domingo, julio 13, 2025

Eventos previos a nuestra independencia nacional del 1844.

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Eventos previos a nuestra independencia
El 13 de julio de 1843, se trasladó Juan Pablo Duarte a la casa en donde se hallaba Pina, por considerarla más segura que la de don Luciano de Peña.
Al día siguiente, volvió a cambiar de asilo y se acogió entonces a la hospitalidad del señor Manuel Hernández.
Aquí permaneció dos días. El 16 circularon en la ciudad rumores de que el nuevo escondite había sido descubierto, y el perseguido, informado a tiempo por sus copartidarios, aguardó la noche para reunirse con Juan Isidro Pérez en la casa que ocupaba la familia de don Jaime Yepes, al pie de la cuesta de San Lázaro. De aquí pasó luego, gracias a la eficaz mediación del coronel Teodoro Ariza, al hogar de don Eusebio Puello, situado en la calle conocida hoy con el nombre de Isabel la Católica.
La casa de don Eusebio Puello se hallaba próxima al edificio ocupado por los padres del apóstol, y el 18 de julio pasó el fundador de «La Trinitaria» por el dolor de presenciar desde su nuevo escondite la ofensa hecha a su familia por varios oficiales haitianos que intentaron sorprender a Rosa Duarte invitándola a bordarles en una bandera las armas de la Gran Colombia. Juan José Duarte rechazó con energía la pretensión de los intrusos significándoles que su hija no sabía bordar ni conocía el escudo colombiano.
La actitud decidida del padre del caudillo provocó la ira de los visitantes, cuyas amenazas, proferidas en voz alta, dieron lugar a que se reuniera en los alrededores una multitud indignada.
El comandante del batallón destacado en los cuarteles de la calle de El Comercio acudió atraído por el escándalo e hizo retirar a los gendarmes intimándolos con denunciar el hecho al gobernador y con hacerles aplicar medidas disciplinarias.
La persecución contra Duarte continuó en forma cada vez más encarnizada. El 24 de julio fue allanado por el oficial Hipólito Franquil, al frente de un pelotón de gendarmes, el hogar de los padres del prócer y el de uno de sus tíos maternos.
La pesquisa, acompañada por el oficial haitiano de incalificables actos de sevicia, se prolongó hasta las seis de la tarde. Salvado en esta ocasión por Juan Alejandro Acosta, el apóstol logró burlar la saña de sus perseguidores.
En su nuevo refugio se encontró con Pedro Alejandrino Pina, obligado como él a cambiar constantemente de asilo. Varios días después, el 29 de julio pasó con su acompañante a la casa del señor José Botello, quien residía en un edificio de pared situado en la antigua calle del Conde.
En la madrugada del 30 de julio recibió Duarte inesperadamente la visita de uno de los pocos dominicanos que habían desertado del partido separatista: con muestras de arrepentimiento, el recién llegado encareció al perseguido que buscara un nuevo escondite porque le constaba que el actual no tardaría en ser conocido de las autoridades haitianas.
Para subrayar la sinceridad de sus palabras, el visitante expresó que el premio ofrecido por Charles Hérard al que entregara a Duarte, esto es, tres mil pesos y unas charreteras de coronel, era muy bajo precio por la vida del jefe de una revolución patriótica.
El caudillo prestó oído al tránsfuga, y esa misma noche salió, bajo copiosa lluvia, hacia un lugar desierto de la playa del Ozama.
En compañía de Juan Alejandro Acosta, de Pedro Alejandrino Pina y de Tomás de la Concha, prometido de su hermana Rosa, tomó un bote en la margen occidental del río y se dirigió hacia la residencia del señor Pedro Cote, situada en un sitio agreste del caserío denominado «Pajarito».
El coronel Esteban Roca, comandante de la guarnición de San Cristóbal a raíz del pronunciamiento reformista del 24 de marzo, obtuvo que un barco de vela lo condujese con sus acompañantes a alguna isla cercana.
El día 2 de agosto abordó al fin una goleta que partía hacia Saint Thomas. La circunstancia de reinar una calma absoluta aquella noche, y de no poder el barco de vela que lo conducía alejarse mucho de la costa, le permitió contemplar durante toda la mañana siguiente, desde la borda de la nave, a la «ciudad objeto de su ternura», víctima en aquel momento «de la más negra opresión». -Con la ausencia de Duarte desapareció aparentemente el ideal separatista.
