde esculpe el silencio
sus estatuas perennes de rencor y de miedo.
¿Dónde encontrar entonces
la asequible garganta posible para el río
de nuestro propio llanto de fuego derramado?
[…]
hundidos en la entraña del terrible tambor
donde golpea furiosa la sangre derramada
de los últimos muertos
[…]
¡Pobres dioses humanos
a un inmenso dolor de eternidad, atados! (90).

La poesía de Mieses Burgos y el grupo de La Poesía Sorprendida supera el folklorismo y los elementos regionalistas en que estaba enclaustrada la anterior poética, y en la dinámica universalidad/dominicanidad ambas están presentes, pero, sobre todo, esta última queda trascendida a nivel formal y al encontrarnos con una mayor exigencia verbal que sugiere más de lo que dice. El rigor formal de sus poemas y la decidida fortaleza de sus imágenes lo posicionaron en una orientación distinta. La Poesía Sorprendida inserta a la poesía dominicana en nuevos parámetros que la alejan de la esclerosis en que se hallaba históricamente, acendrada por la dictadura de Trujillo. Aun incluyendo en su obra un claro lamento por la desgracia del pueblo dominicano, Mieses Burgos les infundió a sus versos un aliento de universalidad que revolucionó la poesía dominicana de entonces, convirtiéndose en un referente ineludible de las letras dominicanas del siglo xx.

Obras citadas

  1. Alcántara Almánzar , José. (1979). Estudios de poesía dominicana. Santo Domingo: Alfa y Omega.
  2. —(1990). «Los escritores dominicanos durante la dictadura de Trujillo». Los escritores dominicanos y la cultura. República Dominicana: Intec. 183-197.
  3. Baeza Flores, Alberto. (1977). La poesía dominicana en el siglo xx. Santiago: UCMM.
  4. Balaguer, Joaquín. (1956). Historia de la literatura dominicana. 5.ª ed. Buenos Aires: Gráfica Guadalupe.
  5. Berroa, Rei. (2007). Aproximaciones a la literatura dominicana 1930-1980. Santo Domingo: Colección del Banco Central de la República Dominicana.
  6. Céspedes, Diógenes. (1997). La poética de Franklin Mieses Burgos. Santo Domingo: Colección Banco de Reservas.
  7. Fernández Spencer , Antonio. (1982). Nueva poesía dominicana. Santo Domingo: Publicaciones América.
  8. —(1986). «El genio mitológico de Mieses Burgos». En Franklin Mieses Burgos. Clima de eternidad. Obra poética. Santo Domingo: Editora Nacional. 2-19.
  9. García cuevas, Eugenio. (2011). Poesía moderna dominicana del siglo xx y los contextos internacionales (Estudio sobre La Poesía Sorprendida). Premio Nacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña. Santo Domingo: Editora Nacional.
  10. Henríquez Gratereux , Federico. (1986). «El sembrador de voces». En Franklin Mieses Burgos. Clima de eternidad. Obra poética. Santo Domingo: Editora Nacional. 23-30.
  11. Henríquez ureña , Pedro. (1978). Las corrientes literarias en la América Hispánica. 4.ª edición. Ciudad de México: FCE.
  12. Mateo, Andrés L. (1997). Manifiestos literarios de la República Dominicana. Santo Domingo: Editora de Colores.
  13. Mieses burgos, Franklin. (1986). Clima de eternidad. Obra poética. Santo Domingo: Editora Nacional.
  14. Mora Serrano, Manuel. (2011). Postumismo y vedrinismo. Primeras vanguardias dominicanas. Santo Domingo: Editora Nacional.
  15. Ogando, Augusto C. (1983). «La Poesía Sorprendida (1943-1947)». Medio Siglo de Poesía dominicana (Santo Domingo) 19: 12-20.
  16. Oliveira, Otto. (2007). «Del ideal estético al ideal patriótico en La Poesía Sorprendida». En Aproximaciones a la literatura dominicana 1930-1980. Ed. Rei Berroa. Santo Domingo: Colección del Banco Central de la República Dominicana. 221-235.
  17. Rueda, Manuel. (1996). Dos siglos de literatura dominicana (SS. xix-xx) Poesía (II). Eds. Arístides Inchaústegui y Blanca Delgado Malagón. Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional. Vol. X. Santo Domingo: Editora Corripio.
  18. Ureña Rib, Fernando. «Franklin Mieses Burgos. Canción de la voz florecida». Archivo de Latin Art Museum. Documento de Internet disponible en <http://www.latinartmuseum.com/mieses_burgos.htm>. Fecha de consulta: 15.01.2015.

Poesía Sorprendida

 

La Poesía Sorprendida que surgió en Santo Domingo en octubre de 1943, con la publicación de la revista literaria "La Poesía Sorprendida" la revista aparece en plena tiranía de Trujillo el cual no permitía la libertad de expresión. La filosofía de este movimiento era: ”estamos por una poesía nacional nutrida en lo universal, única forma de ser propia; con lo clásico de ayer, de hoy, de mañana, con la creación sin límites, sin fronteras y permanente; y con el mundo misterioso del hombre, universa, secreto, solitario e intimo, creador siempre.

Los poetas que se destacan en la Poesía Sorprendida son: Franklin Mieses Burgos, Aída Cartagena Portalatín y Antonio Fernández.

