Las kurdas pagan por su coraje

Por Catalina Gómez Ángel, desde Qamishlo / La Vanguardia / Edición: Kurdistán América Latina – La mujer va en brazos de un hombre joven cubierto con un pasamontañas y con un morral tipo militar en la espalda. Despeinada, se la ve perdida. Más tarde será identificada como Cicek Kobane. “Larga vida a Rojava, Rojava”, dice irónicamente el hombre que la carga, exultante, mientras otro hombre detrás la graba con su móvil. Otros intentan hacerse selfies con ella detrás, como si lo que llevarán con ellos fuera un trofeo de guerra. “¡Alahu akbar, Alahu akbar!”, gritan, para luego ponerla en el suelo, donde hace gestos de dolor. Tiene una pierna herida. “¿Habla árabe?”, pregunta uno de los combatientes, y otro hombre dice: “Ella habla de todo”.
Más adelante se oye otra voz que dice: “Hay que sacrificarla, hay que sacrificarla”. En otro vídeo está en el suelo, mirando a la pared, mientras un hombre habla a la cámara y otro hace la señal de la vitoria. Tienen un trofeo de guerra. Y muchos de estos hombres no pierden la oportunidad para publicar esta victoria en las redes sociales.
Estas imágenes, aunque siempre chocantes, no hubieran sido extrañas en tiempos en que las YPJ, la rama femenina de las milicias kurdas de Siria, las YPG, lideraban la batalla contra el Estado Islámico (ISIS). Para entonces estas mujeres que conforman el 30% de estas fuerzas, siempre estuvieron presentes en el frente de batalla, y sus comandantes tuvieron a cargo muchas de las batallas más importantes. La de la ciudad de Raqqa, por ejemplo.
Los cementerios donde yacen los 11.000 combatientes que murieron durante los años de esta guerra, incluido el de la ciudad de Qamishlo, donde descansan 800 de ellos, están llenos de mujeres que se enfrentaron a una ideología que las veía como su principal enemigo. 657 mujeres de las YPJ murieron en la lucha contra el Estado Islámico.
Quienes capturaron a Cicek Kobane fueron las milicias que forman parte del Ejército Libre de Siria en que se apoya Turquía en su incursión en el nordeste de Siria. Y no es la única mujer que han capturado ni el único atropello que han cometido. Días más tarde se les ve, en otro vídeo, en un coche con otra mujer en la parte de atrás, a la que también llevan prisionera. Mientras el conductor habla a la cámara, otro combatiente detrás le levanta la mano ante la mirada de rabia e indignación de la mujer, que como Cicek también era del enclave kurdo de Kobane. Hasta ahora se desconoce el paradero de ambas.
Pero aún más atroz fue el destino de la integrante de las YPJ Aziza Jalal, y la política y activista por los derechos humanos Henrin Jalaf. El cuerpo de la primera fue maltratado y abusado después de morir en combate el pasado 21 de octubre. Y a Jalaf la asesinaron a sangre fría y su cuerpo fue abusado cuando transitaba con su equipo de seguridad por la M4, principal carretera del nordeste de Siria. El enviado de la ONU para Siria, James Jeffery, dijo días atrás que las milicias sirias habían cometido “crímenes de guerra”.
“Es la victoria de un hombre perdedor”, sentencia la portavoz de las YPJ, Nisrin Abdulah, que durante los años de la lucha contra el Estado Islámico fue testigo de cómo muchas de sus compañeras eran capturadas y sufrían abusos por esta organización. Pero cuando se creía que parte de este calvario había terminado, ahora vuelven a enfrentarse a una situación parecida. Para muchos en el nordeste de Siria, la ideología que representan algunos de estos hombres no es diferente a la del Estado Islámico, al menos en lo que se refiere a las mujeres. E incluso se han señalado al menos 42 antiguos integrantes del EI se encuentran en estas milicias.
