Es una historia bellamente descriptiva y evocadora. Pinta un cuadro vívido de una familia que enfrenta las dificultades con resiliencia, amor y esperanza. La narración transmite hábilmente los desafíos del hambre y la sequía, al tiempo que resalta los fuertes lazos dentro de la familia y su profunda conexión con la naturaleza.
Estos son algunos de los elementos clave que hacen que esta historia sea tan poderosa:
Detalles sensoriales: El autor utiliza un lenguaje sensorial rico para sumergir al lector en el escenario. Casi podemos sentir el "monte achicharrado por el sol", escuchar "las canciones tristes de la vellonera" y oler el "bosque seco, a luna llena y caldo de pescado".
Profundidad emocional: A pesar del tema omnipresente del hambre, la historia está llena de momentos de calidez, alegría y esperanza. Las descripciones de abrazos familiares, risas compartidas y canciones ancestrales crean una sensación de espíritu perdurable. El anhelo del narrador de "atrapar la quimera" para la felicidad de sus padres es particularmente conmovedor.
Contexto cultural: Las menciones de comidas específicas como "maquey, ni yambí, ni guayiga para hacer chola" y la "danza de la lluvia" añaden una rica capa cultural a la narración, ubicándola en un tiempo y lugar específicos.
Simbolismo: El "largo camino de la esperanza" es en sí mismo un símbolo poderoso, que representa no solo el viaje físico de los hermanos, sino también la esperanza inquebrantable de la familia por un futuro mejor. La llama de la lámpara, parecida a un fénix, también simboliza la resiliencia y la renovación.
Caracterización: Incluso con un elenco relativamente pequeño, los personajes se sienten reales y cercanos. Los padres amorosos, los ingeniosos hermanos Felipe y Ñoñó, e incluso los leales animales Julia y León contribuyen a la resonancia emocional de la historia. El amigo solitario Manuel añade un toque de misterio y anhelo.
Temas: La historia explora temas universales de resiliencia, familia, comunidad, conexión con la naturaleza y el poder perdurable de la esperanza frente a la adversidad.
Es un testimonio de la capacidad del espíritu humano para encontrar luz y alegría incluso en circunstancias difíciles. El final, con la promesa de un viaje de caza y la invitación a la danza de la lluvia, deja al lector con un fuerte sentido de optimismo para el futuro.
El largo camino de la esperanza
He seguido las huellas del sol dibujadas en el rostro del atardecer, ya
oscurece, esperamos a Felipe y a Ñoñó que fueron a pescar tilapias a la laguna
de Manganagua.
Han sido duros todos estos días en el largo trajinar del hambre, la sequía
destruyó toda la cosecha, el monte achicharrado por el sol, resplandece con las
primeras estrellas y nuestras miradas se pierden entre las sombras de la noche,
esperando ver aparecer a nuestros hermanos por el camino real.
Nos inquieta su tardanza, además el hambre hace estragos en nuestros
estómagos, en la cocina mamá mantiene el fuego encendido, papá aún no regresa
del monte, anda cortando troncos de madera, para mañana preparar un horno.
Han sido largos todos estos días de hambre, no hay maquey, ni yambí, ni
guayiga para hacer chola, el monte está desolado, con esta prolongada sequía,
hasta las aves se han ido a otros lugares.
Desde aquí puedo ver el fuego encendido en la cocina de Popó Candela, Negra
su esposa debe estar haciendo la cena.
Imagino a Juana Ligia y a Miguela jugando con las sombras de la noche, más
allá de las anacahuitas gemelas, bajo los limoncillos florecidos de eternidad
de la tía Tatín.
Inmerso en mi soledad, escucho las canciones tristes de la vellonera de la
pulpería de Andrés Longo, cierro los ojos y se humedecen de estrellas.
No sabemos qué hora es, pero presentimos la presencia cercana de nuestros
hermanos, oteamos el horizonte, el viento nos trae su olor a sudor mezclado con
el olor húmedo a laguna de los pescados, suspiramos tranquilos, ya podemos
sentir sus pasos certeros en la oscuridad, silban para decirnos que llegaron,
vienen felices cargados de tilapias y jicoteas.