Agrupación literaria aparecida en Santo Domingo en 1943. El origen de la Poesía Sorprendida está ligado a los Triálogos que iniciaron los poetas Alberto Baeza Flores, Domingo Moreno Jiménez y Mariano Lebrón Saviñón entre 1942 y 1943. Moreno Jiménez explica el origen de La Poesía Sorprendida de la siguiente manera: "Baeza Flores, Lebrón Saviñón y yo nos sentamos una vez a conversar, Baeza iba copiando todo cuanto se decía. Aunque antes de eso yo tenía el criterio de que la poesía no debía escribirse sino hablarse. Entonces, todo cuanto habíamos dicho en la conversación lo titulamos: Los Triálogos. Se redactaron, además, La infinita estética, Como hombre y Nuevos Triálogos, este último no se publicó. Cuando los llevé a la imprenta para publicarlos, los titulé: Ediciones de la poesía Sor-prendida, a ellos le gustó el nombre y cuando me vieron me gritaron: hoy decidimos hacer una revista: La Poesía Sorprendida" (Doce en la literatura dominicana, 53).

Moreno Jiménez apareció en los primeros números de la revista La Poesía Sorprendida, No obstante, desde la reunión inicial para la formación de dicho grupo, éste fue excluido del mismo. Baeza Flores y Lebrón Saviñón se reunieron con Franklin Mieses Burgos, Freddy Gatón Arce y el poeta y pintor español Eugenio Fernández Granel y, bajo el lema de "Poesía con el hombre universal", dejaron formalmente constituido el grupo.

Posteriormente Moreno Jiménez expondría lo que a su juicio pudo haber sido la excusa de los sorprendidos para eliminarlo del proyecto recién iniciado: "Colaboré con ellos en algunos números; querían que sólo publicara para ellos y no para los Cuadernos Dominicanos de Cultura que preparaban Pedro René Contín Aybar, Inchaústegui Cabral, Emilio Rodríguez Demorizi y Rafael Díaz Niese. Entonces le contesté: "Si he sido libre en la poesía, soy un hombre libre. Me amenazaron con escribir un artículo contra mí, pero no le hice caso" (Doce en la literatura dominicana, 53). Los Triálogos concebidos, de acuerdo al propio Baeza Flores, en la tranquilidad nocturna de los parques Julia Molina (actual "Parque Enriquillo") e Independencia” (La poesía dominicana en el siglo XX, 605), en la capital dominicana, versaban sobre el amor, el mar, la poesía, el desengaño, el sufrimiento y otros aspectos del diario vivir, en los que estaba representado el hombre en todas sus cotidianidades.

El planteamiento básico de los sorprendidos se apoyaba en la universalización del arte. De ahí que su postulado principal fuera: "Estamos por una poesía universal única forma de ser propia; con lo clásico de ayer, de hoy y de mañana; la creación sin límites, sin fronteras y permanente; con el mundo misterioso del hombre, universal, secreto, solitario e íntimo, creador siempre"(. Manifiestos literarios de la República Dominicana, 42-44). Los sorprendidos no rechazaron el pasado ni negaron los aportes de las culturas y las literaturas extranjeras como lo habían hecho sus antecesores. Al contrario, estaban conscientes de que la poesía dominicana debía abandonar el localismo folklórico que la identificaba y acercarse más a lo universal. Las relaciones internacionales y el intercambio con importantes escritores europeos, latino-americanos y caribeños de la época, entre ellos Juan Ramón Jiménez, Emilio Ballagas, Eliseo Diego, Jorge Guillén, Cintio Vitier, Lezama Lima, Ramón Giraos, etc., puso a los poetas sor-prendidos en contacto con la mejor poesía y los más importantes movimientos literarios de aquellos años. Eso los mantuvo al tanto de lo que se estaba escribiendo en otros países de habla española.

Integrantes

  • Rafael Américo Henríquez.
  • Manuel Llanes.
  • Franklin Mieses Burgos.
  • Aída Cartagena Portalatín.
  • Manuel Valerio.
  • Freddy Gatón Arce.
  • Manuel Rueda.
  • Mariano Lebrón Saviñón.
  • Antonio Fernández Spencer.
  • José Glass Mejía.

El grupo permaneció activo por cinco años, desde octubre de 1943, fecha de la aparición de la revista La poesía Sorprendida, órgano de difusión de sus actividades y su producción poética, hasta mayo de 1947, cuando circuló el último número de dicha publicación.

Durante esos cinco años salieron a la luz pública un total de 21 números. La dirección de la revista La Poesía Sorprendida fue colectiva. Alberto Baeza Flores, Franklin Mieses Burgos, Mariano Lebrón Saviñón y Freddy Gatón Arce fueron los primeros directores (1-7). Pero en 1944 el gobierno ordenó que todos los periódicos y revistas nacionales fueran dirigidos exclusivamente por dominicanos. Dicha orden expulsó a Baeza Flores de la revista. Entonces, Franklin Mieses Burgos se convirtió en director único (8-13). Luego, la dirección volvió a ser colectiva (14-16). Después, en un desafiante acto de rebeldía, Baeza Flores y Fernández Granel aparecieron nuevamente formando parte del cuerpo directivo. Mieses Burgos asumió por segunda vez la función de director único (17). Finalmente Baeza Flores, Mieses Burgos, Américo Henríquez, Fernández Spencer y Gatón Arce tuvieron a su cargo los números finales (18-21).

Ese sistema de dirección colectiva confirma el carácter unitario de los sorprendidos y deja establecido que aunque Mieses Burgos, quizás por ser el mayor de todos llevara ocasional-mente la voz directriz, el grupo no tuvo un patriarca ni un modelo estético a seguir. Independientemente de que los sorprendidos adoptaran una posición neutral frente a la tiranía trujillista, pues ni defendieron ni censuraron al régimen. Su compromiso político, casi siempre soterrado, y su interés de integrar la poesía dominicana a la tradición poética universal, otorgan a dichos poetas un espacio imperecedero en la literatura nacional.

