jueves, mayo 08, 2014

La ciudad de Edo.

FUEGO INTERIOR

 A veces te huelo dentro de mí
te presiento a mi lado
trepando por las paredes de mis sueños
y sigo tu rastro a través del invierno
voy marcando mis huellas sobre la nieve del olvido
para que el viento del sur
no apague el fuego que arde en nuestro interior
a veces te imagino en las antiguas terrazas
del templo Kyomizu
mirando los cerezos que florecen
en las manos del aire
o disfrazada de geisha navegando a la deriva
entre la multitud que naufraga
tras los cristales de las tiendas
que en la exclusiva zona de Ginza fosforecen
como lunas extraviadas en el fondo del mar
o simplemente parada
en la estación del tren hacia Tokio
Kobe me parece desde aquí
una ciudad fantástica
con luces y estrellas que en las noches
se agrupan en tus ojos 
como veleros que navegan
hacia los puertos babilónicos de la fantasía
donde tú permaneces frente al mar 
acurrucada en mi pecho
como una niña recién nacida


 LA CIUDAD DE EDO

Te imagino
navegando a la deriva
entre la nebulosa marea de la antigua
ciudad de Edo
salpicada por las voces de los noctámbulos
transeúntes  del barrio Roppongi
luminosos fantasmas que danzan sin fin
alrededor  de las ultimas hogueras
que iluminan el verano
en noviembre
en lo más alto del monte Fuji el sol se crispa
y envejece 
y te imagino
bajo las sombras congeladas 
de los rascacielos de la parte alta de Tokio
diluyéndote a través de las tibias vidrieras
de las  tiendas
o mirando a través de los recuerdos
sentada en un café en Shibuya
o simplemente contemplando
a través de la ventana
de tu apartamento en Osaka
como las sombras de la noche aletean
en la distancia y mueren
abril es un cerezo que florece en mi voz
cuando te nombro
es la hora del té
las calles de Asakusha
se perfuman con los colores rojo amarillo
de las Geishas que se eternizan
en  el ambarino reflejo del neón 
y más allá de la pena
el sol se revuelca en sus cenizas
y resplandece en tu ojos 
mientras por el sendero de bambú
el musgo y el olvido crecen
en el estanque
una flor de loto ilumina la noche


 Profecía


Perdí tu amor hace siglo
entre la soledad muda de los libros
y las cenizas ensangrentadas
y calientes
de las batallas inacabables
de imposibles victorias
que en el fragor de las noches inciertas
azotadas por un viento lúgubre
siempre torturaron mi alma
de soldado vencido
pero a pesar de mi soledad profética
no puedo renunciar a ti
aun sabiendo que soy un hombre
marcado por la tristeza milenaria
de los milicianos que fueron a la guerra
a morir por un extraño idealismo
que los fanatizó de tal manera
que nunca alcanzaron a entender
que en esa vorágine eterna
de sangre y metralla
perdían su humanidad
y se morían lejos
en la soledad de su crueldad
consumidos por el fuego helado
de un invierno eterno
que aún guarda congelado
el rostro de miedo
de los soldados muertos
en la última batalla
de la guerra del fin del mundo
y yo que sobrevivo a los designios
me resisto a perderte
Y te busco más allá de la profecía
entre los espejos rotos
de los aposentos imaginarios
donde mi infancia
diluida entre la sangre
y los laureles
agoniza tras la ambarina
levedad de tus ojos
que me miran desde el olvido
más puro de tu alma



A pesar de los pesares


            I         
Te amo desde la plenitud
de mi soledad
en ella naufragaron barcos invisibles
sus tripulantes remotos
se resisten a morir
ahogados en el tiempo
y chapalean desesperados
en la nada
tratando de sobrevivir
al canto sublime de las sirenas
que en silencio los seduce

            II

Te amo y este siglo que palidece
al borde del abismo
me arrastra hacia un ocaso
de mariposas muertas
donde el hielo de la noche
guarda el rostro azorado
de los niños muertos
por el furor milenario
de un hambre atroz
que tritura los sueños
de las breves prostitutas

   III

Que en una ciudad junto al mar Caribe
en un frío malecón
por unas monedas venden ternura
a hombres solitarios y tristes
que se deshacen de placer
en el sexo muerto de las niñas pálidas
que en las noches lívidas
del último otoño
hacen turno para morirse de sed
ahogadas en las sombras
de una ciudad diluida
entre caricias fingidas
y túneles infinitos y estrechos
por donde se les escapa la vida
a gotas de sangre y semen

            IV

Te amo a pesar del odio
de los hombres que me apartan de ti
y me atan al olvido
y me empujan al vacío
de un siglo casi muerto
donde soy testigo de mi propia soledad
y donde se mueren las flores
marchitas por el peso
de una primavera de sangre


 Pájaros azules


Entre mis manos crece tu risa
igual que en el pasto distante
crece la hierba
eres un destello breve
súbito
que ilumina de repente
la abrupta sombra
de mi cuerpo horizontal
tendido sobre las tardes
grises de enero
ven
deja que tu nombre entre mis labios
sea un rayo que hiera la distancia
deja que mis manos hagan surcos en tu piel
para sembrar en tu sexo de flores
la simiente congelada en mi semen
para que en tu vientre la vida
igual que el trigo en los campos
ilumine los ignotos senderos
de la fantasía
soy un héroe
vencedor de mil batallas
mas en tus brazos como un centauro
caigo vencido al amor y la ternura
atados mis sueños a tu nombre
ya no voy a ninguna parte
he anclado mi barca
en la remota soledad del tiempo
junto a la insondable desnudez
de tu cuerpo
dormido sobre un lecho de pétalos
petrificados sobre la nada
refugio de los fantasmas
que huyen de la furia
de los minotauros
yo también huyo de la furia ciega
del amor
mas en tu piel anidan
los pájaros azules de mis manos


Domingo Acevedo.

Hasta la victoria siempre.


Archivo del blog