Guadi Calvo.
Evidentemente, el edificio de la 405 East 42nd Street de New York, donde se apoltronan las Naciones Unidas, no tiene ni servicio de internet, ni cuenta con presupuesto para servicio de cable, ni para la compra de periódicos y ni siquiera de baterías para la vieja radio del portero. Sospechamos que ni siquiera cuente con fondos para pagar el servicio eléctrico, ya que solo con todos estos requisitos logró una vez más no enterarse de que una guerra que estaba por estallar… estalló.
Esta vez en el remoto sudeste asiático, entre Tailandia y Camboya, que cuenta con una frontera de apenas ochocientos kilómetros y un largo historial de incidentes que revelaban que lo que está sucediendo podía suceder. Con evidencia extremadamente palpable desde el último febrero (Ver: Tailandia-Camboya, la guerra de los templos). Como se dice vulgarmente: ya es tarde para lágrimas, la guerra está aquí y habrá que vivirla. En este contexto, recordemos que desde el año 1962 Tailandia se niega a acatar el fallo de la Corte Internacional de Justicia que falló a favor de Camboya en un antiquísimo litigio fronterizo que se extiende desde tiempos coloniales. Y con alguna frecuencia estallan nuevas crisis como la de 2008-2011, que dejaron cerca de cuarenta muertos y miles de desplazados.
Si bien en apariencia el conflicto se centra en la posesión de una línea de templos budistas del siglo XII, lo cierto es que el conflicto lo han activado los yacimientos de gas y petróleo en un área conocida como Overlapping Claims Area (área de reclamaciones superpuestas), unos treinta mil kilómetros cuadrados del golfo de Tailandia en disputa desde hace décadas por ambos países.
Los enfrentamientos, que comenzaron el jueves por la mañana y ya se extendieron a una docena de puntos, se reanudaron a primera hora del viernes, y apuntan a convertirse en los más sangrientos de los últimos diez años de esporádicos choques. El último se produjo en mayo pasado con un breve intercambió brevemente de disparos en el que murió un soldado camboyano.
Según el primer ministro interino de Tailandia, Phumtham Wechayachai: “Este incidente de agresión se está intensificando y podría desembocar en una guerra”.
De momento, parece que ambos bandos están dispuestos a resolver el altercado por las malas, ya que se está utilizando armamento pesado. Habiéndose provocado en las primeras horas de la escalada cerca de veinte muertos y el desplazamiento forzoso de ciento cincuenta mil tailandeses, en cuatro de las siete provincias fronterizas, con epicentro en las de Ubon Ratchathani y Surin.
Por su parte, el gobierno camboyano todavía no ha dado información sobre víctimas y evacuación de civiles, aunque extraoficialmente se habla de por lo menos cinco muertos y unas mil quinientas familias obligadas a abandonar las áreas donde operan los ejércitos.
Un parte del ejército tailandés de las primeras horas del día viernes informaba que fuerzas camboyanas bombardearon de manera sostenida con batería pesada, artillería de campaña y sistemas de cohetes BM-21. A lo que las fuerzas de Bangkok respondieron según sus planes de batalla.
La escalada se produce después de semanas de tensiones generadas por acusaciones cruzadas por la nunca resuelta cuestión fronteriza que se prolonga desde 1907 y que cada tanto emerge provocando algún roce. Aunque en esta oportunidad ambas naciones parecen decididas a zanjar el diferendo de manera definitiva.
El miércoles veintitrés se había producido el segundo incidente en pocas semanas cuando cinco soldados tailandeses de una unidad de patrulla fronteriza en la provincia de Ubon Ratchathani resultaron gravemente heridos por el estallido de una mina terrestre. Lo que precipitó que Tailandia retirara a su embajador de Phnom Penh y expulsara al representante camboyano. Según el gobierno tailandés, las minas terrestres que provocaron los heridos fueron colocadas recientemente, lo que ha sido negado desde Camboya.
El cruce de reproches derivó en que el jueves, según la versión tailandesa, debieron responder con bombardeos aéreos a los ataques por parte de los khmeres con cohetería y artillería, que afectaron zonas civiles.