La poesía sorprendida dominicana, un olvido en Hispanoamérica


Eugenio García Cuevas

Advertisement

Se conoce con la sinécdoque de “La Poesía Sorprendida” a los poetas dominicanos que fundan, junto a varios extranjeros, la revista La Poesía Sorprendida, proyecto editorial y poético que abarca desde octubre de 1943 a mayo de 1947, periodo durante el cual sus editores publican 21 unidades de su revista, más varios cuadernos poéticos como complemento al proyecto. A nivel local, la revista tiene como contexto la dictadura de Trujillo y en el plano internacional su trasfondo literario y estético lo constituyen las vanguardias, las posvanguardias y las grandes crisis existenciales y sociales de la cultura occidental, instaladas en los paisajes de la Segunda Guerra Mundial.

Parto de la premisa de que La Poesía Sorprendida, tanto la revista como sus poetas, no han sido situados ni estudiados en su justa perspectiva por la crítica e historiografía literaria dominicana e hispanoamericana de las últimas cinco décadas que se han ocupado de construir los cánones poéticos territoriales y extraterritoriales en sus conexiones con la tradición de la poesía cccidental que viene desde el Renacimiento, pasando por el Barroco, el Romanticismo, el Simbolismo, el Modernismo, las Vanguardias y las Posvanguardias, hasta sus momentos más radiantes y fervorosos que se extienden hasta los primeros 50 años del Siglo XX.

Exceptuando el tomo II de la Historia de la literatura hispanoamericana (1954), de Enrique Anderson, Breve historia de la literatura antillana, de Otto Olivera (1957); Antología de la poesía hispanoamericana (1959), de Alberto Baeza Flores; Antología de la poesía surrealista latinoamericana (1974), de Stefan Baciu; Vanguardia Latinoamericana (2002), de Gilberto Mendonca Teles y Las vanguardias hispanoamericanas (2006) de Trinidad Barrera, entre otras menciones sesgadas ‐plagadas muchas veces de errores‐ incluso de fechas, son muy escasas las inserciones y alusiones, por no decir comentarios, en lo que atañe a La Poesía Sorprendida, e incluso dominicana en general, vista esta como parte del corpus global del canon poético hispanoamericano.

La más somera exploración sobre estas ausencias, producidas la mayoría de las veces por ignorancia, y en otras ocasiones porque se privilegian otras genealogías poéticas que se nuclean en los centros culturales hispanoamericanos, comprueban un vacío muy notable en los textos historiográficos, filológicos y críticos de presunciones generales de la poesía hispanoamericana.

Por sólo aludir a algunas muestras de estas exclusiones de críticos e investigadores de renombres internacionales a manera de muestrario, mencionemos a Hellen Ferro, Historia de poesía hispanoamericana (1964); del mismo autor: Antología comentada de la poesía hispanoamericana (1965); Octavio Corvalán, Modernismo y vanguardia (1967); Eugenio Florit y José Olivio Jiménez, La poesía hispanoamericana desde el modernismo (1968); José Olivio Jiménez, Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea, (1971); César Fernández Moreno, América Latina en su literatura (1972); Oscar Collazos, Los vanguardismos en la América Latina (1977); Jorge Rodríguez Padrón, Antología de poesía hispanoamericana (1984); Juan Gustavo Cobo Borda, Antología de la poesía hispanoamericana (1985); Hugo J. Verani, Las vanguardias literarias en Hispanoamérica (1986); Teodosio Fernández, La poesía hispanoamericana en el siglo XX (1987) y Julio Ortega, Antología de poesía de poesía Hispanoamérica actual (1987).

Estas desatenciones aparecen también en Jorge Schwartz, Las vanguardias latinoamericanas (1991); Herald Wentzlaff- Eggbert, Las literaturas hispánicas de vanguardia, orientación bibliográfica (1991); Gloria Videla de Rivero, Direcciones del vanguardismo hispanoamericano (1994); Alberto Julián Pérez, Modernismo, vanguardia, posmodernidad (1995); José Miguel Oviedo, Historia de la literatura hispanoamericana (2001); Felipe B. Pedraza Jiménez, Manual de literatura hispanoamericana. (2002); Andrés Sánchez Robayna Poesía hispánica contemporánea (2005); José Quiroga, “La poesía hispanoamericana entre 1922 y 1975”, (2006); Merlin H. Forster y David Laraway, Árbol de imágenes: nueva historia de la poesía hispanoamericana (2007) y Consuelo Hernández, Voces y perspectivas en la poesía latinoamericana del siglo XX (2009). Estos autores evidencian el juicio que hacemos sobre la dejadez de que ha sido objeto por parte de la crítica, no sólo La Poesía Sorprendida, sino también la poesía dominicana en general.

Un trabajo, incluso, tan canónico, fundacional y taxonómico como el de Pedro Henríquez Ureña, Las corrientes literarias en la América Hispana 1 (1940-1941), pero publicado en 1945, no hace siquiera mención al Vedrinismo ni al Postumismo, movimientos de vanguardias dominicanos que se manifiestan en los años veinte, aunque para ser equitativo, Henríquez Ureña sí menciona, en menos de tres líneas, a Héctor Inchaústegui Cabral (pág. 195) a Manuel del Cabral y a Tomás Hernández Franco (pág. 271).

No obstante estos olvidos, exclusiones o negligencias, como le queramos llamar, nosotros creemos que la poesía dominicana que cubre los primeros 50 años del siglo XX se sincroniza congruentemente con la poesía hispánica y mundial moderna y que la misma se atempera, por derecho propio, con lo más notable que produce la poesía occidental a nivel internacional. Nuestro paradigma para sostener lo que decimos es La Poesía Sorprendida, el movimiento poético dominicano más trascendente que ha producido la poesía dominicana en toda su historia.