La obra realizada por el apóstol durante más de ocho años había, sin embargo, echado hondas raíces en la conciencia nacional, y nada sería ya capaz de extinguir la idea ni de apagar la llama encendida por el prócer en el corazón de la juventud formada en esa escuela de sacrificio que se llamó «La Trinitaria».
La estancia en Saint Thomas fue apenas de unos días. El 18 de agosto de 1843 salió Duarte con destino a la Guaira.
El 23 llegó a bordo de la goleta venezolana «La Felicidad» al puerto de destino. Durante los cinco días que duró la travesía disfrutó de la conversación de sus acompañantes, Juan Isidro Pérez y Pedro Alejandrino Pina.
Dos extraños, los señores Diego Ramírez y Santos Semidisi, viajaban como pasajeros en la misma nave, y participaron durante ese tiempo de las inquietudes que embargaban el ánimo de los tres expatriados.
El capitán del pequeño buque de vela, señor Nicolás E. Damers, dispensó a Duarte las atenciones a que le hicieron siempre acreedor su distinción personal y el aspecto severo y melancólico que fue rasgo inseparable de su fisonomía majestuosa.
Al día siguiente de su llegada a la Guaira, partió Duarte con rumbo a la capital de Venezuela. Su tío, José Prudencio Diez, lo acogió en su hogar y lo hizo objeto, desde el primer instante, de la solicitud más calurosa.
La primera preocupación del apóstol y de sus compañeros fue la de apresurar el regreso. Ninguno de los desterrados pensó en establecerse por mucho tiempo en tierra venezolana.
Estarían allí únicamente los días necesarios para preparar la vuelta a suelo dominicano. Pero como su única idea era la de ser útil a la Patria y la de proseguir sin descanso la obra emprendida hacia ya varios años, desde su arribo a Caracas dedicaron largas horas al aprendizaje de la esgrima, arte en que se ejercitaron sobre todo Duarte y Pedro Alejandrino Pina, quienes recibieron asiduamente lecciones de Mariano Diez, de José Patín y del mismo Juan Isidro Pérez, reputados en su propio país como dignos de figurar en «el número de las primeras espadas».
El tiempo que no utilizaba en ejercicios de esgrima, lo empleaba Duarte en establecer contactos provechosos para su obra de emancipación política.
Muchos venezolanos distinguidos oyeron su prédica y le dieron demostraciones de adhesión, que fueron muchas veces subrayadas con promesas de ayuda o con ardientes votos de simpatía hacia la causa dominicana.
Algunos personajes influyentes, como el licenciado Manuel López Umares y el doctor Montolio, a quienes impresionó gratamente la juventud del proscrito, trataron de persuadirlo para que abandonase su misión patriótica y prosiguiera sus estudios en la facultad de derecho de la universidad caraqueña.
Duarte rechazó la proposición con muestras de gratitud, pero al propio tiempo con dignidad y energía. «Mi pensamiento, mi alma -ha escrito él mismo al referirse a aquella oferta amistosa-, yo todo no me pertenecía; mi carísima patria absorbía mi mente y llenaba mi corazón, y estaba resuelto a sólo vivir para ella.»
El día 10 de septiembre provocó el apóstol una reunión de sus compatriotas residentes en Caracas y de numerosos personajes de nacionalidad venezolana.
La junta se efectuó en el hogar de don José Prudencio Diez, y en ella se discutieron los planes que había madurado Duarte para emprender de nuevo la cruzada separatista.
La opinión que prevaleció entre los asistentes fue la de que convenía reanudar el contacto con los elementos adictos a la causa de la independencia que permanecían en Santo Domingo. Duarte propuso entonces que se comisionara a Pedro Alejandrino Pina y a Juan Isidro Pérez, sus dos compañeros de destierro, para que se dirigieran a Curazao y desde allí se pusieran en relación, por vías confidenciales, con los viejos luchadores de «La Trinitaria».
La sugerencia tuvo aceptación unánime, y dos días después salieron Pina y Juan Isidro Pérez- hacia la colonia holandesa.
Duarte se despidió de ellos en el puerto de la Guaira. Tan pronto regresó a Caracas, en compañía de su tío, José Prudencio Diez, el prócer buscó el medio de entrevistarse con el general Carlos Soublette, a la sazón presidente de Venezuela, con el fin de solicitar su concurso en favor de la independencia dominicana.
