Páginas

jueves, julio 31, 2025

La llamaban “vampira”.

 




En algún lugar del norte de Polonia, una joven fue enterrada hace más de 400 años con una hoz de hierro cruzando su cuello y un candado en el pie. Quienes la sepultaron no querían que descansara en paz: querían asegurarse de que no regresara.

La llamaban “vampira”.
Hoy la conocemos como Zosia, y su historia está dejando atrás la superstición para recuperar lo que siempre fue: humana.
Siglos después, un equipo de arqueólogos de la Universidad Nicolás Copérnico, junto con el escultor forense Oscar Nilsson, lograron lo impensable: reconstruyeron su rostro con ayuda de ADN, impresión 3D y capas de arcilla que devuelven vida a una identidad enterrada por el miedo.
El resultado es tan vívido como conmovedor.
Zosia tenía entre 18 y 20 años. Su pueblo, Pień, vivía bajo el peso de la peste, el hambre y la guerra. En tiempos así, la gente buscaba culpables en lo desconocido. Quizás Zosia tenía epilepsia, o alguna enfermedad mal entendida. Sus huesos mostraban malformaciones. Eso bastó para convertirla en sospechosa.
Su entierro refleja ese pavor medieval: la hoz cortaría su cuello si intentaba levantarse, y el candado impediría que su alma escapara.
Pero la ciencia ha hecho lo contrario.
Nilsson, al modelar su rostro, no resucitó un monstruo. Resucitó a una joven, una historia silenciada por siglos de ignorancia. “Estoy acostumbrado a reconstruir rostros”, dijo el artista. “Pero en este caso, espero haber devuelto algo de dignidad humana”.
Hoy, Zosia nos mira desde el pasado. Y su rostro nos recuerda que a veces el verdadero monstruo no es quien enterramos... sino el miedo que lo rodea.

Datos historicos.