Creemos que el día que se escriba una verdadera historia de la poesía hispánica, proyecto que solamente podría realizar un equipo de investigadores compuesto por estudiosos de cada uno de los países que constituyen el mapa del hispanismo, La Poesía Sorprendida tendrá que ser reubicada horizontalmente dentro de los movimientos vanguardistas y posvanguardistas del siglo XX, que sacudieron a la literatura hispanoamericana y europea, luego del declive del Modernismo, movimiento intercontinental que también trastocó a toda la literatura hispánica desde finales del siglo XIX hasta las dos primeras décadas del siglo XX.

Luego de realizar una investigación de las inmanencias textuales que organizan y articulan las publicaciones de La Poesía Sorprendida llegamos a la conclusión de que este movimiento participa de los cambios modernizantes que surgen en la poesía occidental a partir de la poesía francesa, Valery en particular, y el Surrealismo. Encontramos, además, que esta inserción se genera vía la poesía y poética de Juan Ramón Jiménez y algunos poetas de la Generación del 27, especialmente aquellos poetas llamados “puros”, como es el caso de Jorge Guillén, principalmente, y Pedro Salinas, entre otros.

Esta revisión también tendría que incluir las aportaciones de las antípodas de los poetas sorprendidos, es decir el Postumismo, tendencia fundada por Domingo Moreno Jimenes en 1921. Sin embargo, al revisar muchos de los textos historiográficos, críticos y antológicos que he citado más arriba, se hace patente que sobre el Postumismo algo se ha adelantado. De manera, que me parece que es mucho lo que todavía tiene por delante la historiografía y la crítica literaria dominicana si es que queremos hacerle justicia a la poesía producida en el país en los primeros 50 años del siglo XX.

Debe recordarse que hasta el 1912, año en que el poeta Vigil Díaz publica su comentado texto “Góndolas”, la poesía dominicana se inscribe dentro de las corrientes de la poesía neoclasicista, romántica, realista‐criollista modernista y postmodernista, 2 entre otras vertientes. 3 Así, que no será hasta el surgimiento del Vedrinismo y el Postumismo (1921) que se atisbarán los primeros intentos transformadores de la poesía dominicana a tono con los movimientos vanguardistas que empiezan a hacer sus primeros asomos por el Caribe e Hispanoamérica durante las dos primeras décadas del siglo XX.

Pero muy a pesar de estos primeros ensayos y experimentos poéticos definitivamente de raigambre vanguardista, factores internos de diversas índoles, más la ausencia de circuitos difusivos locales, frenan las tentativas de que estos dos movimientos, uno efímero (el Vedrinismo) y otro más prolongado (el Postumismo) calen de manera significativa en los espacios literarios dominicanos. Como una muestra de lo afirmado se ha cotejado, por ejemplo, que el Vedrinismo apenas tuvo un seguidor: el poeta Zacarías Espinal (1901-1933). El Postumismo, por su parte, tuvo mejor suerte, pero la figura magnificente de este grupo fue Domingo Moreno Jimenes, como ya hemos dicho.

Desde miradas distintas y distantes, estudiosos de la poesía dominicana tales como Alberto Baeza Flores, Antonio Fernández Spencer, Manuel Rueda, Ramón Francisco, José Alcántara Almánzar, Bruno Rosario Candelier, Daisy Cocco-DeFilippis, Andrés L. Mateo, Tony Raful, Pedro Peix, Diógenes Céspedes, Franklin Gutiérrez, Guillermo Piña Contreras y Manuel Mora Serrano, entre otros, han señalado que será sólo a partir de los años cuarenta que se pueda hablar propiamente de una verdadera renovación grupal de la poesía dominicana que se empalme con las corrientes más modernas 4 de la poesía hispánica. Estos se refieren concretamente a La Poesía Sorprendida y a los llamados poetas independientes, entiéndase Tomás Hernández Franco, Manuel del Cabral y Pedro Mir, entre otros.

Hay entre estos autores, un cierto consenso en que será con el surgimiento de LPS que la poesía dominicana dará muestra de una verdadera vocación colectiva de encaminar los ejercicios poéticos locales por los caminos de la innovación y modernidad que empujaban y animaban las vanguardias intercontinentales, mayormente, y las posvanguardias. Ahora bien, no empecé a las valiosísimas aportaciones de este sector de la crítica dominicana, de lo que se adolece en sus estudios es de una reinserción de la poesía dominicana, y de La Poesía Sorprendida en particular, en los escenarios internacionales. Creo que en esa dirección, la crítica local tiene una cuota de responsabilidad de la ausencia del canon internacional al que me refiero.

No cabe duda de que la crítica literaria académica dominicana, los comentaristas periodísticos e incluso los testimonios de los propios protagonistas de LPS convienen en que es este el movimiento poético dominicano más significativo de la poesía dominicana del siglo XX y el que implica una verdadera ruptura con el localismo y mimetismo predominantes al momento de su nacimiento. Se ha repetido que es ésta la corriente –posterior a las primeras vanguardias– más coherente y consistente del país y que es con este grupo de poetas que la poesía dominicana entra en la cartografía de las letras hispánicas de manera fusionada y coherente. El vínculo de algunos de sus poetas con el Surrealismo específicamente Freddy Gastón Arce y sus conexiones con una poesía de corte metafísica y pura son otras de las formalidades con que se ha asociado a este movimiento.

