sábado, julio 22, 2017

Ojos de Luna, la leyenda de los misteriosos antepasados blancos de los cherokee


Posible representación de los Ojos de Luna / foto: roadsideamerica.com
El pueblo Cherokee era uno de los que formaban las Cinco tribus civilizadas junto a choctaw, chickasaw, creek y semínolas.
Fueron llamados así por los europeos al considerar que tenían un grado de civilización superior al del resto de los indios y adaptarse rápidamente a las costumbres blancas (lo que no les sirvió para evitar ser despojados de sus tierras y desplazados a Oklahoma partir de 1838, en lo que se conoció como elSendero de las lágrimas).
En el caso de los cherokee, a esa fácil asimilación se le buscó explicación basándose en una extraña leyenda tradicional sobre el origen de un sector de ese pueblo que presentaba unos rasgos físicos diferentes a los demás.
Se la conoce como la leyenda de los Ojos de Luna, en referencia al color predominantemente claro del iris de parte de los cherokee, unido a un tono de piel más pálido de lo normal. Concretamente los cherokee que habitaban en los bosques de Carolina del Norte, en la región correspondiente de los Apalaches, que ha llevado a más de un investigador a intentar averiguar cuánto hay de verdad y cuánto de mito en esa historia. Porque lo que la tradición ha ido pasando de generación en generación es una amalgama de elementos fantásticos mezclados con otros presuntamente históricos que resultan bastante sorprendentes.
Bandera de la nación cherokee/Imagen: Hosmich en Wikimedia Commons
En realidad, cuando contactaron con los colonos blancos por primera vez los cherokee se extendían por un territorio muy amplio que ocupaba zonas de los actuales estados de Alabama, Kentucky, Georgia, Virginia, Tennessee y las dos carolinas. No se sabe exactamente su origen, si procedían del norte y llegaron a los Apalaches en el siglo XV o si llevaban allí desde tiempos prehistóricos, lo cual dificulta la interpretación de sugénesis mitológico, formado por varias leyendas.
En cualquier caso, una de ellas, también recogida en la tradición náhuatl, cuenta que algún día llegarían unos seres malignos de ojos blancos trayendo la desgracia y la destrucción, siendo los niños los encargados de regenerar el mundo. ¿Guardaba todo esto relación con la leyenda de Ojos de Luna?
Es difícil saberlo. Ese otro mito cuenta que en Murphy, Carolina del Norte, antes de la llegada del hombre blanco, vivía una tribu anterior de gente de muy pequeña estatura, rostro pálido y poblada barba a los que se conocía como Ojos de Luna porque sus ojos eran de tono azul claro y muy sensibles a la luz, lo que les obligaba a tener hábitos nocturnos de vida. Ese raro pueblo sería el autor de la construcción de las ruinas precolombinas que hay en la mitad oriental de los actuales EEUU (Cahokia, por ejemplo, una ciudad amurallada con pirámides y túmulos).
Los Ojos de Luna habrían sido expulsados de su territorio por los creek, en un éxodo realizado a la luz de la luna llena siguiendo el cauce de un río. Otra versión dice que los cherokee se enfrentaron a ellos y los expulsaron hacia el oeste (Tennesse) y/o el norte (el occidente de Virginia), haciendo que terminaran ocultándose bajo tierra y viviendo en el subsuelo a partir de entonces.
Reconstrucción de la ciudad de Cahokia/Imagen: Legends of America
En 1797 el naturalista Benjamin Smith Barton publicó un libro titulado New Views of the Origin of the Tribes and Nations of America (Nuevas opiniones sobre el origen de las tribus y naciones de América) en el que recogía la leyenda india de boca de un colono llamado Leonard Marbury, que había combatido al lado de los revolucionarios llegando a ser congresista por Georgia, puesto en el que hizo de mediador con los indios y aprendió mucho de su folklore. Smith Barton sugería que los Ojos de Luna eran albinos, tal cual había descrito en el siglo XVII el explorador y bucanero Lionel Wafe en un estudio sobre indígenas panameños que también hablaban de antepasados Ojos de Luna.