Una distinguida dama dominicana residente en Caracas, la señora doña María Ruiz, se prestó a servirle de intermediaria, y gracias a ella se le franquearon rápidamente las puertas presidenciales. Soublette lo recibió con gran cortesanía y con afabilidad exquisita.
Elogió la cruzada emprendida por Duarte y le ofreció la cooperación de su gobierno en armas y dinero.
Cuando salió del despacho del mandatario, el gran idealista sintió avivada su esperanza y bendijo la mano providencial que lo había conducido, al través de innúmeras vicisitudes, a tierras venezolanas.
Pasaron varios días sin recibir noticias de los dos agentes enviados desde principios de septiembre a Curazao. La incomunicación en que permanecía Duarte del país era absoluta.
Todos los mensajes que se le enviaban desde Santo Domingo, o los que Pina y Juan Isidro Pérez remitían desde Curazao; eran interceptados por los enemigos de la independencia que obraban de concierto con las autoridades haitianas.
Duarte decidió entonces enviar a su sobrino Enrique y al señor Juan José Blonda al puerto de la Guaira en busca de noticias. El primero de octubre salieron de Caracas los dos comisionados. Pero sólo dos meses después, el 30 de noviembre de 1843, recibe el caudillo las primeras comunicaciones procedentes de Santo Domingo y Curazao.
Por conducto del señor Buenaventura Freites, uno de los muchos venezolanos que se adhirieron de corazón a la causa dominicana, recibió la siguiente carta de Pedro Alejandrino Pina: «Curazao, 27 de noviembre de 1843. Señor Juan Pablo Duarte. Muy estimado amigo: Por las cartas que el amigo Freites le lleva y que yo y nuestro muy estimado Pérez tuvimos la satisfacción de abrir, validos de la confianza que mutuamente nos hemos dispensado, como también de la seguridad que teníamos de que entre ellas venían cartas para nosotros, por estas cartas, repito, verá usted lo que ha progresado el partido duartista, que recibe vida y movimiento de aquel patriota excelente, del moderado, fiel y valeroso Sánchez, a quien creíamos en la tumba.
Ramón Contreras es un nuevo cabeza de partido, también duartista. El de los afrancesados se ha debilitado de tal modo que sólo los Alfaus y Delgados permanecen en él; los otros partidarios, unos se han entregado al nuestro y los demás están en la indiferencia.
El partido reinante le espera como general en jefe para dar principio a su grande y glorioso movimiento revolucionario que ha de dar la felicidad al pueblo dominicano.
Hágase acreedor a la confianza que depositan en usted. Le esperamos por momentos; Pérez y yo conservamos intacto el dinero de nuestro pasaje, favor del señor Castillo.
De suerte es que puede contar con dos onzas. Su familia está desesperada con las amenazas que sufre y con la enfermedad de don Juan: si este pobre anciano no puede recobrar la salud, démosle al menos el gusto de que vea antes de cerrar sus ojos que hemos coadyuvado de todos modos a darle la salud a la patria.
El portador le instruirá de todo verbalmente. Un duartista: Pedro Alejandrino Pina.»
La carta de Pina reflejaba la situación del país al través de los informes recibidos de labios de viajeros llegados a Curazao.
Las noticias traídas a su vez por Buenaventura Freites le dieron a Duarte la sensación de que su obra no había perecido con la ausencia y de que manos fraternales velaban en la patria oprimida porque el ideal que dejó sembrado al partir no se extinguiera.
El prócer supo por su informante que Sánchez, a quien creía en la tumba, trabajaba activamente desde su escondite en favor de la revolución separatista, y que José Joaquín Puello y su hermano Vicente Celestino Duarte, apoyados principalmente por la juventud y con la cooperación de don Tomás Bobadilla, quien había decidido abandonar a los nuevos amos de la situación para incorporarse al núcleo de los partidarios de la independencia, eran a la sazón el centro del movimiento revolucionario.
Juntamente con estas buenas noticias, llegaban otras desconsoladoras a atormentar el corazón del proscrito: el partido de los afrancesados había adquirido nuevamente vigor y utilizaba al cónsul de Francia, André Nicolás Levasseur, para negociar la separación de las dos partes de la isla sobre la base de un protectorado.