Como un ejemplo de lo que digo en torno a la no vinculación concreta de La Poesía Sorprendida con el movimiento poético internacional voy a citar un pasaje del libro de los poetas y antólogos Pedro Peix y Tony Raful. Dicen estos en El síndrome de Penélope en la poesía dominicana, (1986) y cito:

Con la irrupción de La Poesía Sorprendida la poética dominicana alcanza no sólo su mayor esplendor creativo, sino su auténtica incorporación a las nuevas vanguardias que había insuflado la modernidad... Uno de los mayores aportes de esa misión colectiva que cimentó los objetivos de su movimiento renovador, fue la búsqueda permanente de una poesía con el hombre universal, propósito encomiable que contribuyó a erradicar el pertinaz localismo que alegremente habían diseminado los postumistas. (30).

Coincidimos plenamente con ambos antólogos y poetas, la limitación de este tipo de juicio, sin embargo, es que no demuestran textualmente desde la inherencia de la revista cuáles son esos vínculos con el movimiento poético mundial.

Valga recordar que LPS se compone de un colectivo de poetas que agrupa bajo una misma publicación a Franklin Mieses Burgos, Mariano Lebrón Saviñón, Manuel Rueda, Freddy Gatón Arce, Antonio Fernández Spencer, Rafael Américo Henríquez, Aída Cartagena Portalatín, Manuel Valerio, Manuel Llanes, Juan Manuel Glass Mejía, al chileno Alberto Baeza Flores y al español Eugenio Fernández Granell, quien además de publicar textos en LPS diseñaba las viñetas que ilustraban la revista.

Revisados los juicios sobre LPS podemos establecer que, desde la perspectiva diacrónica y vista desde fuera de la revista, es decir desde su exterioridad, el contexto local e internacional de LPS ha sido situado cronológicamente por la crítica, pero no ha sido visto en conjunto en su relación directa y documental con la historia de la poesía hispanoamericana y europea, en lo que corresponde, sobre todo con la española y la francesa que son filiaciones más cercanas.

En fin, que la crítica examinada no ha revelado de manera convincente cuáles elementos de la tradición poética dominicana se mantuvieron vivos en la estética y la poética LPS y cuáles de los llamados universales se plasmaron en la misma. Nuestra hipótesis es que la crítica, con muy raras excepciones, no ha avanzado en estos tópicos, esto por su énfasis en lo político y porque, además, no se ha realizado un examen exhaustivo de los contenidos textuales de la revista en su inmanencia y de las redes internacionales que abonan a la constitución de LPS.

Esto último se debe a que se han privilegiado más las obras que publican los poetas de LPS luego de la liquidación del proyecto revisteril. La revista como soporte y artefacto editorial se ha visto como algo sucedáneo a estos poetas, cuando en propiedad se trata del punto de partida porque es en la revista donde se plasman todas las señales que determinarán su itinerario posterior como poetas.

Otro de los aspectos es que muchos de los juicios críticos que se han hecho y se repiten sobre la relación entre LPS y el Postumismo ya aparecen expresados en las mismas páginas de la revista, sin que los críticos y comentaristas citen directamente los lugares de dónde proviene la información que sostiene sus argumentos. Todo esto deja en evidencia que no se ha llevado a cabo una revisión exhaustiva de la colección completa de LPS, con el objetivo de ver cómo se forja interior y exteriormente su andamiaje teórico y poético‐estético en su relación con los movimientos poéticos internacionales de las cuatro primeras décadas del siglo XX. No obstante lo dicho, aquí no estamos exigiendo nada a nadie ya que somos consciente de que la crítica y el conocimiento de literario progresan lentamente.

Si partimos de la circunstancia cronológica de que los poetas de LPS arrancan con su proyecto editorial en 1943 debemos pensar o que estamos en la antesala de una vanguardia tardía o ante una posvanguardia. Doy por sentado que cuando hablamos de vanguardias nos referimos a los movimientos artísticos y literarios que irrumpen en occidente a partir del futurismo de Marinetti en 1909, con su secuela de “ismos”: Dadaísmo, Cubismo, Surrealismo, etc., y que su denominador común es de carácter combativo y de ruptura con la tradición estética anterior (Realismo, Naturalismo, Simbolismo, etc.) Entonces se hace patente que LPS participa de la posvanguardia que de acuerdo con muchos teóricos y críticos es una continuación de las vanguardias, pero desde otros escenarios locales e internacionales.

No es momento para revisar, repasar y mucho menos interrogar los asentamiento y manifestaciones específicas de las vanguardias literarias en muchos de los países latinoamericanos, tal y como han sido estudiadas por autores como Hugo Verani, Gloria Videla de Rivero, José Olivio Jiménez y Roberto Fernández Retamar, entre otros. Baste con decir que para Verani la demarcación aproximada más intensa de los vanguardismos poéticos hispanoamericanos se extiende de 1916 a 1935, plasmándose los años de más fervor a partir de los veinte.

La posvanguardia, en cambio, se demarca, de acuerdo a Retamar y a Octavio Paz a partir de 1940 con la publicación de los libros La fijeza (1944), de José Lezama Lima; al que le sigue el libro del propio Paz: Libertad bajo palabra (1949). La poesía posvanguardista, entonces, muestra Octavio Paz: “fue un regreso a la vanguardia. Pero una vanguardia silenciosa, secreta, desengañada. Una vanguar dia otra, crítica de sí misma y en rebelión solitaria contra la academia en que se había convertido la primera van guardia”.