“Ellas son mujeres que han hecho una revolución, pero ellos –los milicianos– celebran su captura como si con eso hubieran liberado al mundo”, dice Nisrin, recordando que estamos en Oriente Medio. La tendencia de estos hombres es tratar extremadamente mal a las mujeres, lo que desde el punto de vista del islam y la cultura es “pecado”.
Nisrin intenta explicar lo que sucede al remitirse a años atrás, entre el 2012 y el 2013, cuando comenzó la llamada revolución de Rojava. Más allá de la creación de las milicias kurdas, que tenían el objetivo de defender a su población (luego pasaron a formar las Fuerzas Democráticas Sirias), el proyecto de gobierno y la sociedad que se puso en marcha en el nordeste del país ha sido considerado una revolución.
“Las YPJ representan un sistema que lucha por la igualdad como principio, a nivel de nacionalidades, derechos humanos e igualdad de género”, añade Nisrin. En este proyecto las mujeres han ganado un espacio que era inimaginable antes de que comenzara lo que entonces se llamó la revolución siria en el 2011. No sólo engrosaron el ala femenina de las YPG, sino que pasaron a tener una participación protagonista en todas las esferas de la sociedad. Para empezar, se instauró un sistema de cogobierno donde en cada institución hay siempre una cabeza masculina y otra femenina. La educación también pasó a ser igualitaria.
“Hemos trabajado muy duro para llegar hasta aquí”, dice Samira Jalili, codirectora de la Media Luna Roja kurda, al hablar de un modelo que ha desafiado a una tradición conservadora donde la mujer estaba en un segundo plano y siempre bajo la órbita masculina. De esto también hablaba Mona, directora de la organización Zara, que desde el 2013 trabaja para dar apoyo a las mujeres que son víctimas de la violencia doméstica. Ella asegura que antes nunca las mujeres tuvieron la oportunidad de denunciar los abusos a los que estaban sometidas, que incluía ser la segunda o tercera esposa de un hombre. Hoy pueden hacerlo, tienen apoyo para enfrentarse a la ley.
“Antes del 2011 era un sueño poder tener el espacio que las mujeres tenemos ahora”, contaba Sebina, una joven cineasta. Como otras mujeres consultadas para este artículo, cree que los integrantes de milicias árabes proturcas se están cebando en ellas. “Es un acto de venganza”, afirma. Esta creencia parece generalizada en una región donde muchas mujeres, y hombres, creen que el avance de las mujeres en esta parte de siria es algo que molesta inmensamente a la ideología que defienden esos combatientes. “Representamos una cultura de libertad que amenaza su manera de pensar”, argumenta Nisrin.
Pero también es una venganza que se remite a los primeros años de esta guerra, cuando los kurdos se movilizaron para detener el avance de los integrantes del Ejército Libre Sirio y más tarde del Frente Al Nusra en la ciudad de Serekaniye –Ras al Ayn, para los árabes–, que en esta ocasión ha vuelto a ser el escenario de los enfrentamientos más duros entre ambas fuerzas. Sebina, que es original de Serekaniye, cuenta que el avance de estas tropas movilizó a decenas de mujeres en la ciudad a unirse a las YPJ. Más tarde se convertirían en comandantes que libraron muchas batallas. “Tristemente muchas de ellas han muerto”, recuerda esta mujer.
Pero ni la muerte ni las amenazas de caer en las manos de las milicias proturcas han impedido a las mujeres participar en lo que consideran la defensa de su territorio. Una de las mujeres que murió después de que Donald Trump diera luz verde a Turquía para entrar al territorio del nordeste de Siria, Haval Zin, lideró múltiples batallas contra el Estado Islámico, incluida la que se libró en la ciudad de Al Hol, donde hoy cientos de mujeres del desaparecido califato intentan mantener a flote una forma de vida que se opone diametralmente a la que defendía aquella mujer, también de Kobane, que alguna vez durante aquella batalla dijo no tener miedo a morir para defender a las mujeres de esa misma ideología que las amenaza de nuevo.