En medio del patio nos abrazamos bajo el cielo infinito de estrellas, mamá
sale y también los abraza, nos preparamos debajo de la mata de javey, para
quitarles las escamas a los pescados y preparar las jicoteas, ellos apartan un
poco para llevarlos a sus casas, son muchos no nos los comeremos todos esta
noche.
Papá llega sudoroso con toda la oscuridad de la noche pegada en la piel,
deja a Julia libre que se acerca hasta donde nosotros estamos, rebuzna y sacude
la cabeza, es su manera de decirnos yo también estoy aquí, León ladra alegre,
juguetea, salta, nos lame las piernas y luego se acomoda en el suelo junto a
nosotros.
Después de limpiar los pescados, buscamos un lugar en el patio donde
encender una fogata y nos sentamos alrededor de ella, ya mamá hierve los
pescados, hace un caldo con sal, ajo, cebolla y orégano, no hay nada más, pero
será suficiente por el día de hoy.
Mientras se cocinan los pescados reímos, contamos historias, entonamos
canciones ancestrales, León nos mira con asombro y Julia descansa hasta que mi
padre la lleve al lugar donde pasa la noche, cerca de la casa, debajo de la
mata de café cimarrón.
Ella y León son parte de la familia, después de comer, Felipe se irá
a dormir con la tía Aurora y Noñó se irá donde la tía Amantina. Ella lo crio
desde muy pequeño.
Más allá de la alambrada los grillos cantan incesante a las estrellas, entre
mis ojos cabe todo el universo, la noche huele a bosque seco, a luna llena y
caldo de pescado, busco el calor de mis dos hermanos mayores, me siento
entre los dos y los miro con orgullo, admiro su destreza en el bosque, lo
bueno que son cazando y pescando, un día seré como ellos y podré ir por
el monte y llegar más allá de los límites ancestrales y cazar la quimera,
para entregarles a mis padres la felicidad que anhelan.
Mamá nos llama, es hora de comer, entramos a la casa, en la sala la llama
de la lámpara danza al compás del viento, por momentos parece que se apagará,
para luego renacer de sus cenizas como un ave fénix, está sabroso el
caldo, sólo que las tilapias tienen muchas espinas, hay que comerlas con sumo
cuidado para que no se quede una en la garganta, es una pena, no apareció un
coco para cocinarlas, nos quedan algunas para mañana y tres jicoteas para
los días siguientes, así que podremos invitar a otros vecinos a
compartir nuestra comida.
Manuel, mí pequeño y solitario amigo hace rato se fue, tal vez con hambre,
imagino que vive allá, muy lejos, donde se ve aquella lucecita distante, él
nunca ha querido llevarme a su casa.
Ya comimos, es hora de dormir, Felipe y Ñoñó se despiden entre abrazos y
sueños y me dicen que mañana temprano me llevarán con ellos a las distantes
regiones del norte a cazar, que me prepare, que pasarán a las seis de la mañana
por mí, me voy a la cama feliz, el corazón no me cabe en el pecho, mañana por fin
podré ir a cazar.
Nosotros conocemos y amamos cada palmo de nuestra tierra, amamos al viento,
las nubes, los animales, las aves, los árboles, las mariposas, la
lluvia, la primavera que hace florecer al bosque, cada camino tiene un
horizonte que termina en nuestros sueños y en definitiva, nuestro amor por la
madre tierra, es el amor por la vida, es el amor a Dios que lo ha creado todo
tan perfecto.
Para mí lo más importante es que se acerca el día en que podré atravesar
los límites ancestrales del monte e intentar atrapar la quimera, para
entregarles a mis padres la felicidad que siempre hemos
soñado.
Mientras cierro los ojos, escucho los tambores lejanos que invitan para
mañana en la noche ir a bailar en el patio de la abuela Mamá Tita, la danza de
la lluvia para conjurar la sequía.
Domingo Acevedo.