Ahora bien, para Raquel Chang-Rodríguez y Melva Filler, el posvanguardismo, aunque tributario del primer vanguardismo “ofrece, varios contrastes notables. Como sus predece sores, los posvanguardistas reconocieron el papel clave de la metáfora, pero, al contrario de ellos, no la juzgaron el centro del poema”. Para el posvanguardismo la metáfora era otra forma de percibir “la realidad”, no importa si fuera concreta, simbólica, privada o social. El reto era evitar la reproducción a modo de mímesis de tradición aristotélica. 5 Otro aspecto primordial en el posvanguardismo es un rechazo inicial a la entonación de rebeldía y militancia estridentista exhibida por quienes le precedieron.

Las autoras citadas ven en el posvanguardismo un momento heterogéneo. Distinguen dentro de él varias direcciones paradigmáticas: “1) la poesía pura, 2) la metafísica, 3) la personal y 4) la social. Es preciso añadir que en un mismo poeta muchas veces confluyen representadas varias de estas orientaciones. Otro balance concluyente es el criterio esgrimido por Merlin H. Forster, quien en su libro Árbol de palabras: Nueva historia de la poesía hispanoamericana (2007) indica que en Hispanoamérica se puede hablar de dos vanguardias poéticas: una la histórica o canónica, que va de 1920 a 1935 y otra, la segunda, que cubre de 1935 a 1950, interregno de quince años, donde perentoriamente ubico a LPS.

Siguiendo el modelo de Forster, el momento de las posvanguardias se va a caracterizar por el nacimiento de varias revistas literarias que van a privilegiar la poesía. Entre ellas podemos citar: Taller (México, 1938-1941), Tierra nueva (México, 1940-1942) y El hijo pródigo (México, 1943-1946), Verbum (Cuba, 1937), Espuela de Plata (Cuba, 1930-1941), Orígenes ( 1944-1957), Viernes (Venezuela, 1939- 1941), Revista del Caribe (1941-1942), Piedra y Cielo (Colombia, 1935), Mandrágora (Chile, 1938-1944), Canto (Argentina, 1940), Contrapunto (Argentina, 1944- 1945) e Invención (Argentina, 1945). Listado incompleto al que nosotros debemos añadir, La Poesía Sorprendida (República Dominicana, 1944-1947) e Ínsula (Puerto Rico, 1941-1943).

Al realizar una minuciosa revisión de las páginas de la serie completa que componen LPS encontramos que algunos de los colaboradores internacionales provienen, incluso, de algunas de estas revistas: José Lezama Lima (Espuela de Plata, Verbum y Orígenes), Braulio Arenas (Mandrágora), y Luis Hernández Aquino (Ínsula). Otra señal, no menos significativa, es que uno de los fundadores de LPS, es el chileno Alberto Baeza Flores, quien viene a su vez de la surrealista revista chilena Mandrágora. Lo que estamos planteando es que LPS participa de la red de revistas internacionales de su tiempo, y en los textos de sus páginas se verifica ese intercambio revisteril de matices internacionalistas que es cónsono y coherente con su lema de “Poesía con el hombre Universal”.

Después de llevar a cabo una revisión sistemática de todos los textos que se concentran en la revista de la LPS concluyo que la poética y corrientes que coexisten al interior de ella se articulan y ensamblan dentro de los parámetros calificadores y cuantificadores del vanguardismo y el posvanguardismo. Ese examen deja en evidencia, a su vez, que las tendencias poéticas y estéticas de los poetas que se nuclean en LPS son tributarias, entre otras corrientes que le preceden, del dominio de Juan Ramón Jiménez ‐caso peculiar‐, y de las influencias del purismo poético, el Surrealismo y, en grado más tenue, de la poesía metafísica‐trascendentalista con ciertas intermitencias de poemas de intenciones sociales y existencialistas, todos ellos en sincronía con los parámetros estéticos y poéticos de los movimientos poéticos internacionales de su tiempo y momento.

Podríamos decir entonces que a lo que se llega LPS es a una especie de “Postismo” 6 , un tanto similar a lo que le sucede a la poesía española en la década del cuarenta, otro posvanguardismo, que es por donde se asoma LPS. De aquí entonces es que se deriva su vocación y sentir internacionalista e universalista. Bastaría repasar la cartografía de los autores incluidos en la serie de las 21 unidades que componen la colección completa de LPS para revalidar lo que aseveramos.

Al pasar recuento de los contenidos de LPS queda de manifiesto que ella incorpora consistentemente, por primera vez, al interior de la tradición y difusión poética dominicana una muestra considerable del pulso de la poesía internacional de su tiempo. Aparte de los autores dominicanos LPS divulga en sus páginas muestras textuales de veintiún países, tanto contemporáneos de ellos ‐con lo que tienen algún tipo de filiación estética‐, como de la línea fundacional y clásica de la poesía hispánica, entre ellos:

San Juan de Cruz, Garcilaso de la Vega, Fernando de Herrera, Luis de Góngora y Lope de Vega. Se trata de que LPS se siente heredera de esa tradición y quiere testimoniarlo publicando sus textos. En esa línea tampoco son aleatorios sus vínculos con algunos de los autores de la Generación del 27 y con Juan Ramón Jiménez, maestro de esta generación.

El enlace de LPS con Hispanoamérica queda de manifiesto al difundir en suelo dominicano a autores de Puerto Rico, Chile, Perú, Argentina, Brasil, Ecuador, Haití, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Guatemala y Cuba, entre otros. En cuanto a las inclusiones de tradiciones poéticas en otras lenguas son patentes sus preferencias por la poesía francesa. Es de esta lengua extranjera de la que más autores selecciona y publica textos, pero sobre todo, de poetas vinculados a las primeras vanguardias, al movimiento Surrealista y a la Poesía pura, tales como: Apollinaire, Maxime Alexandre, André Salmon, Charles Vidrac, Jacques Baron, Jules Supervielle, Max Jacob, Paul Valéry, Paul Claudel, Paul Eluard, Pierre Reverdi, René Chevel, Robert Desnos y Xavier de Forneret, entre otros.