Duarte, colocado entre esas informaciones antagónicas, comprendió que la necesidad de apresurar la revolución era ya imperiosa. Por una parte, era preciso sorprender al ejército de ocupación en el momento mismo en que creía el movimiento definitivamente dehesado, y, por otra parte, urgía adelantarse a los planes de los anexionistas que trabajaban en favor de una patria semiesclavizada.
Pero ¿ dónde obtener los recursos indispensables? ¿ Dónde encontrar pólvora para fabricar los cartuchos y unas cuantas docenas de fusiles para asaltar la fortaleza o para oponerse a las primeras acometidas de los invasores?
Cuando se hallaba asaltado por estas zozobras, y sumergido en un mar de dudas y de cavilaciones, recibió Duarte inesperadamente en su destierro de Caracas la visita de un antiguo compañero de esfuerzos revolucionarios: Ramón Hernández Chávez, extranjero que simpatizaba ardientemente con la causa de la independencia nacional, y a quien Charles Hérard había hecho salir de Santo Domingo por su actitud desfavorable a los usurpadores.
Su expulsión se debió tal vez a Manuel Joaquín del Monte, colaborador entusiasta del dictador haitiano, y fue la revancha con que el astuto político cobró a Hernández Chávez la siguiente sátira, una de las más crueles de cuantas se popularizaron a raíz de la guerra literaria que después de la reforma se desencadenó entre los partidarios de la independencia y los haitianizados: Del monte en la oscuridad se oculta el tigre feroz, y su condición atroz sacia con impunidad.
Allí su horrible maldad ejerce ya sin temor, saboreando con dulzor la víctima que divide, pero es preciso no olvide que no falta un cazador. Hernández Chávez entregó a Duarte una carta en que su hermano Vicente Celestino y Francisco del Rosario Sánchez le describían la situación del país y le hablaban con entusiasmo de sus actividades revolucionarias.
El 8 de diciembre, un nuevo mensajero, el señor Buenaventura Freites, puso en sus manos la siguiente carta de Sánchez y de Vicente Celestino: «Juan Pablo: Con el señor José Ramón Hernández Chávez te escribimos imponiéndote del estado político de la ciudad y de la necesidad que tenemos de que nos proporciones auxilios para el triunfo de nuestra causa; ahora aprovechamos la ocasión del señor Buenaventura Freites para repetirte lo que en otras te decíamos, por si no han llegado a tus manos. «Después de tu salida todas las circunstancias han sido favorables; de modo que sólo nos ha faltado combinación para haber dado el golpe: a esta fecha, los negocios están en el mismo estado en que tú los dejaste, por lo que te pedimos, así sea a costa de una estrella del cielo, los efectos siguientes: 2.000 ó 1.000, ó 500 fusiles, a lo menos; 4.000 cartuchos; 2 y medio ó 3 quintales de plomo; 500 lanzas, o las que puedas conseguir. En conclusión: lo esencial es un auxilio por pequeño que sea, pues éste es el dictamen de la mayor parte de los encabezados.
Esto conseguido, deberás dirigirte al puerto de Guayacanes, siempre con la precaución de estar un poco retirado de tierra, como una o dos millas, hasta que se te avise, o hagas señas, para cuyo efecto pondrías un gallardete blanco si fuere de día, y si fuera de noche pondrías encima del palo mayor un farol que lo ilumine todo, procurando, si fuere posible, comunicarlo a Santo Domingo, para ir a esperarte a la costa el nueve de diciembre, o antes, pues es necesario temer la audacia de un tercer partido, o de un enemigo nuestro estando el pueblo tan inflamado.
Ramón Matías Mella se prepara para ir para allá; aunque nos dice que va a Saint Thomas, y no conviene que te fíes de él, pues es el único que en algo nos ha perjudicado nuevamente por su ciega ambición e imprudencia. Juan Pablo: volvemos a pedirte la mayor actividad, a ver si hacemos que diciembre sea memorable. Dios, Patria y Libertad»
Este llamamiento acabó por herir en lo más vivo la sensibilidad patriótica de Duarte.
Texto: fuente externa
Foto: Juan Pablo Duarte, Pedro Alejandrino Pina y Juan Isidro Pérez



sábado, julio 12, 2025

Homenaje a Gregorio Urbano Gilbert, durante la revolución de abril de 1965

 




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El 12 de julio de 1965, en plena revolución, al cumplirse 41 años de la salida en 1924 de las tropas norteamericanas que habían invadido al país en 1916, el gobierno constitucional, presidido por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, y el Frente de Organizaciones Democráticas realizan una manifestación frente al Altar de la Patria.