En 1902 el etnógrafo James Mooney, que había vivido varios años entre los cherokee, publicó una obra titulada Myths of the Cherokee (Mitos de los cherokee) en la que también reseñaba esa leyenda y recordaba que otros autores la habían recogido ya, caso del historiador John Haywood en su The Natural and Aboriginal History of Tennessee of “white people, who were extirpated in part, and in part were driven from Kentucky, and probably also from West Tennessee” (Historia natural y aborigen de Tennessee de” personas blancas, que fueron exterminadas en parte, y en parte fueron expulsadas ​​de Kentucky y probablemente también del Oeste de Tennessee”) publicada en 1823. Tras Mooney insistieron en el tema Ezekial Sanford y James Adair.
Canoas redondas de los indios Mandan, muy similares a las tradicionales galesas/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
La tentación de explicar la leyenda teorizando sobre la llegada de blancos antes de Colón es muy fuerte, por supuesto, y se extendió la hipótesis de algunos que habrían alcanzado el Nuevo Mundo mucho antes que los españoles. Es cierto que los vikingos consiguieron desembarcar en la costa noreste, pero en el caso de los Ojos de Luna se hablaba más bien de navegantes galeses que tocaron aquella tierra en el siglo XII, basándose en lo descrito por un anticuario de Gales en un manuscrito del siglo XVI.
El hombre se llamaba Humphrey Llwyd y contaba que un tal príncipe Madoc o Madog, hijo de Owain Gwynedd, había atravesado el Atlántico hasta arribar en Mobile Bay, Alabama (en realidad hay más sitios candidatos) en el año 1171. Era una actualización de un cuento medieval recuperado por la Inglaterra isabelina como justificación de su derecho a establecer colonias en el Nuevo Mundo a despecho de los españoles, que reclamaban la exclusividad.
Madoc y lo suyos se internaron por el valle de Tennesse y nunca se volvió a saber de ellos pero se habrían mezclado con los indios Mandan en un mestizaje que dejó gente de rasgos blancos e incluso una lengua de resonancia similar al galés. De hecho, esa leyenda atribuye a Madoc la erección de las citadas ruinas, algo a lo que enseguida se apuntaron los blancos decimonónicos, para quienes los indios carecían de capacidad para ello: por ejemplo, el exgobernador de Tennessee, John Sevier, dejó escrito en una carta fechada en 1810 que así se lo había dicho treinta años antes el jefe cherokee Oconostota.
La cosa no pasa del plano fantástico, aunque hizo fortuna en la literatura y muchos norteamericanos lo creen a pies juntillas; sin embargo, hoy sabemos que los autores de aquella peculiar arquitectura correspondían a la llamada Cultura Missisipiana, que floreció entre los años 800 y 1550 aproximadamente. Otros apuestan por una fusión en torno al siglo III d.C. entre los cherokee y otra cultura denominada Adena, de la que quedan muestras similares (tumbas, túmulos…) en el valle del Ohío.
Mapa de culturas Mississipianas/Image: Herb Roe en Wikimedia Commons
Por tanto, de fondo persiste el enigma de los Ojos de Luna, agravado por la ausencia de registro arqueológico, salvo que se considere una muestra representativa laescultura de esteatita encontrada en Murphy en 1840 y conservada en el Museo Histórico del Condado de Cherokee (dos figuras antropomorfas unidas, una de ellas con enormes ojos, como se aprecia en la foto de cabecera).
Fuentes: Myths of the Cherokees (James Mooney) / Encyclopedia of American Indian History (Bruce E. Johansen y Barry M. Pritzker editores) / Fantasy Fiction and Welsh Myth: Tales of Belonging (Kath Filmer-Davies) / Wikipedia.