Es significativo anotar que el contacto con el purismo poético (Paul Valery) también se hace más evidente vía los poetas españoles: Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Pedro Salinas, entre otros hispanoamericanos como José Lezama Lima, también cercano al Surrealismo y al purismo, dos de las corrientes más vivas en el contexto cronológico y estético del posvanguardismo. La inclusión de autores contemporáneos y de generaciones y movimientos anteriores amplía el proyecto de LPS. La traducción de poetas ingleses, estadounidenses, alemanes, egipcios, belgas e irlandeses, modela el ideal de LPS de incorporar a la poesía dominicana el movimiento poético mundial. Valga recordar que la LPS es la que inicia sistemáticamente el género de la traducción poética en la República Dominicana.

En conclusión: por su praxis coherente creemos que es que cada vez más apremiante sincronizar a la LPS en su dimensión amplia y específica dentro de la historia de la poesía hispánica e internacional; asunto que hasta ahora la crítica literaria dominicana y regional ha puesto poco atención ya sea por desconocimiento o por el poco interés que hasta hace poco existía en lo relativo a su literatura, y muy especialmente, hacia la poesía dominicana, más allá de las ocupaciones de que han sido objetos algunas de las figuras de los llamados poetas independientes del 40, sobre todo Pedro Mir y Manuel del Cabral.

Creo que es necesario que para que se hable propiamente de una poesía latinoamericana –de eso ser posible-– es urgente que la poesía dominicana, especialmente LPS sea incluida, ya que, por sus propuestas, afinidades y convergencias temporales y renovadoras, en el corpus general, canon, de la poesía hispánica y occidental. Esto último, porque hay en LPS, además de ser tributaria de los modernos movimientos poéticos de América Latina y Francia, una marcada voluntad de concebirse como herederos de la tradición poética hispánica que viene del Renacimiento Español, del Siglo de Oro, del Romanticismo y de la Generación del 98 hasta desembocar en Juan Ramón Jiménez y la Generación del 27, pero más propiamente de sus poetas de tendencia purista como son Jorge Guillén y Pedro Salinas, entre otros.

En ese trazado, concebimos esta intervención como una aportación a la historiografía literaria del Caribe Insular Hispano, en la trama del curso que sigue la poesía latino-hispanoamericana en sus contactos con la tradición moderna de la poesía francesa (Mallarmé, Valéry, Claudel, Eluard, Desnos, Bretón, etc.) que es el centro de donde arrancan las propuestas y praxis más categóricas de la constitución de la poesía moderna del siglo XX en la literatura Occidental.

Creo que no hay otra manera de reciprocar el legado internacionalista y universalista de LPS que no sea reubicarla –más de siete décadas después– al interior del escenario y el canon donde siempre debió estar que no fue otro que el escenario de la poesía hispánica general e internacional. Reubicarla en su justa perspectiva ha sido mi intención. Si lo hemos logrado o no le corresponde determinarlo a los lectores de esta breve exposición y de mi libro Poesía dominicana del siglo XX en los contextos internacionales.

Notas

1 Llamamos la atención de que en su otra obra esquemática, más orientada en sí hacia el quehacer cultural general, Historia de la cultura en la América Hispánica (1947), de Henríquez Ureña, no hay alusiones a los movimientos poéticos dominicanos del siglo XX, muy a pesar que sí se hacen de otros países hispanoamericanos. El estudioso, incluso, hace referencias a revistas que son contemporáneas a las del Postumismo (El Día Estético) y a la de los poetas sorprendidos (La Poesía Sorprendida). Ver estas ausencias en el breve recuento de revistas literarias y poetas, entre otras actividades de la cultura simbólica, que hace Henríquez Ureña desde las páginas 131 hasta la 146, decimoprimera reimpresión, 1979.

2 Aunque en los estudios sobre los estilos y de historia literaria hispanoamericana continuamente se hace alusión, un tanto de modo impreciso, al concepto de la poesía del postmodernismo, el término es empleado originalmente por Federico de Onís, en su ya clásica Antología de la poesía española e hispanoamericana (1934). Desde la perspectiva cronológica y señas estilísticas, la poesía postmodernista sería aquella pléyade de poetas que suceden los fervores del Modernismo dariano. Tanto Federico de Onís, como José Olivio Jiménez y Eugenio Florit (1968), ubican en este renglón a poetas como: Enrique González Martínez, José M. Eguren, Regino G. Botti, Luis Llorens Torres, Porfirio Barba Jacob, Luis Carlos López, Delmira Agustini, Carlos Sabat Ercasty, Ramón López Velarde, Enrique Banchs, Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y a Andrés Eloy Blanco, entre otros. A esta lista, en suelo dominicano, nosotros añadimos al primer Domingo Moreno Jimenes e incluso a Rafael Américo Henríquez, no empece a que éste, posteriormente, se convirtiera en un afiliado de la Poesía Sorprendida. Nótese que algunos de los poetas fichados por Onís y Jiménez, participaron luego de los fervores vanguardistas. En términos taxativos la poesía del postmodernismo, de acuerdo a Onís se caracterizaría por: a) Reacción hacia la sencillez lírica, b)Reacción hacia la tradición clásica, c) Reacción hacia el romanticismo, d) Reacción hacia el prosaísmo sentimental, e) Reacción hacia la ironía sentimental y F) Poesía femenina. Un estudio de factura reciente que arroja luz suficiente sobre la poesía postmodernista es el libro Poesía Hispanoamericana Posmodernista, historia, teoría, práctica, de Herve Le Corre (2003).