Durante el acto, en la puerta del Conde, se le hizo un homenaje a Gregorio Urbano Gilbert, uno de los héroes de la resistencia armada a la invasión militar norteamericana de 1916.
Gilbert siempre se mantuvo firme del lado de los constitucionalistas y condenaba la agresión norteamericana.
Gilbert Suero se enfrentó a las tropas interventoras norteamericanas en 1916 y, nuevamente, en 1965. Estuvo junto al general César Sandino en Nicaragua y allí se destacó en la guerra que libraba dicho país. Por sus titánicas luchas a favor del pueblo dominicano, se ha ganado el merecido título de Héroe Nacional, otorgado por el presidente Danilo Medina, con la ley 162-19, el 25 de mayo del 2019 ( su fecha natalicia fue un 25 de mayo de 1898 en Puerto Plata).
Con la promulgación de esta ley, se designó además, el 10 de enero de cada año Día de Gregorio Urbano Gilbert y coloca su nombre al puerto de San Pedro de Macorís.
Este es reconocido como el héroe que mató en el muelle de San Pedro de Macorís al capitán CH Button, jefe de las tropas invasoras norteamericanas de 1916.
Fue de los primeros dominicanos que ofrecieron sus servicios a la Junta Nacionalista creada para protestar contra de la ocupación extranjera en el país.
Tras enterarse de la llegada de las tropas norteamericanas a San Pedro de Macorís y al percatarse que los jefes titulares de la resistencia patriótica no tenían plan de acción concreto para oponerse al desembarco, el joven de 17 años tomó la histórica determinación de oponer resistencia individual.
En el negocio donde trabajaba se hizo de un pequeño revólver calibre 32, diez cápsulas para el mismo y un cuchillo.
Armado con pistola y cuchillo se dirigió al muelle, observó a los norteamericanos que desembarcaban y escribió en un papel que luego introdujo en el bolsillo de su chaqueta: “Muero, pero muero satisfecho porque es un acto de protesta contra la invasión de mi patria por fuerzas extranjera”.
Minutos después al grito de ¡Viva la República Dominicana! Gilbert descargó su revólver sobre un grupo de oficiales que desembarcaban. En la acción fue ultimado el oficial norteamericano C. H. Burton.
Gilbert salió ileso de esta balacera que le hubiera costado la muerte. Perseguido por las tropas norteamericanas, decidió unirse a las fuerzas guerrilleras comandadas por Vicente Evangelista, participando en varios combates en contra de las tropas extranjeras.
Después que este grupo fue desarticulado, se instaló en la ciudad de Montecristi, donde trabajó en una imprenta, hasta que fue delatado por Rafael Nolasco. Detenido por los norteamericanos, fue sometido a crueles interrogatorios y encerrado en un hoyo de 25 pies de profundidad.
Luego fue trasladado a la ciudad de Santo Domingo, donde fue condenado a ser colgado vivo hasta su muerte. Pero tras las peticiones de que fuera conmutada la pena, formulada por personalidades del país, se logró que el presidente Woodrow Wilson cambiara la sentencia de muerte por la de prisión perpetua.
El 2 de Octubre de 1922 fue puesto en libertad. Abandonó luego el país y visitó varios países latinoamericanos, hasta que en 1928, se integró a las guerrillas nicaragüenses que luchaban contra las tropas norteamericanas bajo la dirección de César Augusto Sandino.
Falleció el 29 de noviembre de 1970, dejando las memorias de sus luchas y hazañas a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Foto: Gregorio Urbano Gilbert, se confunde en un abrazo con el General Fausto Caamaño, padre del Coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó y combatientes constitucionalistas.

EL 12 DE JULIO, UNA FECHA RELEGADA AL OLVIDO. Retiro de las tropas norteamericanas del país, en 1924

 




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Juan Daniel Balcácer
Con el fin de hacer más inteligible el discurso histórico acerca del progresivo devenir del hombre en sociedad, entre historiadores ha sido costumbre dividir el tiempo, segmentarlo en etapas temporales que, en el marco de espacios específicos, posibilitan una mejor comprensión de los acontecimientos históricos.
