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sábado, diciembre 13, 2025

Los protagonistas de las campañas de exterminio contra las Primeras Naciones




LA ASESINA QUE NO FUE. ____

12 de diciembre de 2025 -
Los protagonistas de las campañas de exterminio contra las Primeras Naciones tenían constantemente justificaciones lamentables. Una de ellas era que por pequeña que fuera una tribu, desde que siguiera reunida, conservaba y guardaba sus tradiciones y su lengua.
Fueron muchos los opinólogos a favor de Roca como Manuel Olascoaga, que escribió sobre el reparto de gente como “la transformación patente de la barbarie en civilización; el momento visible de la dignificación de la humanidad; el hecho palpable de convertirse el elemento de destrucción en elemento de progreso”.
Llegaban de todas nuestras latitudes una multitud de prisioneros de todas las edades para ser repartidas entre las familias porteñas. El 9 de noviembre de 1885, el oficial Manuel Silveira pidió a la Sociedad de Beneficencia que se le entregara una mujer chaqueña llamada Tadesgná. Quizás se vio atraído por la mujer de unos cuarenta años con tatuajes en la cara, algo sumamente exótico. Una comisión de señoras de la institución se encargaba de ir periódicamente a las viviendas de los apropiadores a ver las condiciones en que vivía la servidumbre. En el caso de Silveira y su esposa, domiciliados en la calle Uruguay 684, les dijeron que estaban muy contentos con la chaqueña pero que a veces estaba afligida por no tener a su hija y que una noche había intentado escaparse por la azotea para ir a buscarla. La Comisión logró en pocos días ubicar la casa donde había ido a parar la niña y los Silveira prometieron llevarla a Tadesgná para que se reencontrasen. A primera vista, todos felices.
Tal como lo cuenta el historiador Pablo Arias en su libro Oíd el ruido de forjar cadenas, el oficial Silveira en 1878 ya se había apropiado también de María Ankafilú (Víbora partida), de unos sesenta años, de su hija Petrona de veinticinco y de la hija de Petrona, Gerónima, de dos años de edad. Según las actas de bautismo, procedían de la tribu de Catriel.
No tardó mucho en apropiarse de otra mujer, Manuela, y su hijo de seis meses. En mayo de 1880, Silveira bautizó al bebé y lo nombró Alejandro, porque en el acta decía solamente: “Indio. Hijo de Manuela, natural de las Pampas”. No había un límite para la entrega de personas, los vecinos podían ir todas las veces que quisieran, si no estaban conformes, las tenían un tiempo y las entregaban a otra familia o las cautivas terminaban escapándose.
El 27 de febrero, los Silveira fue noticia. Los diarios titularon “Una india criminal”. Su esclava Tadesgná lo había herido a puñaladas. Él la denunció primero como NN, porque ignoraba su nombre. Ella fue detenida y debía someterse a un interrogatorio en la comisaría 5°, pero no hablaba castellano. El Juez de Paz Ciriaco Arrechea debía tomarle declaración a Silveira y a la acusada y tuvo que salir a buscar una intérprete. Gracias a que el jefe del Regimiento 6° de Caballería se había apropiado de otra chaqueña de mediana edad, a la que anotaron como Manuela Tiburcia, Tadesgná pudo dar su testimonio.
En la primera declaración, Tadesgná dijo que había apuñalado a su patrón en respuesta a la agresión de él. Silveira tuvo que admitir que “viendo que las palabras eran insuficientes para hacerse obedecer, le dio unos latigazos y después ella lo respetó”. Hay que recordar que Silveira, a pesar de que iba a buscar esclavas de distintas naciones, no era un políglota y se comunicaba habitualmente por medio de señas. Probablemente así, a los latigazos actuaba con todas las personas que se había apropiado, de las que no se sabe si aún vivían en la casa cuando ocurrió este episodio.
Contrariando a Silveira, Tiburcia dijo que según la acusada, los latigazos eran diarios, que no era porque ella desobedecía. Muchas veces la dejaban sin comer y además la señora le arrancaba los pelos de la cabeza acusándola de que se le hubieran muerto dos hijos. Descargaba toda su bronca con ella por unos hijos que Tadesgná nunca había visto. Que no usaba un látigo sino un rebenque, de los que tienen mango. Al momento de declarar, todavía tenía toda la espalda lastimada y se podían ver las marcas hinchadas. Y eso de que la llevarían a ver a su hija, fue una mentira, jamás lo hicieron. La intérprete dijo que, por toda la violencia recibida, había germinado en su mente la idea de vengarse del patrón y por eso lo apuñaló.
