martes, noviembre 15, 2016

Bajo el gran árbol de la noche

Más allá de la miserable realidad de nuestra existencia, nuestra alegría permanece intacta  bajo los escombros purpuras de los amaneceres efímeros  del invierno tropical.

Nuestra rebeldía nos llevó a ser felices en medio de tanto horror, nada nos detuvo, ni el peso de las cadenas, ni la pobreza, ni el hambre, ni la lluvia eternizándose en el camino.

En las noches alrededor de la luna, en una danza olvidábamos nuestras penas. El ritmo de las tamboras y el calor de las hogueras nos emborrachaban de felicidad y nuestros cantos hacía florecer el maíz y multiplicaba los panes en las manos del hambre.

Bajo el gran árbol de la noche, florecido de constelaciones y estrellas, con fuego escribíamos nuestra historia en los pergaminos del tiempo, lo tristemente felices que éramos en  esa estación donde aún fluye la sangre en el inminente trayecto de la aurora, por donde todos los días, los fantasmas de Miche, Amantina y la abuela Mama tita se aleja hacia la ciudad dejando sobre el rocío, retazos del alma evaporándose con el sol de este amanecer que tejieron  entre mis ojos las manos analfabetas y tiernas de la tatarabuela, que se murió de ausencia en las habitaciones del verano, esperando ver como en noviembre en la luna llena  las planicies del sur se  llenan de unicornios.


Domingo Acevedo.




Alegoría del llanto.

Atributo de sangre
alegoría del llanto
eco de voces enfermas
fugaz destello de mariposas en el preámbulo de la noche
fauno atrapado en la imaginación de un niño moribundo
cuerno de minotauro vencido por la ausencia
ciguapa embarazada por el ultimo galipote que habita a la sombra del olvido
galope sombrío de unicornios en las infinitas praderas de la utopía
caracol prisionero en su lentitud de querer alcanzar las estrellas
éxodo de centauros que sobrevivieron a la última batalla que libraron contra los hombres
hacia los antiguos suburbios del crepúsculo
y sobre la ciudad corroída por el odio y la violencia
un ángel llora desconsolado por una humanidad derrotada en su egoísmo


Domingo Acevedo




Fotos tomadas de la red.

EL PICO DUARTE LA MAYOR ALTURA DE LAS ANTILLAS.



El Pico Duarte es la mayor altura de las islas que están diseminadas por todo el mar Caribe, ubicado en la isla de Santo  Domingo, en las Antillas Mayores tiene una altura de 3,087 metros sobre el nivel del mar, ubicado en los parques nacionales, José del Carmen  Ramírez y Armando Bermúdez, es una atracción turística por la diversidad de su flora y su fauna y por los espectaculares paisajes que  pueden observar los caminantes mientras se van adentrando en el  corazón de la cordillera Central además del reto que conlleva hacer cualquiera de las cinco rutas que suben hasta el techo del Caribe.

Todos los años entre finales de diciembre y por todo el mes de enero cientos de caminantes nativos y extranjeros hacen las agotadoras travesías que los llevarán por mágicos senderos hasta coronar  la cima del Pico Duarte.

Hay cinco rutas distintas que llevan a los caminantes hasta la cima más alta de las Antillas estas son: la Cienaga en Jarabacoa, Mata Grande en Santiago, Azua partiendo de la Laguna o del pueblo del Tetero, la de Constanza que se puede comenzar en el mismo pueblo de Constanza o en Los Cayetanos, y la de San Juan partiendo de Sabaneta, las dos más populares son la de la Cienaga en Jarabacoa y la de Mata Grande, en Santiago.

Todas las rutas son agotadoras por lo que hay que estar preparado física y mentalmente para emprender cualquiera de las cinco rutas, es necesario especificar que en cada punto de partida hay guías experimentados que por un módico precio llevan a los caminantes a través de esas  hermosas montañas cuyos paisajes espectaculares cautivan a los caminantes    haciéndolos olvidar por momentos el cansancio, el hambre y la sed.

Recorrer esos caminos, ponernos en contacto con la naturaleza casi virgen, dejar atrás todo lo que tiene que ver con la ciudad, caminar hasta el agotamiento y en las noche bajo un cielo saturado de estrellas, sentarnos junto a la fogata para ahuyentar el frío que nos cala los huesos es una experiencia inolvidable, que aunque a veces cuando las caminatas se hacen interminables y el agotamiento nos vence, decimos que jamás volveremos por esos lugares de Dios, nada más falso porque  desde que nos montamos en la guagua de regreso a nuestro destino de origen, la nostalgia nos sobrecoge el alma y va alimentando en nosotros el deseo del año que viene, volver.


Domingo Acevedo. 

























El centauro






Recuerdo con pena, como hace ya más de quinientos años de la llegada del hombre blanco a estas tierras, que las compartíamos diversas criaturas del bosque en paz.

Ellos después de construir rústicos poblados que después se fueron convirtiendo en hermosas ciudades, en su inmenso egoísmo, no se conformaron con la tierra que tenían  y se fueron adueñando poco a poco y a la fuerza de todos los territorios de más allá del horizonte, donde habitábamos nosotros en paz.  No valió que resistiéramos, los caminos se fueron tiñendo con la sangre de las criaturas  de bosque, todo el que se opuso fue aniquilado.

Yo el último sobreviviente de aquellas batallas, el heroico y solitario guerrero de las sombras, el que no pudo ser vencido por la crueldad del hombre blanco, el que no cayó en sus engaños y trampas, el más temido y odiado, derrotado por el cansancio y la modernidad, no me quedó más que disfrazarme de humano para poder sobrevivir a la crueldad del hombre. Cuanto me costó adaptarme a sus defectos, y miserias, a su injusticia, a su inhumanidad.


Hoy que el tiempo ha pasado, envejecido en mi soledad casi eterna, arrastrando el dolor del extermino ya no puedo, no tengo fuerzas para seguir escondiendo por más tiempo lo que soy, es por eso que he decidido tirarme de este precipicio hacia la libertad.

Domingo Acevedo.

Foto tomada de la red,

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