El insólito camuflaje de los barcos soviéticos durante el sitio de Leningrado


Camuflaje del acorazado Revolución de Octubre/Fotos: 22Sobaki
Aunque hoy esté olvidado, al menos en buena medida y en el mundo occidental, hubo un tiempo -la primera mitad del siglo XX- en que Boris Alekseevich Smirnov-Rusetsky era un apreciado artista.
Algunos de sus cuadros pueden contemplarse en museos y otros se siguen vendiendo por internet. Pero apenas se encuentra información sobre su vida y la que hay es casi telegráfica.
Aun así hemos podido encontrar un episodio en ella que resulta cuando menos curioso: sus diseños para camuflar buques de guerra durante la Segunda Guerra Mundial.
Boris nació el 21 de enero de 1905 en San Petersburgo, pero en 1917 se trasladó con sus padres a Moscú.
Cinco años más tarde estaba en la universidad moscovita estudiando Ingeniería Financiera, aunque para entonces su verdadera afición ya empezaba a desbordar cualquier corsé: el arte.
En 1919 había acompañado a su padre en una comisión de servicio a Kuskovo, en las afueras de la ciudad, y allí fue donde al parecer se despertó en él esa vena artística.
Empezó dibujando, como suele ser costumbre, y mostró maneras lo suficientemente prometedoras como para que sus progenitores aceptaran matricularle en una escuela de dibujo.
Boris confirmó esa aptitud y en 1923 presentaba su primera exposición de pintura en la capital rusa; comenzaba a labrarse un nombre casi de forma paralela al nacimiento del nuevo estado, la URSS, que afrontaba ya el final de su trágica guerra civil post-revolucionaria.
Boris Smirnov-Rusetsky en la Armada/Foto: 22Sobaki
Metido ya en los círculos artísticos, en 1926 Boris se unió a tres colegas (Petr Fateev, Vera Pshesetskaya y Alexander Sardan) para fundar un cuarteto llamado Cuádriga al que poco después se sumaron otros como Sergey Shigolev y Victor Chernovolenko.
Estaban influenciados en el plano filosófico por la célebre Helena Petrona Blavatsky, más conocida como Madam Blavatsky, una ocultista, escritora y teósofa que estuvo muy de moda en el siglo XIX.
Helena Petrovna Blavatsky/Foto: dominio público en Wikimedia Commons
Pero siendo artístas plásticos las principales influencias tenían que venir también por esa línea y lo hicieron de la mano de dos pintores que habían alcanzado bastante popularidad: Mikalojus Konstantinas Čiurlionis, que también era músico y fue uno de los pilares del simbolismo y el art nouveau en Lituania, y Nikolái Konstantínovich Roerich, que además del arte practicaba la arqueología, la filosofía, la literatura… (aquí le dedicamos un artículo a uno de sus viajes, el que organizó patrocinado por el estado en busca del mítico reino tibetano de Shambala).
Čiurlionis y Roerich tenían un estilo orientalista en temas y tratamiento que, como decía, además llevaba una pátina teosófica. Por lo visto fue Roerich el que sugirió al grupo cambiar de nombre y pasar a llamarse Amaravella, palabra sánscrita que podría traducirse de varias formas, aunque todas en el mismo sentido: Playa de la inmortalidad, Brote de inmortalidad, Morada de los inmortales…
Roerich en 1916/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Le hicieron caso y el nuevo grupo adoptó como seña de identidad estilística esa nostalgia por tiempos pasados y por la cosmogonía mitológica de la vieja Rusia. En historia del Arte se les conoce más bien como los cosmistas rusos, si bien el movimiento cosmista iba más allá de Amaravella; digamos que eran sus paladines en pintura, pero en dicho movimiento militaban también, entre otros, Nikolái Fiódorovich Fiódorov (que buscaba la inmortalidad e investigaba cómo resucitar a los muertos), Konstantín Tsiolkovski (cuya ilusión era la exploración espacial y defendía el pampsiquismo) o Vladímir Vernadski (creador del concepto Noosfera, conjunto de los seres inteligentes y el medio en que viven).
De todos los componentes de Amaravella, Boris fue quien más descolló y quien se convirtió en mayor representante. Ahora bien, lo verdaderamente interesante y curioso de su carrera, al menos en lo concerniente a este artículo, llegó con el estallido de laSegunda Guerra Mundial y la aplicación de su genio a las circunstancias: la protección de la Flota del Báltico.
No es fácil distinguir un submarino bajo ese escondite/Foto: 22Sobaki
Boris quedó atrapado en el sitio de Leningrado, donde había sido incorporado a la armada, que estaba bloqueada en el puerto con dos viejos acorazados, el Marat y elRevolución de Octubre, como buques más importantes, aparte de otras unidades como el crucero Kirov o el destructor Feroz.
Los aviones alemanes solían bombardearlos con la idea de acallar sus cañones, pues aunque no podían zarpar sí hacían uso de la artillería para colaborar en la defensa. Por eso Boris recibió el encargo de diseñarles un sistema de camuflaje .
Uno de los bocetos de Boris/Foto: 22Sobaki
La cosa no era fácil; ¿cómo hacer pasar desapercibidos barcos de guerra de esas dimensiones que además están anclados en puerto? No se podía recurrir a la clásica pintura en zig-zag ni a usar colores miméticos ni a ocultarlos bajo vegetación (aunque alguno se convirtió en un improvisado jardin arbóreo), así que la propuesta del artista fue la que vemos en los bocetos adjuntos: cubrirlos con una amalgama de redes, planchas, andamiajes y materiales diversos que, a la vista, los fusionaban con los cobertizos y estructuras arquitectónicas levantadas en los muelles o con maderos flotantes, como se aprecia en este otro bosquejo.
Imagen: 22Sobaki
El Marat sufrió daños gravísimos e incluso llegó a encallar en el trayecto a Kronstadt, a donde se dirigía para ser reparado, pero no se perdió, recuperó su nombre original dePetropavlovsk, fue reparado y devuelto al servicio, participando en algunos combates; tras la guerra, sirvió como buque-escuela hasta su desguace en 1953.
Por su parte, el Revolución de Octubre, antes llamado Gangut, también sobrevivió a las bombas e igualmente pasó a ser buque-escuela, terminando sus singladuras en 1959.
El acorazado Marat, camuflado/Foto: 22Sobaki
Pese a que probablemente aquellas dos naves se salvaron gracias en parte a Boris Smirnov-Rusetsky, al acabar el conflicto cayó en desgracia ante el régimen y estuvo varios años preso, trabajando en la fábrica de vidrio de Leningrado, donde aún se conservan piezas hechas por él.
Le rehabilitaron en 1956 y regresó a Moscú, donde retomó su carrera artística y organizó varias exposiciones individuales por todo el país e incluso el extranjero, hasta su fallecimiento en San Petersburgo el 7 de agosto de 1993.

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