Después de la segunda declaración asentada el 10 de marzo, no se pudo volver a interrogarla por falta de traductores. Misteriosamente desapareció Tiburcia; nunca más se supo de ella. El Juez necesitaba interrogar a Tadesgná una vez más. Fue él a la cárcel en el mes de julio, agosto y octubre, sin embargo, fue imposible entenderle, y hasta que consiguieran otra intérprete permanecería detenida.
Silveira declaró unos días después admitiendo que sabía su nombre y que se llamaba “Taganá” pero que él le había puesto de nombre: Martina. Finalmente, el juez acudió al Hogar de Huérfanos y Colegio de la Merced, dependientes de la Sociedad de Beneficencia, que era otro depósito de indígenas listos a ser entregados y entre el montón, encontró a otra chaqueña joven a la que autorizaron para oficiar de traductora. Por supuesto que las señoras de la Sociedad no la dejaron sola ni un minuto y fueron a presenciar la declaración. Luego, le enviaron al juez una carta contando que ni bien habían entregado a la acusada a la familia Silveira, ellas mismas habían constatado que el trato para con la indígena era correcto y afectuoso. Acompañaron a la nueva intérprete a interrogar a Tadesgná y cuando le preguntaron por qué había agredido al patrón, la acusada manifestó que no había sido ella quien lo atacó, sino que él la embistió a la madrugada con un fierro largo.
No era la única mujer juntando bronca, eran muchas madres reclamando que les devolvieran a sus hijos. Muchos habían sido arrebatados en el vapor, o se los habían quitado en el cuartel del Retiro. Todo caía en saco roto. Las reglas de los blancos eran distintas.
La declaración de Tadesgná fue una y la que dejaron escrito las señoras Ana Perdriel y Dolores Lavalle fue otra. Que la esposa de Silveira era muy buena y que la querían mucho. Para la época decir que una señora de la clase alta se comportaba violentamente no convenía, mejor cuidar las apariencias. La acusada estuvo detenida en la comisaría 15° de la Capital, luego la trasladaron a la cárcel correccional. En marzo de 1886 hubo que internarla en el Hospital de Mujeres por su delicado estado de salud. Como todo lo que le ocurría a la “india criminal” era publicado en los periódicos, se decía que Tadesgná tenía desequilibradas sus facultades mentales. En el hospital de mujeres enseguida encendieron la alarma y la tuvieron solo un día por el peligro que significaba para el resto de las pacientes, esa mujer con la cara tatuada vaya a saber qué intenciones tendría. De nuevo en la cárcel se negó a comer. Ya era el mes de abril cuando su salud desmejoró nuevamente. El doctor Julián Aguirre propuso trasladarla al hospital o al manicomio. No la recibieron en el hospital.
Los informes médicos dicen que Tadesgná se mostraba reacia, “no permite que nadie se le aproxime y dirige a todos lados miradas recelosas, cruzando los brazos sobre el cuerpo cuando alguien se le acerca, como para proteger el pecho”. El doctor Julián Fernández dejó escrito que “Esta desgraciada se encuentra oprimida por un gran terror, a tal punto que huye temblando a la vista de cualquier hombre. A pesar de esto logré examinarle su cuerpo sembrado del mismo tatuaje que se nota en la cara, como un distintivo de su raza”.
Ya no tenía ni siquiera una intérprete. Dos meses después la cosa no había cambiado, los informes médicos eran similares “profundo terror y desconfianza la domina sobre todo en presencia de personas del sexo masculino. Induce a sospechar que sea víctima esta infeliz de un delirio de las persecuciones”. Aprovechando que la podían examinar por la fuerza, el doctor Fernández calculó que tenía entre cuarenta y cuarenta y cinco años. Que ya no menstruaba porque “la raza a la que pertenece explica la rápida desaparición de este fenómeno pues en las indígenas es prematura”.
El 16 de noviembre de 1886 fue puesta en libertad, se le notificó la sentencia pero no supo cómo firmarla. No pudo ni siquiera reencontrarse con su hija porque ya se la habían matado. Afuera, nadie la esperaba.

Tomado de la red.