Así, según André BurguiËre, “Antigüedad, edad media, renacimiento, tiempos modernos, historia contemporánea, [es una] taxonomía [que] subdivide la historia en una periodización, verdadera clave de lectura, que pone de relieve los presupuestos implícitos del historiador”.
La historiografía dominicana, especialmente la destinada a la enseñanza de la Historia Patria, no escapa a esta tradición que data del siglo XIX cuando predominaba la denominada “historia positivista” cuyo principal exponente fue Leopold von Ranke. Cualquier estudioso del proceso histórico nacional puede constatar que los textos de historia patria tradicionales han sido diseñados conforme al principio de la periodización, a fin de que la narración de los acontecimientos objeto de estudio resulte inteligible para el ciudadano, de conformidad con determinados presupuestos ideológicos y metodológicos.
En el primer tomo del Compendio de la historia de Santo Domingo, de José Gabriel García, puede leerse que “la historia de Santo Domingo está naturalmente dividida en nueve épocas, subdividas en diferentes períodos”. El descubrimiento, la conquista, la colonización, las invasiones marítimas y terrestres, la dominación haitiana, la independencia, la anexión, la restauración, en fin, cada uno de los acontecimientos o procesos claves del devenir histórico del pueblo de Santo Domingo es explicado por García desde una perspectiva de periodización del proceso histórico nacional. Precisamente es a José Gabriel García, considerado el padre de la historia dominicana, a quien debemos el siguiente esquema: Primera República, que abarca desde el 27 de febrero de 1844 hasta el 18 de marzo de 1861, cuando tuvo lugar la Anexión a España, y Segunda República, que cubre el período que transcurre desde 1865 hasta 1916, cuando el Estado nación fue nueva vez suprimido a raíz de la primera ocupación militar norteamericana.
Sabemos que el 18 de marzo de 1861, a raíz de la anexión de Santo Domingo a España, la soberanía adquirida el 27 de febrero de 1844 se desvaneció y los dominicanos de la época pasaron a ser gobernados por extranjeros bajo la modalidad de Provincia Ultramarina de la antigua Madre Patria. Al cabo de dos años, sin embargo, por obra de la gran mayoría del pueblo dominicano, el Estado-nación o, lo que es lo mismo, la República Dominicana, fue restaurado tras una intensa y continua guerra de liberación nacional que inició el 16 de agosto de 1863 y culminó triunfante el 12 de julio de 1865, cuando las tropas españolas abandonaron la isla de Santo Domingo.
Con posterioridad a la Guerra de la Restauración -que el Maestro Hostos consideraba como nuestra auténtica independencia-, el constituyente dominicano, consciente de la trascendencia continental de la Revolución Restauradora y acatando la voluntad del Gobierno Restaurador expresada en el Decreto del 11 de agosto de 1864, hizo consagrar en la Reforma Constitucional de 1866 que el 16 de agosto -en adición al 27 de Febrero- también era “día de fiesta nacional”; disposición que continúa vigente en la Carta Sustantiva del pueblo dominicano.
Es evidente que cada una de esas fechas está relacionada con dos procesos históricos fundamentales: la Independencia Nacional y la Guerra Restauradora. Hay quienes sostienen que es innecesario hablar de “tres repúblicas”, porque en realidad sólo ha existido una sola, la del 27 de Febrero de 1844. En cierto sentido tal razonamiento, además de lógico, es histórico y exacto. Sin embargo, debido a lo accidentado del devenir histórico nacional y, sobre todo, a las interrupciones institucionales que hemos padecido como consecuencia de la injerencia de potencias extranjeras en los asuntos domésticos de los dominicanos, es preciso hablar de Primera República (1844), Segunda República (1865) y finalmente Tercera República (1924); cosa que facilita una mejor comprensión de los fenómenos sociales acaecidos en el decurso de esos tres períodos históricos.
¿Por qué? “Porque -según el historiador Pedro Troncoso Sánchez- en nuestra accidentada vida republicana hemos tenido dos momentos en que se ha interrumpido institucionalmente la República. Fueron dos momentos de solución de continuidad, dos hiatos, en la vida de la República: de 1861 a 1863 y de 1916 a 1924. De hecho, o de jure, como pudiera afirmarse respecto de la primera interrupción, dejó de haber un gobierno dominicano, formado por dominicanos, para estar constituido por extranjeros que se subrogaron en la soberanía dominicana. En 1965 hubo un desembarco de tropas extranjeras pero en ningún momento dejó de haber gobierno dominicano”.
