lunes, enero 16, 2017

HOY QUE GUANCHO NO ESTA.




Guancho fue uno de los pocos seres humanos con las que compartí retazos de mí vida, no fuimos niños de escuela. Nuestra infancia estaba diseminada por todo el monte, entre los conucos y los potreros, entre la maleza y los árboles perdidos bajo el sol ondulante de la primavera, entre los maizales dorados de mayo y los pastos de la tierra encantada donde, el tío Juan y el tío Alberto, peregrinos del alba, apacentaban sus vacas.

Nuestra infancia todos los días se perdía por los infinitos senderos que recorríamos descalzos detrás de la quimera, ensimismados en las historias que nos contaban los abuelos que prisioneros de una gloria ya perdida en el ocaso de sus vidas todavía viven atrapados en sus sueños.

Hoy que guancho no está, lo recuerdo porque él siempre quiso estar a mi lado, compartir mi soledad y mi tristeza, esa tristeza que él nunca entendió y que me acompañaría por el resto de mi vida. 

Recuerdo que recorrer el monte era nuestra única obsesión, trepar por los árboles hasta alcanzar las nubes, hacernos invisibles entre las hojas y el viento y perseguir a los viajeros hasta más allá de los límites de nuestras tierras, jugar con las mariposas y los pájaros y después de perseguir inútilmente a los fantasmas de nuestros abuelos por los infinitos senderos de la fantasía, tendernos boca arriba sobre el pasto a soñar con la felicidad, que la abuela Mamá tita nos decía que estaba más allá del horizonte y que nunca, por más buscamos entre la fantasía y los sueños la pudimos encontrar para regresarla a la aldea.
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Domingo Acevedo


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