3 Para una visión panorámica y general de la evolución del quehacer poético dominicano antes de 1912 es imprescindible consultar los siguientes textos y autores: Pérez, Carlos Federico, Evolución poética dominicana: Argentina: Editorial Poblet: 1956, Págs. 85-239; Balaguer, Joaquín, Historia de la literatura dominicana. Argentina: Grafica Guadalupe, 1956, Págs. 97- 153 y 225-269; Almánzar, José Alcántara, Antología de la literatura dominicana. Santo Domingo: ECD, 1972, Págs. 40-45; Henríquez Ureña, Max, Panorama histórico de la literatura dominicana. Santo Domingo: Colección pensamiento, 1976, Págs. 176- 360; Baeza Flores, Alberto, La poesía dominicana en siglo XX. Santiago: UCMM, 1976, Págs. 13-83; Peralta Agüero, Abil, “Poetas dominicanos siglo XX”, en: Letra Grande, # 2. Santo Domingo, 1980, Págs. 57-61; Pérez G. Odalís, Las ideas literarias en la República Dominicana. Santo Domingo: Amigo del hogar, 1993, Págs. 9-18; Rueda, Manuel, “Dos siglos de poesía dominicana”, en: Dos siglos de literatura dominicana, Tomo I. Santo Domingo: Colección Sesquicentenario de la independencia nacional, 1996, Págs. 1-13.

4 Quisiéramos dejar sentado tempranamente que desde el plano conceptual, la idea o definición de poesía moderna o modernidad poética, abriga muchas complejidades –igualmente el de modernidad como concepto propio de las ciencias humanas y del espíritu. Sobre esto último nos ocuparemos más adelante en otra nota al calce aclaradora. Sin embargo, nos parecen orientadoras las palabras de Octavio Paz cuando reflexiona en los siguientes términos sobre el asunto: “La expresión «poesía moderna» se usa generalmente en dos sentidos, uno restringido y otro amplio. En el primero, alude al período que se inicia con el simbo lismo y que culmina en la vanguardia. La mayoría de los críticos piensan que este período comienza con Charles Baudelaire. Algunos añaden otros nombres, como el de Edgar Allan Poe o el del Nerval de Les Chimeres. En el sentido amplio... la poesía moderna nace con los primeros románticos y sus predecesores inmediatos de finales del siglo XVIII, atraviesa el siglo XIX y, a través de sucesi vas mutaciones que son asimismo reiteraciones, llega hasta el Siglo XX. Se trata de un movimiento que com prende a todos los países de Occidente, del mundo esla vo al hispanoamericano, pero que en cada uno de sus momentos se concentra y manifiesta en dos o tres puntos de irradiación. El período del simbolismo... fue esen cialmente francés. Va de Baudelaire a Mallarmé, Verlaine, Rimbaud y Laforgue, y de éstos a Claudel; Valéry. La poesía de vanguardia es, simultáneamente, una reacción contra el Simbolismo y su continuación”. (Paz, Octavio, 1990: 168-169). En consonancia con Paz, pero más centrado en el contexto hispanoamericano, nos parecen convincentes también las reflexiones de Oscar Rivera-Rodas cuando establece que: “La poesía de la modernidad en esta región constituye un lapso amplio que se inicia en el decenio de 1880 y se cierra hacia 1950. Es decir, abarca los dos grandes períodos de la poesía hispanoamericana conocidos más como modernismo y vanguardismo, dos períodos a los que, tradicionalmente, se vio contrapuestos y separados por rupturas. En opo sición a esa visión histórica de rupturas, el concepto de «modernidad» permite entenderlos unificados y continuos... Cabe aceptar en cada uno de estos períodos de la historiografía tradicional dos etapas, como muchos críticos lo han señalado. Esto es: modernismo y postmodernismo, vanguardismo y postvanguardismo”. (Rivera-Rodas, Oscar, 1997: 9) De la larga cita, doble, sólo debo añadir que cuando hago referencia a poesía moderna en la República Dominicana, adopto estas definiciones, ya que incluso el propio Paz ve a la posvanguardia ‐lugar donde ubicamos a LPS‐, como una continuación de la vanguardia.

5 En otros términos, que la posvanguardia se desliza hacia la construcción de una poética más a tono con lo que el teórico Lubomir Dolezel ha llamado la “Poética de los mundos posibles”, que a juicio suyo tiene su génesis en las reflexiones del filósofo Leibniz, que a su vez tiene su origen en la polémica de los filósofos medievales Duns Escoto y Guillermo de Ockham, en torno a lo uno y lo múltiple. Sobre la poética de los mundos posibles ver Dolezel Lubomir, Occidental Poetic. Tradition and Progress (1990) Hay traducción española, (Síntesis, 1997), del mismo autor: Heterocosmica. Fiction and Possible Words (1998). También hay traducción al castellano (Arco/Libros, 1999); igualmente: “Referencia ficcional: mímesis y mundos posibles”, en: Estudios de poética y teoría de la ficción, (1999). Ver también “Mundos posibles”, de Thomas G. Pavel, en: Mundos de ficción, (1991), págs. 60-67. En el ámbito hispánico remito a Forastieri Braschi, Eduardo, “Los mundos posibles del perspectivismo cervantino” (1986), “Tiempo, verdad e historia en cuatro ficciones contemporáneas”, en Diana B. Salem, editora, Narratología y mundos ficcionales, (2006), Págs. 33-48.

6 Sobre la polémica sobre el concepto de “Postismo”, ver: Medina, Raquel, El Surrealismo en la poesía española de posguerra (1939-1950). Madrid: Visor Libros: 1997, págs. 43-52.

Archivo del blog