La guerra de los papis.
La cuestión política, que es quien debiera haberse adelantado a resolver la crisis antes de elegir la opción militar, es prácticamente gemela a ambos lados de la frontera, donde dos poderosas familias políticas rigen los destinos de esas naciones desde hace décadas.
El primero de julio, fue suspendida de sus funciones para investigarla por una presunta violación de las normas en su manejo de la disputa fronteriza, la primera ministra tailandesa, Paetongtarn Shinawatra, cuarto integrante de su familia en llegar a ese cargo, asumió el año pasado. Hija de Thaksin Shinawatra, el hombre más rico del país y primer ministro desde 2001, hasta que en 2006 fue derrocado por el ejército por sus enfrentamientos con el rey Rama IX.
Mientras que en Camboya, Hun Sen, actual presidente del Senado, que gobernó el país de manera autócrata durante cuarenta años, entregó el poder a su hijo Hun Manet en 2023.
Ambos “padres” continúan controlando entre bambalinas y no tanto a sus hijos, por lo que son responsables de haber dejado que la crisis militar alcanzara estas cotas.
Thaksin, a más de quince horas de iniciado el conflicto y tras rechazar la mediación internacional en sus redes sociales, publicó que “Tenemos que dejar que el ejército tailandés haga su trabajo y darle una lección a Hun Sen”. Lo que dio espacio al tirano para contestar, diciendo que el tono belicoso de Thaksin señalaba la voluntad agresiva de Tailandia hacia su país.
En una declaración en la que acusó a Thaksin de traicionar a su propio rey y partido, añadió: “Con el pretexto de vengarse de Hun Sen, está recurriendo a la guerra, cuya consecuencia final será el sufrimiento del pueblo”.
A lo largo de sus carreras políticas y empresariales, tanto Thaksin como Hun Sen se beneficiaron mutuamente, tanto por negociados en común como por la posibilidad de azuzar una guerra siempre a flor de piel.
El mastodóntico Consejo de Seguridad de la ONU tenía previsto reunirse este viernes para tratar el conflicto, aunque como siempre han llegado unos cuantos muertos tarde.
Por su parte, desde Washington, un vocero del Departamento de Estado expresa la preocupación por la creciente escalada y lamentarse por los daños a civiles, y exigió el cese inmediato de las hostilidades. Estados Unidos mantiene muy fuertes lazos con Tailandia desde la guerra de Vietnam, a la que la nación tailandesa le sirvió como portaaviones. La misma estrategia que más de una década después aplicaría con Pakistán, respecto a la guerra antisoviética en Afganistán.
China también manifestó su preocupación por la actual crisis. Beijing, que tiene millonarias inversiones productivas en Camboya, en áreas tan diversas como la industria textil, el turismo, la energética e incluso la industria militar. Algunas versiones de la prensa occidental mencionan un acuerdo secreto entre Phnom Penh y Beijing para la construcción de una base naval china.
Quizás la crisis thai-camboyana posiblemente marche en la misma dirección de la guerra civil en Birmania que desde el 2021 se ha expandido en todo el país y está afectando también las multimillonarias inversiones que mantiene en ese país y la pérdida (ver Las múltiples guerras de Birmania). Sin olvidar tampoco la caída de otro aliado del sudeste asiático como lo era Bangladesh tras el derrocamiento de la primera ministra Sheikh Hasina en agosto del año pasado (ver Bangladesh, parte de la desestabilización regional).
El ejército tailandés, gracias al apoyo estadounidense, es mucho más poderoso que el camboyano, por lo que algunos analistas entienden que esta “guerra”, claramente comenzada por Bangkok, tendría la intención de llegar con sus tropas a Phnom Penh para derrocar el gobierno de los Hun y colocar un gobierno títere, al estilo de Bangladesh con Muhammad Yunus. Esta jugada no está del todo asegurada, ya que, a pesar de tener fuertes rapideces con Vietnam, este podría intervenir para apoyar a los hunos y evitar la expansión tailandesa en la subregión media del Gran Mekong, mientras todo parece correr al abismo.