“De modo que existiendo esos dos hiatos en nuestra vida republicana es forzoso denominar de alguna manera los tres períodos divididos por esos dos hiatos”, concluyó Troncoso Sánchez.
Transcurridos los ocho años de eclipse de la soberanía nacional, la bandera de los Estados Unidos fue arriada el 12 de julio de 1924 de la Torre del Homenaje y de las oficinas públicas en todo el país, y en su lugar fue izada la gloriosa bandera tricolor de los trinitarios, fundadores de la República. Ese día, además, se instaló el gobierno constitucional que presidió el general Horacio Vásquez, ganador de los comicios generales celebrados en el mes de marzo de ese año; y apenas cuatro días antes, el presidente provisional de la República, Juan Bautista Vicini Burgos, emitió el Decreto No. 246 que declaraba día festivo el 12 de julio de 1924, así como el día anterior, “con motivo de los diferentes actos que se celebrarán en ocasión de la instalación del Gobierno Constitucional de la República”.
En ese mismo año el presidente Vásquez promovió una reforma a nuestra Carta Magna, pero el legislador no declaró “día de fiesta nacional” el 12 de julio de 1924, sino que se limitó a consignar que el 27 de Febrero y el 16 de Agosto, eran los “únicos días de fiesta nacional”. ¿Qué ocurrió? ¿Acaso no se quería herir susceptibilidades en la administración republicana de Warren Harding, festejando como efemérides independentista el día de la retirada definitiva de las tropas militares de nuestro país? ¿O el desmedido culto al caudillismo impidió que se le confiriera al 12 de julio de 1924 la categoría de “día de júbilo nacional” y a su principal propulsor, el licenciado Francisco J. Peynado (que había perdido las elecciones frente a Horacio Vásquez), el reconocimiento de su condición de Prócer de la Tercera República?
Se trata de meras conjeturas e interrogantes. Pero lo cierto es que la generalidad de los historiadores, al narrar el acontecer republicano, establecen la siguiente periodización: Primera República (1844-1865); Segunda República (1865-1916); y Tercera República, desde 1924 hasta el presente. De las dos primeras Repúblicas, por mandato constitucional, los dominicanos celebramos el 27 de Febrero y el 16 de Agosto como días de fiesta nacional, no así con el 12 de julio de 1924, fecha que evidentemente ha sido relegada al olvido.
Es de justicia destacar que hace algunos años, durante la época en que fue legislador, el licenciado Pelegrín Castillo fue uno de los principales propulsores de un anteproyecto de ley para declarar el 12 de julio de cada año “Día de fiesta nacional con carácter laborable”. Aun cuando no prosperó esa iniciativa legislativa, en los archivos del Congreso Nacional pudo comprobarse que durante el gobierno constitucional de 1963, presidido por Juan Bosch, fue aprobada y sancionada la Ley No. 50 que declaró “Día conmemorativo el 12 de Julio de cada año” en virtud de que se trata de la “Fecha aniversario de la Desocupación del Territorio Nacional por las Fuerzas Militares Norteamericanas” y, en consecuencia, del rescate de la soberanía nacional al amparo de un Estado, esencialmente dirigido por dominicanos.
No obstante, para que el dispositivo de esa ley adquiera categoría de un hecho histórico trascendente y sea internalizado en la memoria colectiva de los dominicanos, es menester que en los textos de historia patria se enfatice y explique al estudiante qué fue y qué significó la lucha nacionalista del pueblo dominicano contra la Ocupación Militar por parte de la Infantería de los Estados Unidos en el interregno 1916-1924. Solo así se podrá recuperar la fecha del 12 de julio de 1924, injustamente relegada al olvido, toda vez que esa efeméride sintetiza tanto el gran esfuerzo como el noble sacrificio de no pocos gladiadores del patriotismo dominicano quienes, al cabo de ocho años de resistencia, lograron restaurar por segunda vez la soberanía nacional, propiciando así el nacimiento de la Tercera República que, desde entonces, no ha vuelto a colapsar por virtud de una ocupación militar extranjera.
El autor es historiador.
Miembro de Número de la Academia
Dominicana de la Historia.

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